domingo, 28 de junio de 2015

María Pía de Saboya reina Portugal.

MariaPiaofSavoyqueenPortugal
María Pía, princesa de Saboya, nacida el 14 de febrero de 1847.
Se convirtió en reina de Portugal a raíz de su matrimonio con Luís I, celebrado en Lisboa el 6 de octubre de 1862.
Su marido, Luís, fue apodado por los portugueses "O Popular". Durante sus años en el trono, a instancias suyas, se abolieron la esclavitud y la pena de muerte en sus dominios. A la vez, María Pía se ganó el cariño del pueblo por su extraordinaria compasión hacia los desvalidos. Hubo episodios conmovedores que le valieron el apelativo de el Angel da Caridad, como, por ejemplo, su impulsiva reacción al recibir la noticia del gran incendio que había arrasado el teatro Baquet en la ciudad norteña de Porto: aunque un formidable temporal desaconsejaba embarcar en Lisboa rumbo a Porto, María Pía insistió en viajar de inmediato afrontando el peligro con tal de poder reconfortar y auxiliar a los damnificados. Paradójicamente, María Pía también era una reina que disfrutaba adquiriendo trajes y complementos, así como llenando de alhajas sus joyeros, lo cual le mereció fama de "reina elegante" en toda Europa. Cuando se enteró a través de un ministro de que muchos le reprochaban esa sofisticación que costaba un dineral, se limitó a responder, con clara frialdad: "Quien quer rainhas paga-as!" (Quien quiere reinas, las paga).
MARÍA PÍA, REINA DE PORTUGAL
Esa mujer sensible y artística, vivaz e inteligente, compasiva pero con sus momentos de alegre frivolidad, sufrió mucho en la última etapa de su vida. El hijo mayor e indudable preferido, Carlos, que había ascendido al trono a la muerte del padre con el nombre de Carlos I, falleció en un horrible atentado que también se cobró la vida del hijo mayor de Carlos, el príncipe heredero Luís Felipe. La reina Amelia, nuera de María Pía, se salvó casi de milagro, al igual que el segundo hijo, Manuel, convertido, de repente, en rey Manuel II. Manuel II se mantuvo poco tiempo en el trono, sin embargo. A partir de octubre de 1910, María Pía, al igual que su nuera y su nieto, conocería la amargura del exilio. Y, en cuanto a su otro hijo, Alfonso, duque de Porto, le daría la puntilla a la orgullosa dama cuando contrajo matrimonio morganático con una norteamericana que llevaba ya a cuestas nada menos que TRES divorcios...
A decir verdad, todo empezó en la ciudad de Stupinigi, situada a unos diez kilómetros de Turín, capital del Piamonte. Stupinigi se hallaba particularmente vinculada a la dinastía de Saboya, firmemente establecida en aquella región al norte de la península italiana. El Castelvecchio, una típica fortaleza medieval, había sido la residencia de los los "Señores de Piamonte" de la rama Saboya-Acaya, así denominados porque, en una época concreta, también habían ostentado el rango de príncipes de Acaya en Morea, en la península helénica. Tiempo después, el mismo Castelvecchio había servido de hogar a los duques de Saboya, descendientes de los anteriores. Asimismo, con el paso del tiempo, esos duques de Saboya que se transformarían en reyes de Cerdeña y del Piamonte mandaron construir en Stupinigi el Palazzina di caccia di Stupinigi. Teóricamente, se trataba de un "pabellón de caza", pero, como se construyó a gran escala y sin escatimar en lujos, se transformó en un soberbio palacio.
Esa tradición que unía a los Saboya con la localidad de Stupinigi hizo que el día 12 de abril 1842 se celebrase allí un matrimonio de notable relevancia para la dinastía. El entonces príncipe heredero Vittorio Emanuele, hijo del rey de Cerdeña y Piamonte Carlo Alberto con su esposa habsburguesa María Teresa de Austria-Toscana, se casaba con una llamada María Adelaide. Se daba la circunstancia de que María Adelaide tenía por madre a Elisabetta de Saboya-Carignano, una de las hermanas del rey Carlo Alberto. Por otro lado, el padre de María Adelaide era el archiduque Rainer de Habsburgo-Lorena, hijo del emperador Leopold II y de la española mujer de éste, María Ludovica, quienes resultaban ser abuelos paternos de María Theresia de Austria Toscana. Como por esa época una amplia área geográfica al norte de la península italiana, el Lombardo-Veneto, pertenecía al imperio austríaco, el archiduque Rainer desempeñaba allí funciones de virrey, presidiendo, junto a su esposa saboyana María Elisabetta, la "corte" virreinal establecida en Milán.
En cierto sentido, el enlace entre Vittorio Emanuele...

         Vittorio Emanuele. y su doble prima María Adelaide...

parecía un bonito apaño que resolvería como por arte de magia las fricciones pre-existentes. Los Saboya de Cerdeña-Piamonte ya urdían la trama de un proceso de unificación de la península italiana que les acabaría haciendo reyes de Italia. Obviamente, el primer escollo que tenían que salvar los Saboya de Cerdeña-Piamonte era la fuerte presencia de Austria en el norte, concretamente en el Lombardo-Véneto. Cualquiera que supiese por dónde soplaban los vientos de la historia, comprendería que el casamiento de Vittorio Emanuele con María Adelaide no íba a significar ninguna variación en las relaciones entre Turín y Milán. Ni Carlo Alberto ni Vittorio Emanuele podrían evitar una escalada de tensión paulatina con el archiduque Rainer, por mucho que se reforzasen los lazos de parentesco de por sí bastante notables.
                                MARÍA ADELAIDE


                Dos retratos de María Adelaide de Habsburgo.
María Adelaide es una de esas mujeres que inspiran profunda simpatía. De naturaleza suave y complaciente, se enamoró de quien tenía que enamorarse: el primo con el cual la casaban en un intento por apaciguar unas aguas que ya bajaban revueltas, amenazando con salirse de cauce y anegarlo todo. La joven princesa se empeñó en convertirse en la más solícita y devota de las esposas para un marido bastante indiferente hacia su delicada belleza. Ni siquiera el nacimiento de ocho hijos en trece años de unión conyugal sería reflejo de un creciente afecto de Vittorio Emanuele hacia María Adelaide. Él la apreciaba y apreciaba el hecho de que ella proveyese constantemente hijos e hijas para la orgullosa casa de Saboya. Pero, sin embargo, Vittorio Emanuele no hizo nada para ahorrarle sinsabores y penas a María Adelaide. En realidad, al suceder a su padre Carlo Alberto en el trono con el nombre de Vittorio Emanuele II en julio de 1849, Vittorio Emanuele dejó que sus hábiles ministros siguiesen incrementando la hostilidad hacia la presencia austríaca en Lombardo-Véneto, algo que hacía daño a una María Adelaide que adoraba a su padre Rainer. En un sentido más privado, María Adelaide nunca ignoró las constantes y flagrantes infidelidades de Vittorio Emanuele.
Vittorio Emanuele era uno de esos hombres de fuerte líbido que no encontraba que el haberse casado por motivos puramente políticos con su amable prima restringiese su libertad de rondar a otras mujeres "de su gusto". Para colmo, justo cuando María Adelaide ya había tenido a sus primeros tres hijos (María Clotilde, Umberto y Amedeo), Vittorio Emanuele encontró la pasión de su vida en la apasionada Rosa Teresa Vercellana Guerrieri, a la cual los piamonteses denominarían "Bela Rosin". Mientras María Adelaide alumbraba su cuarto vástago, Oddone Eugenio, la relación de Vittorio Emanuele con su "Bela Rosin" era la comidilla en media península italiana. Y un mes después de que María Adelaide diese a luz a su quinto bebé, la niña a la que se bautizaría con el nombre de María Pía, la amante de Vittorio Emanuele, la "Bela Rosin", se quedó embarazada del primer hijo: sería una niña a la que se denominaría Victoria, diez meses menor que su medio hermana la princesa María Pía. El sexto hijo de María Adelaide, Carlo Alberto, nació casi a la vez que el segundo hijo de "Bela Rosin", un niño para el que se escogieron los nombres de Emanuele Alberto. Y, para enredar más las cosas, en esa época Vittorio Emanuele también le puso los cuernos a su querida "Bela Rosin" con la espabilada Laura Bon, que tuvo un bebé nacido muerto en la época en que María Adelaida alumbraba a su séptimo retoño, también fallecido nada más nacer.
Es fácil darse cuenta de lo que tuvo que sentir la apacible María Adelaida al ver que sus partos se sincronizaban con los partos de las amantes de su primo-marido. Sin embargo, ni se quejaba ni armaba escándalo, sino que buscaba consuelo en la religión y en las obras de caridad. Siempre rezaba para que su marido "hiciese las paces" con el imperio austríaco representado en la figura del virrey y para que "no siguiese atosigando" con movimientos de tropas a los Estados Pontificios. El sincero catolicismo de María Adelaide le hacía ver con franco horror los ataques territoriales de los piamonteses ávidos de expandirse hacia los territorios gobernados por el Papa.
Binóculos de la Reina María-Pía de Saboya, con diamantes rosas engarzados (1880). Binóculos de la reina Maria Pia, con diamantes rosas engarzados. (1880).
Esa mujer desgarrada en sus lealtades murió prematuramente, con treinta y tres años de edad, tras dar a luz a su octavo hijo. Su último embarazo había sido bastante difícil, añadiéndose a sus achaques físicos el inmenso golpe psicológico de asistir a la muerte de su hijo Carlo Alberto, de tres años. Aunque le quedaban con vida María Clotilde, Humberto, Amadeo, Oddone Eugenio y María Pía, María Adelaida se dejó inundar por la melancolía. El parto resultó largo y penoso, por lo que quedó en un estado de extrema debilidad. Falleció de unas fiebres puerperales dos días después de poner en el mundo a Vittorio Emanuele. Por desgracia, el bebé no sobrevivió a la infortunada madre durante más de cuatro meses.
Vittorio Emanuele II, rey de Cerdeña y Piamonte, se quedó viudo, con cinco hijos
Un bonito retrato en el cual se nos muestra a María Clotilde, Humberto, Amadeo, Odone y María Pía, los cinco hijos huérfanos de madre al fallecer Marie Adelaida:
UmbertoIwithbrothersAmadeoandOdonea
Desde el punto de vista afectivo, para los niños la muerte prematura de su devota madre fue lo peor que pudo haberles acontecido. Sólo quedaba su padre, pero el padre estaba demasiado ocupado con sus asuntos de gobierno en aquella época particularmente decisiva para el devenir de la península italiana y con sus amoríos. Vittorio Emanuele nunca tuvo demasiado tiempo para ofrecérselo a los chiquillos, aunque, sin duda, se interesaba por ellos, en especial por el desarrollo de su heredero, Humberto, y de la favorita, la niña de sus ojos, que siempre había sido María Clotilde.
Aquí tenemos una foto y un retrato, precisamente, de la primogénita, María Clotilde:


Puesto que era cuatro años mayor que María Pía, desempeñó a ojos de esta el papel de hermana protectora en especial a raíz de la muerte temprana de la madre de ambas. Las circunstancias hicieron que María Clotilde se centrase en arropar a sus hermanos menores, en especial a la benjamina, María Pía, que, sencillamente, la adoraba.
Uno de los momentos más duros en la infancia y juventud de María Pía se produjo a principios del año 1859. Tenía solamente once años, una edad en la que las emociones están a flor de piel. Por entonces, María Clotilde, a los dieciséis años, se comprometió en matrimonio con el príncipe Napoléon Joseph Charles Paul Bonaparte, apodado Plon-Plon. Plon-Plon, hijo nacido del matrimonio de Jerome Bonaparte, el hermano de Napoleón a quien éste había hecho durante un tiempo rey de Westphalia, y su esposa, la princesa Catherina de Württemberg, se encontraba en buena posición desde que su primo Napoleón se había convertido en el emperador Napoleón III de Francia. Dábase la circunstancia de que Napoleón III siempre había ayudado a Vittorio Emanuele a hacerse con una posición hegemónica que le permitiese acabar reinando sobre una Italia unificada. Así que la boda de Plon-Plon con María Clotilde tenía un gran significado, en términos dinásticos y políticos.
María Pía era demasiado joven para captar todo el entramado de intereses que culminaban en la boda de María Clotilde con Plon-Plon. Lo único que ella veía es que su hermana, celebrado el casorio, abandonaría Turín para establecerse en la lejana París con el marido Bonaparte que le habían asignado. Para María Pía constituía una gran pérdida.
La temprana boda de María Clotilde era también una señal de la plena disposición de Vittorio Emanuele a usar a sus dos hijas como peones en el tablero de ajedrez de los matrimonios dinásticos en cuanto alcanzasen la edad núbil. No había vacilado en entregar a su querida María Clotilde a Plon-Plon en cuanto ésta hubo alcanzado los dieciséis años de edad. Tampoco vacilaría en hacer lo propio con María Pía.
Ésta se transformó, en esos años, en una jovencita bastante guapa y sobre todo muy estilosa:


                         Otra imagen de la joven María Pía



Un partido muy ventajoso apareció en la figura de Luiz I rey de Portugal.
Luiz era un joven apasionado por las ciencias, en particular por la oceanografía, y que, además, mostraba cierto talento artístico, con una pasión hacia la poesía que le llevaba a componer sus propios versos. Hubiese sido feliz, plenamente feliz, desempeñando el papel de joven príncipe protector de artistas y científicos. Pero en 1861, la familia real portuguesa a la cual pertenecía se había visto duramente golpeada por una epidemia de cólera. En un breve lapso de tiempo, Luíz había visto morir a su hermano mayor, el rey Pedro V, y a uno de sus hermanos menores, el príncipe Fernando, a causa de aquella terrible enfermedad.
Pedro V no dejaba hijos: había estado brevemente casado, con la adorable Estefanía de Hohenzollern-Sigmarigen, que había muerto unos meses antes de que lo hiciese el marido sin haber consumado su matrimonio. Por tanto, a Luiz le correspondió suceder a su hermano bajo el nombre de Luiz I. La situación no le provocó ninguna alegría. Estaba sinceramente trastornado por la pérdida de sus hermanos...y convertirse en rey no era algo que él hubiese deseado en absoluto.
Pero las circunstancias se habían impuesto. Y esas mismas circunstancias le obligaban a casarse lo antes posible para garantizar la continuidad dinástica. El cólera que había matado a dos de sus hermanos en 1861 había enseñado una amarga lección a los portugueses: no sólo hacía falta tener siempre un heredero, sino un repuesto por si faltaba el heredero. Luiz no podía quedarse a esperar a que surgiese una princesa de su agrado. Tenía que salir a buscar una princesa que les conviniese.
Los Saboya eran una dinastía pujante. Poco antes, sólo habían gobernado Piamonte y Cerdeña, pero ya se vislumbraba en ellos a los futuros señores de toda Italia. Así que podía ser muy ventajoso ir atando lazos con la casa de Saboya. Vittorio Emanuele disponía de una hija casadera, María Pía, que agradaría a los católicos portugueses por el mero hecho de que, al haber tenido por padrino de bautismo a un Papa, había recibido con pocos días de edad la preciada "Rosa de Oro" que otorgaba el Sumo Pontífice.
Luís no tardó en solicitar la mano de María Pía

                                      Luis y María Pía


                              María Pía  en su niñez.


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