jueves, 6 de mayo de 2010

Victoria I de Inglaterra.

                                 Casa Real de Hannover.
reina-victoria                          Reina Victoria I de Inglaterra.
La reina Victoria (Londres, 24 de mayo de 1819 - Isla de Wight, 22 de enero de 1901) fue Reina del Reino Unido y de Irlanda desde la muerte de su tío paterno, Guillermo IV del Reino Unido, el 20 de junio de 1837, hasta su propia muerte el 22 de enero de 1901, y la primera Emperatriz de la India desde el 1 de enero de 1877 también hasta su muerte.
La reina Victoria es tatarabuela de la reina Isabel II del Reino Unido, el rey Juan Carlos I de España y de su consorte la reina Sofía de Grecia, la reina Margarita II de Dinamarca, el rey Carlos XVI Gustavo de Suecia y el rey Harald V de Noruega . Reinó durante casi 64 años, siendo el suyo el reinado más largo de la historia de Gran Bretaña. El reinado de Victoria estuvo marcado por la gran expansión del Imperio Británico. La Era Victoriana -como se denominó a su reinado- estuvo caracterizada por la Revolución industrial, un período de cambios significativos a nivel social, económico y tecnológico en el Reino Unido; estos cambios acabaron por consolidar al Reino Unido como la primera potencia de su época.
Victoria, cuya ascendencia era casi exclusivamente alemana (excepto por su antepasado, Sofía de Hannover, descendía también por línea femenina de Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra), y fue la última monarca de la Casa de Hannover. Su hijo y sucesor, Eduardo VII, pertenecía a la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha.
La reina Victoria de Inglaterra ascendió al trono a los dieciocho años y se mantuvo en él más tiempo que ningún otro soberano de Europa. Durante su reinado, Francia conoció dos dinastías regias y una república, España tres monarcas e Italia cuatro. En este dilatado período, que precisamente se conoce como "era victoriana", Inglaterra se convirtió en un país industrial y en una potencia de primer orden, orgullosa de su capacidad para crear riqueza y destacar en un mundo cada vez más dependiente de los avances científicos y técnicos. En el terreno político, la ausencia de revoluciones internas, el arraigado parlamentarismo inglés, el nacimiento y consolidación de una clase media y la expansión colonial fueron rasgos esenciales del victorianismo; en lo social, sus fundamentos se asentaron en el equilibrio y el compromiso entre clases, caracterizados por un marcado conservadurismo, el respeto por la etiqueta y una rígida moral de corte cristiano. Todo ello protegido y fomentado por la figura majestuosa e impresionante, al mismo tiempo maternal y vigorosa, de la reina Victoria, verdadera protagonista e inspiradora de todo el siglo XIX europeo.
victoria_i_340c                                   Victoria I de Inglaterra
No es de extrañar, por lo tanto, que muchos años después Victoria no encontrase grandes diferencias entre sus relaciones personales con los distintos monarcas y las de Gran Bretaña con las naciones extranjeras, pues desde su nacimiento estuvo emparentada con las casas reales de Alemania, Rumania, Suecia, Dinamarca, Noruega y Bélgica, lo que la llevó muchas veces a considerar las coronas de Europa como simples fincas de familia y las disputas internacionales como meras desavenencias domésticas.
Alexandrina Victoria nació en el palacio de Kensington, Londres, el 24 de mayo de 1819, y era la única hija del Príncipe Eduardo, Duque de Kent y Strathearn, cuarto hijo varón del rey Jorge III, y de Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld. Fue bautizada en la Sala de la Cúpula del palacio de Kensington el 24 de junio del mismo año por Charles Manners-Sutton, arzobispo de Canterbury, siendo sus padrinos sus tíos paternos, el Príncipe-Regente (luego Jorge IV del Reino Unido) y Carlota, Reina de Wurtemberg, el Zar Alejandro I de Rusia (en cuyo honor recibió su primer nombre) y su abuela materna, Augusta Reuss-Ebersdorf, Duquesa Viuda de Sajonia-Coburgo-Saalfeld.
A pesar del nombre con el que fue bautizada, se le terminó por llamar solamente Victoria, aunque familiarmente fue conocida durante sus primeros años de infancia como Drina (diminutivo de Alejandrina). Cuando apenas tenía 8 meses de edad, su padre, el duque de Kent, falleció víctima de una fulminante neumonía, el 23 de enero de 1820. Seis días más tarde, el 29 de enero, su abuelo, el rey Jorge III, moría, ciego y loco, en el castillo de Windsor. Su tío y padrino, el Príncipe-Regente, ascendió al trono como rey Jorge IV. Ahora Victoria ocupaba el tercer lugar en la línea sucesoria, precedida únicamente por sus dos tíos, el duque de York (separado de su esposa desde hacía tres décadas, sin descendencia) y el duque de Clarence. La posibilidad de que Victoria subiera al trono algún día parecía muy cercana. Sin embargo, el 10 de diciembre de ese mismo año, la duquesa de Clarence dio a luz una hija, Isabel Georgiana, lo que relegaba a Victoria a un cuarto lugar en la línea de sucesión. Trágicamente, el 4 de marzo de 1821, y con apenas 3 meses de edad, la pequeña princesa falleció víctima de convulsiones. Al año siguiente, en 1822, la duquesa de Clarence alumbró un par de gemelos nacidos muertos, y la dificultad de este parto la dejó incapacitada para volver a concebir. Victoria, con 3 años de edad, estaba nuevamente en la primera fila de la sucesión.
Pese a la alta posición que ocupaba en la línea sucesoria, Victoria habló solo alemán durante sus primeros años, el idioma materno de su madre y su gobernanta. Sin embargo, cuando se hizo evidente que algún día ocuparía el trono, en 1822, se le comenzó a enseñar el inglés. Posiblemente aprendió a hablar italiano, griego, latín y francés. Su educador fue el Reverendo Jorge Davys y su gobernanta, Luisa Lehzen. El 5 de enero de 1827, falleció el duque de York, colocando a Victoria, de 7 años, nada menos que en el segundo lugar de la línea sucesoria.
La niña, cuyo nombre completo era Alejandrina Victoria, perdió a su padre cuando sólo contaba un año de edad y fue educada bajo la atenta mirada de su madre, revelando muy pronto un carácter afectuoso y sensible, a la par que despabilado y poco proclive a dejarse dominar por cualquiera. El vacío paternal fue ampliamente suplido por el enérgico temperamento de la madre, cuya vigilancia sobre la pequeña era tan tiránica que, al alborear la adolescencia, Victoria todavía no había podido dar un paso en el palacio ni en los contados actos públicos sin la compañía de ayas e institutrices o de su misma progenitora. Pero como más tarde haría patente en sus relaciones con los ministros del reino, Victoria resultaba indomable si primero no se conquistaba su cariño y se ganaba su respeto.
victoria_i_nina_4_anos                      Victoria a los cuatro años (cuadro
                             de Stephen Poyntz Denning)
Muerto su abuelo Jorge III el mismo año que su padre, no tardó en ser evidente que Victoria estaba destinada a ocupar el trono de su país, pues ninguno de los restantes hijos varones del rey tenía descendencia. Cuando se informó a la princesa a este respecto, mostrándole un árbol genealógico de los soberanos ingleses que terminaba con su propio nombre, Victoria permaneció callada un buen rato y después exclamó: "Seré una buena reina". Apenas contaba diez años y ya mostraba una presencia de ánimo y una resolución que serían cualidades destacables a lo largo de toda su vida.
Jorge IV y Guillermo IV, tíos de Victoria, ocuparon el trono entre 1820 y 1837. Horas después del fallecimiento de éste último, el arzobispo de Canterbury se arrodillaba ante la joven Victoria para comunicarle oficialmente que ya era reina de Inglaterra. Ese día, la muchacha escribió en su diario: "Ya que la Providencia ha querido colocarme en este puesto, haré todo lo posible para cumplir mi obligación con mi país. Soy muy joven y quizás en muchas cosas me falte experiencia, aunque no en todas; pero estoy segura de que no hay demasiadas personas con la buena voluntad y el firme deseo de hacer las cosas bien que yo tengo". La solemne ceremonia de su coronación tuvo lugar en la abadía de Westminster el 28 de junio de 1838.
La tirantez de las relaciones de Victoria con su madre, que aumentaría con su llegada al trono, se puso ya de manifiesto en su primer acto de gobierno, que sorprendió a los encopetados miembros del consejo: les preguntó si, como reina, podía hacer lo que le viniese en real gana. Por considerarla demasiado joven e inexperta para calibrar los mecanismos constitucionales, le respondieron que sí. Ella, con un delicioso mohín juvenil, ordenó a su madre que la dejase sola una hora y se encerró en su habitación. A la salida volvió a dar otra orden: que desalojaran inmediatamente de su alcoba el lecho de la absorbente duquesa, pues en adelante quería dormir sin compartirlo. Las quejas, las maniobras y hasta la velada ruptura de la madre nada pudieron hacer: su imperio había terminado y su voluntariosa y autoritaria hija iba a imponer el suyo. Y no sólo en la intimidad; también daría un sello inconfundible a toda una época, la que se ha denominado justamente con su nombre.
victoria_noticia_trono         Victoria recibiendo de Lord Conyngham y del Arzobispo
              de Canterbury la noticia de su ascensión al trono.
La sangre alemana de la joven reina no provenía únicamente de la línea materna, con su ascendencia más remota en un linaje medieval; había entrado con la entronización de la misma dinastía, los Hannover, que fueron llamados en 1714 desde el principado homónimo en el norte de Alemania para coronar el edificio constitucional que había erigido en el siglo XVIII la Revolución inglesa. Sus soberanos dejaron, en general, un recuerdo borrascoso por sus comportamientos públicos y privados y los feroces castigos infligidos a quienes se atrevían a criticarlos, pero presidieron la rápida ascensión de Gran Bretaña hacia la hegemonía europea.
Una pálida excepción la procuró Jorge III, de larga y desgraciada vida (su reinado duró casi tanto como el de Victoria), a causa de sus periódicas crisis de locura. Fue, sin embargo, respetado por sus súbditos, en razón de esa desgracia y de sus irreprochables virtudes domésticas. La mayoría de sus seis hijos no participaron de esta ejemplaridad y el heredero, Jorge IV, dañó especialmente con sus escándalos el prestigio de la monarquía, que sólo pudo reparar en parte su sucesor, Guillermo IV.
Al fallecer el rey Guillermo IV el 20 de junio de 1837 y convertirse en su sucesora al trono, Victoria tenía ante sí una larga tarea. Los celosos cuidados de la madre habían procurado sustraerla por completo a las influencias perniciosas de los tíos y del ambiente disoluto de la corte, regulando su instrucción según austeras pautas, imbuidas de un severo anglicanismo. Su educación intelectual fue algo precaria, pues parecía rebuscado pensar que la muerte de otros herederos directos y la falta de descendencia de Jorge IV y de Guillermo IV le abrirían el paso a la sucesión. Pero ello no impediría que la reina desempeñara un papel fundamental en el resurgimiento de un indiscutible sentimiento monárquico al aproximar la corona al pueblo, borrando el recuerdo de sus antecesores hasta afianzar sólidamente la institución en la psicología colectiva de sus súbditos. No fue tarea fácil. Sus hombres de estado tuvieron que gastar largas horas en enseñarle a deslindar el ámbito regio en las prácticas constitucionales, y procuraron recortar la influencia de personajes dudosos de la corte, como el barón de Stockmar, médico, o la baronesa de Lehzen, una antigua institutriz. Los mayores roces se producirían con sus injerencias en la política exterior, y particularmente en las procelosas cuestiones de Alemania, cuando bajo la égida de Prusia y de Bismarck surgió allí el gran rival de Gran Bretaña, el imperio germano.
victoria_i_340d                              La reina Victoria en 1843
                       (retrato de Franz Xavier Winterhalter)
En el momento de la coronación, la escena política inglesa estaba dominada por William Lamb, vizconde de Melbourne, que ocupaba el cargo de primer ministro desde 1835. Lord Melbourne era un hombre rico, brillante y dotado de una inteligencia superior y de un temperamento sensible y afable, cualidades que fascinaron a la nueva reina. Victoria, joven, feliz y despreocupada durante los primeros meses de su reinado, empezó a depender completamente de aquel excelente caballero, en cuyas manos podía dejar los asuntos de estado con absoluta confianza. Y puesto que lord Melbourne era jefe del partido whig (liberal), ella se rodeó de damas que compartían las ideas liberales y expresó su deseo de no ver jamás a un tory (conservador), pues los enemigos políticos de su estimado lord habían pasado a ser automáticamente sus enemigos.
Tal era la situación cuando se produjeron en la Cámara de los Comunes diversas votaciones en las que el gabinete whig de lord Melbourne no consiguió alcanzar la mayoría. El primer ministro decidió dimitir y los tories, encabezados por Robert Peel, se dispusieron a formar gobierno. Fue entonces cuando Victoria, obsesionada con la terrible idea de separarse de lord Melbourne y verse obligada a sustituirlo por Robert Peel, cuyos modales consideraba detestables, sacó a relucir su genio y su testarudez, disimulados hasta entonces: su negativa a aceptar el relevo fue tan rotunda que la crisis hubo de resolverse mediante una serie de negociaciones y pactos que restituyeron en su cargo al primer ministro whig. Lord Melbourne regresó al lado de la reina y con él volvió la felicidad, pero pronto iba a ser desplazado por una nueva influencia.
El príncipe Alberto
El 10 de febrero de 1840 la reina Victoria contrajo matrimonio. Se trataba de una unión prevista desde muchos años antes y determinada por los intereses políticos de Inglaterra. El príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, alemán y primo de Victoria, era uno de los escasísimos hombres jóvenes que la adolescente soberana había tratado en su vida y sin duda el primero con el que se le permitió conversar a solas. Cuando se convirtió en su esposo, ni la predeterminación ni el miedo al cambio que suponía la boda impidieron que naciese en ella un sentimiento de auténtica veneración hacia aquel hombre no sólo apuesto, exquisito y atento, sino también dotado de una fina inteligencia política.
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El vestido de la novia  diseñado por William Dyce era de color blanco de satén. El blanco consiguió que el hermoso encaje elaborado a mano destacara en todo su esplendor. La elección no fue simplemente estética sino que fue un reconocimiento a la industria téxtil artesanal inglesa.
Como únicas joyas, Victoria lució un collar y unos pendientes de diamantes. En el pecho, un zafiro azul que le había regalado su futuro esposo. A pesar de ser reina, había sido coronada dos años antes, Victoria no lució ni corona ni tiara en su boda sino que adornó su pelo con una diadema de flores. Aunque la elección del blanco y la austeridad de las joyas fue criticado en los círculos aristocráticos, Victoria popularizaría la moda del vestido de novia blanco.
El novio
El príncipe Alberto se vistió para la gran ocasión con su uniforme de mariscal de campo decorado con grandes rosetas de raso blanco sobre sus hombros.
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                   El principio de una historia de amor
La ceremonia nupcial fue seguida de un ostentoso banquete y una fiesta que darían comienzo a una vida en común para Victoria y Alberto. De manera excepcional, una pareja real se casaba enamorada. Alberto, a pesar de las dificultades, supo ejercer su papel de príncipe consorte y dejar a su esposa el papel de reina de pleno derecho. Victoria y Alberto tuvieron una amplia prole de príncipes y princesas que extenderían su sangre real por las distintas casas reinantes de Europa.
Cuatro días antes, el 6 de febrero, la reina otorgó a su esposo el tratamiento de Su Alteza Real. Alberto sería generalmente conocido como el "Príncipe-Consorte", aunque sólo obtuvo formalmente el título hasta 1857. De este enlace, excepcionalmente feliz (en el cual Alberto fue un marido ejemplar, pues hasta donde se ha sabido nunca llegó a faltar a sus votos nupciales a lo largo de todo su matrimonio, al contrario de su padre, el duque Ernesto I de Sajonia-Coburgo-Gotha, quien inclusive llegaría a divorciarse), nacieron 9 hijos:

    Cuadro del matrimonio entre Victoria y Alberto en 1840.
Llovía aquella mañana del 10 de febrero de 1840 en la capital londinense. La incesante lluvia no frenó en absoluto a los miles y miles de personas que aguardaron estoicamente desde primeras horas de la mañana en los alrededores del Palacio de Buckingham y el Palacio de Saint James. La ocasión bien lo valía. La capital del Imperio Británico iba a ser testigo de una de las bodas reales más fastuosas y auténticas de la historia. La jovencísima reina Victoria I de Inglaterra se casaba con el que fuera el amor de su vida y que se convertiría en su fiel compañero y padre de sus hijos, el Príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha.
Rosa rojaLa Princesa Victoria, Princesa Real (n. palacio de Buckingham, 21-11-1840 - m. Friedrichshof, Alemania, 5-8-1901), creada Princesa Real (Princess Royal); casada en 1858 con Federico III, emperador de Alemania y rey de Prusia.
Rosa rojaRey Eduardo VII (n. palacio de Buckingham, 9-11-1841 - m. palacio de Buckingham, 6-5-1910), sucesor de su madre.
Rosa rojaLa Princesa Alicia (n. palacio de Buckingham, 25-4-1843 - m. Neues Palais, Darmstadt, 14-12-1878), casada en 1862 con Luis IV, Gran Duque de Hesse y del Rin. Su hija, Alicia, se casaría con su primo el Zar Nicolás II, sobrino político del príncipe Alfredo.
Rosa rojaEl Príncipe Alfredo, Duque de Sajonia-Coburgo-Gotha y de Edimburgo (n. castillo de Windsor, 6-8-1844 - m. Schloss Rosenau, Coburgo, 30-7-1900), duque de Sajonia-Coburgo-Gotha al suceder a su tío paterno (22-8-1893). Casado en 1874 con María Alexandrovna, hermana del Zar Alejandro III. Su hija María se casaría con Fernando I de Rumanía.
Rosa rojaPrincesa Helena (n. palacio de Buckingham, 25-5-1846 - m. Schomberg House, Londres, 9-6-1923), casada en 1866 con el príncipe Christian de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Augustenburg.
Rosa rojaLa Princesa Luisa (n. palacio de Buckingham, 18-3-1848 - m. palacio de Kensington, 3-12-1939), casada en 1871 con Juan Campbell, 9º duque de Argyll.
Rosa rojaEl Príncipe Arturo, Duque de Connaught y de Strathearn (n. palacio de Buckingham, 1-5-1850 - m. Bagshot Park, Surrey, 16-1-1942), creado duque de Connaught, de Strathearn y conde de Sussex (1874). Casado en 1879 con Luisa Margarita de Prusia.
Rosa rojaEl Príncipe Leopoldo, Duque de Albany (n. palacio de Buckingham, 7-4-1853 - m. Cannes, Francia, 28-3-1884), creado duque de Albany, conde de Clarence y Barón Arklow (1881). Casado en 1882 con Elena de Waldeck-Pyrmont.
Rosa rojaLa Princesa Beatriz (n. palacio de Buckingham, 14-4-1857 - m. Brantridge Park, Balcombe, Sussex, 26-10-1944), casada en 1885 con el príncipe Enrique de Battenberg y madre de la futura reina Victoria Eugenia de España.
Es por estas uniones conyugales de sus hijos y nietos con otros monarcas de Europa que se le ha conferido a Victoria el título popular de "la Abuela de Europa". Pero esto tuvo un lado negativo ya que, al ser portadora de hemofilia, enfermedad heredada de Jorge III provoca un desorden en la sangre, la cual no coagula adecuadamente. Transmitió el gen defectuoso a todos sus descendientes (por estar ligada al cromosoma X). El portador más conocido de dicha enfermedad fue el Zarevich Alexis.
Ahora que había encontrado un compañero ideal, no sólo en el aspecto familiar, sino también en el político -pues el Príncipe Alberto sería su más cercano asesor-, Victoria comenzó a alejarse tanto de Lord Melbourne como de sus Damas de Cámara Whig. Así, cuando Lord Melbourne perdió las elecciones de 1841, saliendo victoriosos los Tories bajo el liderazgo de Robert Peel, no se repitió otra Crisis de las Damas de Cámara. Victoria continuaría manteniendo correspondencia con Lord Melbourne, aunque su papel como asesor real pasaría al Príncipe-Consorte.
principe_alberto                  El príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha
                 (retrato de Franz Xavier Winterhalter, 1846)
Alberto tampoco dejó de tener sus dificultades al principio. Por un lado, tardó en acostumbrarse al puesto que le había trazado de antemano el parlamento, el de príncipe consorte, un status que adquirió a partir de él (en Gran Bretaña y en Europa) sus específicas dimensiones. Por otro lado, tardó aún más en hacerse perdonar una cierta inadaptación a los modos y maneras de la aristocracia inglesa, al soslayar su innata timidez con el clásico recurso del envaramiento oficial y la altivez de trato. Pero con el tacto y perseverancia del príncipe, y la viveza natural y el sentido común de Victoria, la real pareja despejó en una misma voluntad todos los obstáculos y se granjeó un universal respeto con sus iniciativas. Fue el suyo un amor feliz, plácido y hogareño, del que nacieron cuatro hijos y cinco hijas; ellos y sus respectivos descendientes coparon la mayor parte de las cortes reales e imperiales del continente, poniendo una brillante rúbrica a la hegemonía de Gran Bretaña en el orbe, vigente hasta la Primera Guerra Mundial. Llegó el día en que Victoria fue designada «la abuela de Europa».
Alberto fue para Victoria un marido perfecto y sustituyó a lord Melbourne en el papel de consejero, protector y factótum en el ámbito de la política. Y ejerció su misión con tanto acierto que la soberana, aún inexperta y necesitada de ese apoyo, no experimentó pánico alguno cuando en 1841 el antaño aborrecido Peel reemplazó por fin a Melbourne al frente del gabinete. A partir de ese momento, Victoria descubrió que los políticos tories no sólo no eran monstruos terribles, sino que, por su conservadurismo, se hallaban mucho más cerca que los whigs de su talante y sus creencias. En adelante, tanto ella como su marido mostraron una acusada predilección por los conservadores, siendo frecuentes sus polémicas con los gabinetes liberales encabezados por lord Russell y lord Palmerston.
victoria_alberto_2         La reina Victoria y el príncipe en el castillo de Windsor
La habilidad política del príncipe Alberto y el escrupuloso respeto observado por la reina hacia los mecanismos parlamentarios, contrariando en muchas ocasiones sus propias preferencias, contribuyeron en gran medida a restaurar el prestigio de la corona, gravemente menoscabado desde los últimos años de Jorge III a causa de la manifiesta incompetencia de los soberanos. Con el nacimiento, en noviembre de 1841, del príncipe de Gales, que sucedería a Victoria más de medio siglo después con el nombre de Eduardo VII, la cuestión sucesoria quedó resuelta. Puede afirmarse, por lo tanto, que en 1851, cuando la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, la gloria y el poder de Inglaterra se encontraban en su momento culminante. Es de señalar que Alberto era el organizador del evento; no hay duda de que había pasado a ser el verdadero rey en la sombra.
El esplendor de la viudez
A lo largo de los años siguientes, Alberto continuó ocupándose incansablemente de los difíciles asuntos de gobierno y de las altas cuestiones de Estado. Pero su energía y su salud comenzaron a resentirse a partir de 1856, un año antes de que la reina le otorgase el título de príncipe consorte con objeto de que a su marido le fueran reconocidos plenamente sus derechos como ciudadano inglés, pues no hay que olvidar su origen extranjero. Fue en 1861 cuando Victoria atravesó el más trágico período de su vida: en marzo fallecía su madre, la duquesa de Kent, y el 14 de diciembre expiraba su amado esposo, el hombre que había sido su guía y soportado con ella el peso de la corona.
Como en otras ocasiones, y a pesar del dolor que experimentaba, la soberana reaccionó con una entereza extraordinaria y decidió que la mejor manera de rendir homenaje al príncipe desaparecido era hacer suyo el objetivo central que había animado a su marido: trabajar sin descanso al servicio del país. La pequeña y gruesa figura de la reina se cubrió en lo sucesivo con una vestimenta de luto y permaneció eternamente fiel al recuerdo de Alberto, evocándolo siempre en las conversaciones y episodios diarios más baladíes, mientras acababa de consumar la indisoluble unión de monarquía, pueblo y estado.
victoria_familia_1880                         La familia real británica en 1880
Desde ese instante hasta su muerte, Victoria nunca dejó de dar muestras de su férrea voluntad y de su enorme capacidad para dirigir con aparente facilidad los destinos de Inglaterra. Mientras en la palestra política dos nuevos protagonistas, el liberal Gladstone y el conservador Disraeli, daban comienzo a un nuevo acto en la historia del parlamentarismo inglés, la reina alcanzaba desde su privilegiada posición una notoria celebridad internacional y un ascendiente sobre su pueblo del que no había gozado ninguno de sus predecesores. En un supremo éxito, logró también que una aristocracia proverbialmente licenciosa se fuera impregnando de los valores morales de la burguesía, a medida que ésta llevaba a su apogeo la revolución industrial y cercenaba las competencias del último reducto nobiliario, la Cámara de los Lores. Ella misma extremó las pautas más rígidas de esa moral y le imprimió ese sello personal algo pacato y estrecho de miras, que no en balde se ha denominado victoriano.
El único paréntesis en este estado de viudez permanente lo trajeron los gobiernos de Disraeli, el político que mejor supo penetrar en el carácter de la reina, alegrarla y halagarla, y desviarla definitivamente de su antigua predilección por los whigs. También la convirtió en símbolo de la unidad imperial al coronarla en 1877 emperatriz de la India, después de dominar allí la gran rebelión nacional y religiosa de los cipayos. La hábil política de Disraeli puso asimismo el broche a la formidable expansión colonial (el imperio inglés llegó a comprender hasta el 24 % de todas las tierras emergidas y 450 millones de habitantes, regido por los 37 millones de la metrópoli) con la adquisición y control del canal de Suez. Londres pasó a ser así, durante mucho tiempo, el primer centro financiero y de intercambio mundial. Un sinfín de guerras coloniales llevó la presencia británica hasta los últimos confines de Asia, África y Oceanía.

victoria_jubileo     La reina Victoria en 1897, durante las ceremonias que     conmemoraron el 60º aniversario de su coronación
Durante las últimas tres décadas de su reinado, Victoria llegó a ser un mito viviente y la referencia obligada de toda actividad política en la escena mundial. Su imagen pequeña y robusta, dotada a pesar de todo de una majestad extraordinaria, fue objeto de reverencia dentro y fuera de Gran Bretaña. Su apabullante sentido común, la tranquila seguridad con que acompañaba todas sus decisiones y su íntima identificación con los deseos y preocupaciones de la clase media consiguieron que la sombra protectora de la llamada Viuda de Windsor se proyectase sobre toda una época e impregnase de victorianismo la segunda mitad del siglo.
Su vida se extinguió lentamente, con la misma cadencia reposada con que transcurrieron los años de su viudez. Cuando se hizo pública su muerte, acaecida el 22 de enero de 1901, pareció como si estuviera a punto de producirse un espantoso cataclismo de la naturaleza. La inmensa mayoría de sus súbditos no recordaba un día en que Victoria no hubiese sido su reina.

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lunes, 19 de abril de 2010

Infanta de España María Eulalia de Borbón.


              INFANTA DE ESPAÑA & DUQUESA DE GALLIER.
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                                LA INFANTA INCÓMODA.  



De sobras es sabido que en toda familia siempre hay uno de sus miembros que es considerado por los demás como una oveja negra. Pues bien, las familias reales no son una excepción a esa regla que parece universal. A través de los muchos siglos de historia de las casas reales y nobiliarias, han surgido gran cantidad de figuras controvertidas, que consiguieron hacerse notar o destacar entre los suyos por distintos motivos, aunque básicamente solía ser para ir a contracorriente.
Los Borbones españoles tuvieron ya su primera oveja negra con la nuera del rey Felipe V e Isabel de Parma, la flamante y jovencísima consorte del heredero Luis, Príncipe de Asturias, Luisa-Isabel de Orléans y Borbón. Desde luego, fue la primera oveja negra de importación, pero sus hazañas y excentricidades aún resuenan en las páginas de las memorias y libros de historia. La segunda fue el hijo pequeño de Felipe V e Isabel, el Infante Luis Antonio Jaime, cardenal-primado de España, arzobispo de Toledo y de Sevilla, que trocó sus hábitos cardenalicios y mandó al diablo sus derechos al trono porque lo que realmente le importaba, era fornicar y cazar a placer. Se hizo con el título de conde de Chinchón y una joven esposa aragonesa de segunda fila que le dio cama, prole y no pocos dolores de cabeza.
                            Infante Luís Antonio Jaime.
-Infante Luis De Borbon 
Pasados éstos a mejor vida, fue el joven Fernando, heredero de Carlos IV y María-Luisa, quien dio muchísimos problemas... Tantos que, finalmente, consiguió desbancar a sus padres para ceñir la corona de España. Dado el ejemplo y sentando precedente, fue el hermano menor el Infante Carlos MªIsidro quien, a su vez, volvió a dar la nota discordante en el seno de una familia real peleada entre si. Peor aconteció cuando Fernando VII murió dejando por heredera a Isabelita II, una niña rechoncha, desheredando de paso a Carlos MªIsidro que, reivindicativo de sus derechos dinásticos, se sublevó en armas y montó una guerra civil que iba a durar casi toda la centuria, prolongándose el problema carlista de mano de sus descendientes y partidarios.
Sin embargo, Isabel II hizo también lo suyo para convertirse en una controvertida reina liberal a la que tildaban públicamente de prostituta, al atribuírsele una nutrida lista de amantes, escogidos entre los prohombres de su corte.
La quietud y el romanticismo del reinado de Alfonso XII casi consiguió apaciguar a la familia real. Su viuda y segunda esposa, la estricta reina María-Cristina de Austria,(  fue un modelo de virtud y decoro tanto en lo personal como en lo público; no así su cuñada, la Infanta doña María-Eulalia de España.
                         Reina María Cristina de Austria.
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                                  La Infanta MªEulalia.

                      Nacimiento, exilio, infancia y boda.
Nacida en el Palacio Real de Madrid el día de Santa Eulalia (12 de febrero de 1864),María Eulalia de Borbón (bautizada con los nombres de María Eulalia Francisca de Asís Margarita Roberta Isabel Francisca de Paula Cristina María de la Piedad). Doña Eulalia, pasó los últimos años de su vida en una villa en Irún, donde falleció el 8 de marzo  de 1958 en plena dictadura franquista. Está enterrada en el Panteón de Infantes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial . Fue infanta de España, por ser hija de Isabel II y del consorte don Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz alias "Paco Natillas", pareja que tuvo doce hijos de los que tan solo sobrevivieron cinco. Era la última de cuatro hermanas, siendo precedida por las infantas Isabel "la Chata", María del Pilar y María de la Paz. Cuatro años después (1868), la familia real tomaba el camino del exilio tras ser derrocada la reina por un pronunciamiento militar.

Fotografías de las cuatro hijas de Isabel II: las Infantas Mª Isabel "la Chata", Mª Paz, Mª Pilar y Mª Eulalia de Borbón y Borbón.
Tras cruzar la frontera, Don Francisco de Asís de Borbón se separó de Isabel II, que se llevó consigo a sus 4 hijas e hijo a París, instalándose en un palacete bautizado "de Castilla". Es pues francesa y mucho más liberal la educación que recibió la infanta Eulalia gracias al exilio forzoso de su familia. Después de una inicial enseñanza particular, ingresó en el parisino Colegio del Sagrado-Corazón con sus hermanas mientras Alfonso, príncipe de Asturias, era enviado a la academia militar de Viena y luego a la de Sandhurst, en Gran-Bretaña.
                           Alfonso príncipe de Asturias.
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Se sabe que, por razones de edad, siempre se llevó mucho mejor con sus hermanas Pilar y Paz que con la mayor Isabel.
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Fotografía de la Reina Isabel II de España con las Infantas Eulalia, Paz y Pilar.
En 1870, al estallar la guerra franco-prusiana con la consiguiente caída del emperador francés Napoleón III tras la catástrofe de Sedan, Isabel II tuvo que mandar hacer los baúles y partir con sus hijas a Ginebra hasta que se calmasen las aguas y cesara la guerra civil que había estallado.
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           Eulalia de Borbón en su primera comunión fotografías          cedidas por un asiduo lector. Muchas gracias.20151024_104813

Retrato oficial de Alfonso XII con uniforme de Capitán General, Rey de España a partir del golpe de Estado de 1874 y artífice de la IIª Restauración Borbónica.
Tras la restauración de los Borbones en el trono español en la persona de Alfonso XII, a favor de otro pronunciamiento militar (1874), la Infanta Eulalia regresó a Madrid con apenas 12 años de edad (1876), junto con sus hermanas mientras que la reina Isabel II permanecía en la capital francesa sin visos a recibir el tan esperado permiso para volver a pisar España (los españoles no la querían volver a ver ni en pintura).
La adolescente infanta apareció entonces como la más guapa de las hermanas del rey. Era rubia, con unos ojos de un color azul impactante, grácil, esbelta y de fino cutis, seductora y carismática, desprendía sencillez, inteligencia y cierto inconformismo que ya despuntaba ante las rigideces protocolarias de palacio. Iba y venía de Madrid a Sevilla casi de manera continúa, prefiriendo de lejos la capital hispalense donde se sentía más a gusto porque podía estar con sus queridísimos tíos los duques de Montpensier, que tenían entonces su residencia en el palacio de San Telmo.
Tres años después, en julio de 1879, Alfonso XII se lleva a sus hermanas a pasar unas vacaciones en el balneario de Escoriaza, en Guipúzcoa. El 3 de agosto, la Infanta Pilar sufre convulsiones mientras se encontraba descansando en su cama y fallece irremediablemente dos días después. Los médicos diagnostican post-mortem una meningitis tuberculosa pero, ante el temor del rey a que su familia quedase marcada ante los ojos de la opinión pública, éstos se afanaron por dar una versión diferente contando que la infanta había muerto a consecuencia de un derrame.
La difunta estuvo muy enamorada del príncipe imperial Napoleón Eugenio Luis, heredero de los emperadores Napoleón III y Eugenia de Montijo, hasta el punto en que ambas familias se mostraron dispuestas a casarles. Sin embargo, el príncipe imperial murió en una escaramuza contra los Zulús (1 de junio de 1879) en Ulundi, Sudáfrica, y la pobre infanta se quedó compuesta y sin novio.
El año anterior (1878), Eulalia había enterrado a su cuñada la popular reina María de las Mercedes de Orleáns y Borbón, muerta de tifus a los pocos meses de casada.

Retrato de la Infanta Isabel de Borbón y Borbón (1851-1931), Condesa Vda. de Girgenti, hija primogénita de Isabel II y por dos veces Princesa de Asturias, más conocida como "La Chata".
A Eulalia tan solo le quedaría el consuelo de tener a su lado a su otra hermana Paz, puesto que con Isabel no se llevaba nada bien y tenían roces constantes. La diferencia de edad entre ellas (Isabel nació en 1851 y Eulalia en 1864), que era más de una década, hizo que una y otra tuviesen mentalidades bien distintas. Lo cierto es que Eulalia se sentía casi como una extranjera en España: francesa en su modo de vivir y pensar, no alcanzaba en comprender el carácter de los españoles y su exacerbado catolicismo; le resultaba chocante lo pretenciosas que podían llegar a ser las encopetadas damas de la corte madrileña en comparación con sus homólogas francesas. Es más, solía cometer muchas más faltas gramaticales en castellano que en francés.
No hay mucho que contar de la vida de la infanta entre 1879 y 1885, si no es resaltar la segunda boda de su hermano Alfonso XII con la prima segunda del emperador Francisco-José I de Austria, la archiduquesa María-Cristina (1858-1929), el 29 de noviembre de 1879. Por otro lado, su primer encuentro con el príncipe heredero Carlos de Portugal en la feria de Sevilla, que se tradujo en un flechazo y que iba a convertirles en amantes durante mucho tiempo (hablamos del inicio de la década de 1880).

Retrato de Alfonso XII (1857-1885), Rey de España entre 1874 y 1885.
El fatídico año de 1885, estalla un brote de cólera en Aranjuez, asunto que conmueve al rey y le lleva a cometer una imprudencia como la de visitar a los enfermos sin consultarlo previamente con el Gobierno. Expuesto al contagio, pronto enferma Alfonso XII y ha de guardar cama en El Pardo donde los médicos se revelan impotentes. No es el cólera sino la tuberculosis la que se declara en el real paciente y, para semejante mal, no existe más desenlace que la muerte.
En su cama de moribundo, Alfonso XII rogará a Eulalia que dé su consentimiento y su mano a un pretendiente, su primo carnal el príncipe e infante Antonio de Orleáns y Borbón (1866-1930), futuro 4º duque de Galliera, hijo de los duques de Montpensier (Antoine de Orleáns y la Infanta MªLuisa-Fernanda de Borbón, cuñado y hermana de Isabel II respectivamente). Poco después, el 25 de noviembre, fallece el rey.

Fotografía del enlace de la Infanta Eulalia con su primo-hermano el Infante Antonio de Orleáns, el 6 de marzo de 1886, en Madrid.
Dado que su hermano le arrancó la promesa de casarse con su primo, y que su hermana mayor Isabel alias la Chata y su madre la reina Isabel II la presionan y coaccionan sin piedad para que acceda, Eulalia no tendrá más remedio que cumplir con su palabra aunque sea contraria a semejante matrimonio, pues su corazón pertenece a otra persona. Tras la debida observación del luto por el rey difunto, y a regañadientes, la infanta casó finalmente con Antonio de Orleáns, del que no estaba absolutamente enamorada, el 6 de marzo de 1886, en Madrid. Se dijo entonces que la boda real tuvo más tinte de funeral que de esponsal.

Retrato de la Reina Vda. María-Cristina de Austria-Lorena, Regente de España, con su hijo el rey Alfonso XIII en brazos, en 1887.
El mismo año, su cuñada la reina-regente María-Cristina de Austria, que andaba en avanzado estado de buena esperanza, paría al único hijo varón póstumo de Alfonso XII: el niño-rey Alfonso XIII que, apenas salido del vientre materno y presentado al gobierno en bandeja de plata (literalmente), fue inmediatamente aupado hasta el solio real.
A decir de algunos, el novio era un hombre muy voluble, ciertamente mediocre, sin empaque y de limitadas virtudes; lo justo como para espantar a una mujer inteligente y de educación cosmopolita como la infanta Eulalia. Aunque ambos intentaron poner de lo suyo para que se estableciera un buen entendimiento, las buenas voluntades se fueron al traste cuando Antonio empezó a coleccionar amantes sin ocultarse, y a despilfarrar su cuantiosa fortuna y la de su esposa. A una de ellas, de cuyo brazo paseaba sin decoro alguno, la colmó de joyas, tierras e incluso, previa intercesión de su sobrino el rey Alfonso XIII, le regaló un título de nobleza*. Eulalia se vengó sutilmente, sin aspavientos, de las continuas infidelidades del marido, coqueteando con otros tantos hombres apuestos que se cruzaron en el curso de esos años en que viajó y mucho para olvidar su infelicidad conyugal.
Los futuros duques de Galliera tuvieron, en cualquier caso, dos hijos y una hija muerta al nacer:
-Don Alfonso de Orléans y Borbón (1886-1975), Infante de España, futuro 5º duque de Galliera.
-Don Luis Fernando de Orléans y Borbón (1888-1945), Infante de España.
-Doña N. de Orléans y Borbón (1890).
(*)_Se trata de Carmen Giménez Flórez, natural de Córdoba, popularmente conocida como "la Infantona" y "Carmela" para los amigos, que fue agraciada con el título de vizcondesa de Termens por el rey Alfonso XIII, a instancias del infante Antonio de Orléans y Borbón.
                  Viajes Oficiales Polémicos.
En 1892, la infanta Eulalia y su marido son requeridos por la reina-regente y el Gobierno de Cánovas del Castillo para representar a la Corona Española en un viaje oficial por Puerto-Rico, Cuba y Estados Unidos (con gira por Chicago, Washington y Nueva York), con ocasión de la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América por Colón. Al desembarcar en el puerto de La Habana, la infanta aparece ante los cubanos vestida con los colores de los insurrectos de la isla, provocando la incomodidad de algunos y la alarma de la comitiva, que sugiere a Eulalia un cambio de vestido. ¿Un guiño de la infanta a los revolucionarios? Desde luego que si. Haciendo caso omiso del surgimiento, prosiguió con su visita sin inmutarse, levantando no pocas ampollas y algunos roces a su paso. Aguda, intuitiva y perspicaz, la infanta se percató claramente que, en breve, la guerra era inevitable entre EE.UU. y España.

Fotografía de los Infantes de España Don Antonio de Orléans y Borbón (1866-1930) y Doña Eulalia de Borbón y Borbón (1864-1958), realizada en el curso de su visita oficial a la Exposición Universal de Chicago, como representantes de España en 1893.
Igual de desafiante se mostró también en su viaje a Checoslovaquia (el antiguo reino de Bohemia), al entrar en contacto con los dirigentes revolucionarios que se erigían en enemigos acérrimos de la familia de su cuñada, sintiendo por ellos una clara empatía y defendiendo, de paso, sus reivindicaciones para mayor escándalo del gobierno del imperio austro-húngaro.
                             La Duquesa de Galliera.
En 1895, el rey Humberto I de Italia restablece el título de duque de Galliera en favor del infante Antonio de Orléans, después de que el heredero legítimo lo rechazase. Dada la existencia de un parentesco con la difunta y última duquesa de Galliera, Maria de Brignole-Sale (1812-1888), a través del príncipe Luis V José de Borbón-Condé y su segunda esposa Maria-Catarina de Brignole-Sale, ex-mujer del príncipe Honorato III de Mónaco, el ducado va a parar a sus manos junto con un buen lote de tierras en Italia.
Maria-Eulalia_Duquesa-de-Galliera_1864-1958
Retrato fotográfico de la Infanta Eulalia de Borbón, Duquesa de Galliera (1864-1958), con vestido de corte.
A partir de ese momento, la pareja sería universalmente conocida como "el Duque y la Duquesa de Galliera".
Por aquel entonces, el matrimonio Galliera hacía aguas. Antonio de Orléans no podía dejar de ser infiel a Eulalia y ésta le acabó pagando con la misma moneda, pensando seriamente en pedir una separación formal cuando en las familias reales aquella opción resultaba inconcebible. Se sentía humillada por el comportamiento de su marido, agraviada por el gesto de su sobrino Alfonso XIII (que había concedido un título a la amante de Antonio), al que consideraba un mal criado y, harta de semejante farsa, puso el grito en el cielo. Desde que habían tenido a sus dos hijos y tras el triste alumbramiento de la única hija, nacida muerta en 1890, Eulalia y Antonio vivían por separado guardando las formas de cara a la galería... Pero el aparente decoro de la pareja no engañó a nadie: él se mostraba sin pudor en compañía de su amante del momento, mientras ella, con mucha más discreción, se dejaba amar por hombres más apuestos y de cualquier rango.
Su decisión de pedir la separación, irrevocable, le valió un alud de críticas por parte de la familia real. Lejos de dejarse amedrentar por las continuas reprobaciones que le llovían por parte de sus parientes, la infanta Eulalia, más desafiante que nunca, llevó su deseo de libertad hasta las últimas consecuencias. Tanto la familia real como el gobierno se lo negaron y, ante la negativa, se fue derechita ante un juez para reclamar su derecho como si fuera una mujer de a pie. La infanta removió tanto las aguas que el gobierno tuvo que tirar por la calle de en medio: se le concedía la separación de cuerpos, que no el divorcio, que no estaba reconocido en España.
                                  Quiero el divorcio!
El 31 de mayo de 1900, la separación de los duques de Galliera cayó como una bomba en la villa y corte de Madrid, al hacerse pública. Huelga decir que el escándalo fue mayúsculo en un país tan conservador y católico, en el que no se concebía ni remotamente que una mujer pudiese separarse del marido. Desde siempre, el matrimonio se tenía por indisoluble hasta la muerte. En cualquier caso, la infanta Eulalia se puso por montera la indignación y el escándalo general, ansiosa de recobrar su libertad e independencia. A sus 36 años, se encontraba por fin libre y orgullosa de ser la primera princesa española a separarse de un marido putero que dilapidaba su fortuna en querindangas.
Su nueva situación hizo sensación en todas las cortes europeas del momento y, como tenía alma viajera, no tardó mucho en hacer sus baúles para pasear su recién estrenada soltería por todos los más encopetados salones del Viejo Continente. Madrid y sus reprobaciones le ahogaban y lo mejor era respirar otros ambientes más liberales y distendidos. Sin embargo, en Europa empezaban a soplar vientos que prometían ser huracanados, y ella los presintió cual agorera.

Retrato de Doña Isabel II de Borbón (1830-1904), Reina de España entre 1833 y 1868, en una fotografía del año en que fue derrocada e invitada a exiliarse lejos del territorio español. / Abajo, retrato del rey consorte de España Don Francisco de Asís de Borbón, Duque de Cádiz e Infante de España (1822-1902).
Después de una primera escala en París, ciudad de su infancia y cuyo ambiente era más acorde a su carácter aperturista, Eulalia empezó su particular "tour" por las cortes de los reinos y principados del Imperio Alemán. La muerte de su madre Isabel II, apodada "la Reina de los tristes destinos", acaecida el 9 de abril de 1904, contando 73 años de edad en París y dos años después de la de su padre don Francisco de Asís, la retuvo momentáneamente en la capital del Sena. El mismo año, sus hijos Alfonso y Luis Fernando volvían a España después de haber cursado estudios en Inglaterra, el Beaumont College -un establecimiento de enseñanza privada regentado por padres jesuitas-, durante casi 5 años. Dos años más tarde, en 1906, su primogénito ingresaba en la Academia Militar de Toledo y manifestó su deseo de convertirse en piloto de aviones, lo que le llevó a formarse en las fuerzas aéreas francesas.
En 1905, la Infanta Eulalia se encontraba en San Petersburgo cuando aconteció la trágica manifestación repelida a tiros por las tropas durante el famoso "Domingo Sangriento", preludio de la revolución que iba a barrer con la misma brutalidad la monarquía zarista. Se conserva de aquel entonces, una fotografía de la infanta llevando una tiara tipo kokoshnik y posando junto a la Princesa Olga Paley, esposa morganática del gran-duque Pablo de Rusia (un matrimonio que había provocado su particular escándalo en la corte imperial de Nicolás II).
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La Infanta Eulalia de Borbón fotografiada junto a la Princesa Olga Paley, esposa del Gran Duque Pablo de Rusia, en San Petersburgo, 1905.
Su peregrinaje europeo le sirvió para conocer y codearse con testas coronadas y personajes de talla: el káiser Guillermo II de Alemania, el emperador Pedro II de Brasil, el emperador Francisco-José I de Austria, el zar Nicolás II de Rusia y el Papa Pío IX, por citar los más relevantes. En Francia, era una habitual de las concurridas tertulias literarias que se ofrecían en los salones aristocráticos de París, como el de la elegantísima Condesa Greffulhe (inspiradora del personaje de la duquesa de Guermantes, en la novela de Marcel Proust), que se abría los jueves de cada semana. Disfrutaba rodeándose de las mejores mentes preclaras de inicios del siglo XX como Anatole France, Lotti,... con los que podía intercambiar ideas y ampliar su horizonte intelectual. Entre sus relaciones se encontraban indiferentemente reyes, emperadores, príncipes, duques, periodistas, artistas y políticos de izquierdas y republicanos, cosa que en Madrid no ocurría ni por asomo.

Retrato de la Princesa Elisabeth de Riquet de Caraman-Chimay, Condesa Greffulhe (1860-1952), según Philipp Alexius Laszlo en 1905; fue la reina de los salones mundanos del faubourg Saint-Germain de París, recibiendo a la élite parisina en su residencia del nº10 de la calle Astorg todos los jueves, donde se mezclaban políticos, artistas, escritores, científicos, financieros y aristócratas. Casada con el conde Henry Greffulhe, único heredero de un imperio financiero e inmobiliario, procedía a la vez de la alta aristocracia belga y francesa.





                            El Asesinato del amor de su vida.
En 1908, le llegó la terrible noticia del asesinato a tiros del rey Carlos I de Portugal y de su heredero Luis-Felipe, príncipe de Beira, cuando la familia real lusa hacía su entrada oficial a Lisboa tras una estancia en su residencia de Vila Viçosa. El monarca portugués, por lo visto, fue su gran amor secreto desde que ambos se conocieran en la feria de Sevilla, en la época en que aún andaban los dos solteros y sin compromiso. Aunque Carlos I (1863-1908) se casó en 1886 con la princesa Amélie de Orléans, hija de los Condes de París, y la infanta Eulalia hiciera lo mismo desposándose con el infante Antonio de Orléans el mismo año, nunca dejaron de lado su historia de amor juvenil y siguieron manteniendo sus encuentros y una abultada correspondencia de manera secretísima.

Retrato de la Princesa Amelia de Orléans (1865-1951), Reina de Portugal y madre del rey Manuel II, según Vitor Corcos en 1905. Hija de los Condes de París, se casó en 1886 con el que sería en 1889 el rey Carlos I.
Al ver las fotos de Eulalia y Carlos I de Portugal, uno se percata de las similitudes físicas existentes entre ellos dos: ambos eran rubios, de ojos azules y atractivos, como hechos el uno para el otro. Nos queda una pregunta en el tintero: ¿por qué no se casaron si estaban tan enamorados? Alfonso XII parece contestar a esta incógnita, alegando que Eulalia no quería ser reina por nada del mundo y Carlos estaba destinado a ceñir la corona portuguesa...
Rey de Portugal desde el 10 de 0ctubre de 1889, el reinado de Carlos I se caracterizó por un malestar general debido al estado de bancarrota del país (declarado por dos veces, en 1892 y 1902) y avivado por los desaciertos políticos del gobierno luso, la extravagancia, el despilfarro y los amoríos adúlteros del monarca, que provocaron de manera directa o indirecta un buen número de disturbios populares, enfrentamientos con socialistas y republicanos, alentados por una prensa muy crítica con la monarquía de los Braganza-Sajonia-Coburgo-Gotha. El golpe de Estado de Joao Franco, que se impuso como primer ministro y la consiguiente disolución del Parlamento Luso, en un intento de restablecer la paz sociopolítica del país, sellaron el destino de Carlos I.

El 1 de febrero de 1908, aprovechando el paso de la comitiva real por la Plaza del Comercio de Lisboa, dos o más asesinos republicanos disparan contra el rey Carlos I y su familia con el fin de acabar con la monarquía lusa. Ilustración de la época.
El 1 de febrero de 1908, la familia real lusa regresaba al Palacio Real da Ajuda de Lisboa después de una estancia en el palacio de Vila Viçosa, desoyendo las advertencias de que algo se fraguaba contra el rey. Durante el trayecto de la comitiva real, y pasando por la Plaza del Comercio, dos (o más?) republicanos dispararon desde la multitud contra la familia real; Carlos I murió en el acto mientras su heredero Luis-Felipe, agonizó durante 20 minutos, y el infante Manuel se salvó con solo un disparo en el brazo, saliendo milagrosamente indemne la reina Amelia. La guardia del rey respondió a los disparos masacrando a los dos regicidas, Alfredo Costa y Manuel Buiça.

Retrato oficial del Rey Carlos I de Portugal (1863-1908), que reinó entre el 10 de octubre de 1899 y el 1 de febrero de 1908. Su idilio con la Infanta Eulalia permaneció secreto hasta que, a la muerte de Eulalia en 1958, se descubrió su correspondencia con Carlos I...
Nos podemos imaginar cómo sentó semejante noticia a la infanta Eulalia... Había perdido a su gran amor y único confidente.
           Eulalia, autora "non grata" en España.

Retrato de la Infanta Eulalia de España, Duquesa de Galliera (1864-1958), posando con un vestido de corte. / Abajo, retrato juvenil del Rey Alfonso XIII de España (1886-1941), sobrino de la Infanta Eulalia, según el artista Ramón Casas.
Mientras estuvo viajando y seduciendo mentes y corazones por las cortes de Europa, la infanta se puso a escribir lo que iba a convertirse en un libro escandaloso. Nunca antes se había visto que una princesa se diera el lujo y la libertad de plasmar en negro sobre blanco sus impresiones personales sobre su época y sus contemporáneos; pero llegó Eulalia y con ella el escándalo, cuando mandó publicar su manuscrito titulado en francés "Au fil de la Vie" (A lo largo de la vida), en 1911 y firmando bajo el inequívoco seudónimo "Comtesse d'Avila". En ese polémico libro, la infanta daba rienda suelta a sus ideas "revolucionarias", presentándose como una feminista convencida y partidaria del divorcio. El impacto fue tal que su enojado sobrino Alfonso XIII, que ya había asumido las riendas desde 1902, vetó la publicación en todo el territorio español y comunicó su soberano enfado a la autora, dándole a entender que no era bienvenida en España. Declarada persona non grata y desterrada durante una década, la infanta siguió yendo de un lado a otro del Viejo Continente como una apátrida, una exiliada renegada por su familia, llevándola a fijar su lugar de residencia habitual en París (en un elegante apartamento del Boulevard Lannes), capital de su patria afectiva.
1909_Soiree-Pre-Catelan_Gervex_edited
"Velada en el Pré Catelan", obra de Gervex realizada en 1909 en París. El cuadro, que fue encargado por el propietario del restaurante, nos da una pequeña muestra de lo que era el lujoso y refinado ambiente de la "Belle Epoque" y que la Infanta Eulalia conoció muy bien.
Tras estallar la primera Guerra Mundial (1914-1918), Eulalia prosiguió con su carrera de escritora ocasional publicando un segundo manuscrito en Londres, titulado "Court Life from Within" en 1915. Veinticinco años después, en 1930, daría otro gran golpe al publicar sus "Memorias". En 1949, serían sus "Cartas a Isabel II" (Mi viaje a Cuba y a Estados Unidos), libro que recoge las sesenta cartas que Eulalia escribió a su madre en el curso de sus viajes oficiales al Nuevo Continente en 1893.

La Infanta Eulalia acompañada por sus dos hijos, los Infantes Don Alfonso y Don Luis Fernando de Orléans. Durante mucho tiempo, se vio privada de la custodia de sus hijos tras su separación con Antonio de Orléans en 1900; éstos habían sido enviados por su padre a Inglaterra para estudiar en un colegio jesuita...
Puesto que España le estaba vetada, la infanta tuvo que instalarse en una residencia para damas que regentaba una religiosa conocida como la Madre Lóriga, ya que andaba escasa de caudales y no se podía permitir el lujo de mantener casa propia. El continuo despilfarro de su ex-marido la habían arruinado y, al no poder disponer de sus cuentas bancarias sin el expreso permiso marital (cosa común para todas las mujeres de la época), se vio abocada a una situación financiera que rozó la pobreza hasta que consiguió, por vía judicial (con el respaldo de sus hijos), recuperar lo que quedaba de la mermada fortuna familiar y obtener la inhabilitación de su ex-marido.
Por su lado, el infante Antonio de Orléans y Borbón, que nunca se privó de nada y gastó a manos llenas en extravagancias y fulanas mientras su ex-mujer se debatía en la penuria, se vio finalmente obligado a vender en 1919 las tierras de su ducado italiano de Galliera para hacer frente a sus colosales deudas. En cuanto a su aventura sentimental con la rica viuda del magnate norteamericano Simon Gugenheim, la bella bretona Marie-Louise Le Manac'h (1869-1949), iniciada en 1900 y a la que dio amplia publicidad en Londres, París y Sevilla, no cuajó en boda por su culpa. Incapaz de serle fiel, ésta acaba abandonándole a su suerte en 1906.

No nos ha de extrañar que, en cierta ocasión, el propio rey Alfonso XIII emplease el término "republicana" para referirse a su tía la infanta Eulalia, tras oír de sus labios los argumentos sobre la inevitable revolución portuguesa o la rusa y sus acertadas predicciones, nada alentadoras, en torno al futuro de las monarquías europeas incluyendo la española. El tiempo le dio la razón y ella lo sentenció de este modo: "Ninguna corona se ciñe lo suficiente como para no caerse."

Retrato de Don Alfonso XIII (1886-1941), Rey de España entre 1886 y 1931, posando con uniforme de húsar según el pintor Sorolla, en 1907./ Abajo, fotografía de la Infanta Isabel "la Chata", Condesa viuda de Girgenti (1851-1931), la mayor de las cuatro hijas de Isabel II.
En respuesta al calificativo de su sobrino, Eulalia escribiría en sus "Memorias": "¡Republicana! Siempre que en la Corte española se decía algo que se separara del criterio predominante, o se opinara libremente, o se expusieran realidades, surgía la palabra. No cegarse, no tener en los ojos una venda ni en la boca una mordaza, era ser republicana...¡Republicana! Para muchos de los nobles españoles, yo lo era. Lo éramos todos los que no estábamos empeñados en no ver. Y, en España, ser republicano era no sólo profesar un credo político, sino estar excluido del contacto con los servidores del Rey..."
Eulalia fue la única persona de su familia en criticar la abominable educación de su sobrino Alfonso XIII. No podía sentir otra cosa que asombro y espanto ante la permisividad e indulgencia de la reina-regente María-Cristina y el ciego acatamiento de la infanta Isabel la Chata, respecto a Alfonso. Le tildó de malcriado y consentido, imbuido de su papel de monarca absoluto, acostumbrado a que todos, desde sus tías hasta el último cortesano, le rieran las gracias, le reverenciasen como un dios y ejecutasen con diligencia sus órdenes con solo levantar una ceja o el dedo meñique. La actitud y prepotencia del rey le consternaba, pero más le indignaba que toda la familia se guardara mucho de rechistarle y corregirle.
Famoso queda el conflicto anecdótico entre la infanta Eulalia y el rey Alfonso XIII, cuando en la mesa sirvieron coliflor. A la infanta le desagradaba y no quiso comérsela. Su sobrino le preguntó por qué no tomaba coliflor y ella le contestó que no la soportaba. Entonces el joven monarca le ordenó que hiciera el esfuerzo, porque a él le gustaba y se le antojaba que ella también se la comiera.

El Comedor de diario del Palacio Real de Madrid, presidido por el imponente retrato de la reina Isabel II con su primogénita la Infanta Isabel "la Chata", princesa de Asturias, según Winterhalter. Sus ventanas dan sobre la fachada de la calle Bailén, justo encima de la Puerta del Príncipe.
Vista aérea del Palacio Real de Madrid en la actualidad, frente al cual se levantó la Catedral de la Almudena. En él vivieron los reyes Alfonso XIII y Victoria-Eugenia con su corte, siendo sus últimos inquilinos fijos, hasta 1931, año de la caída de la monarquía española y de la llegada de la IIª República.
Por cierto, en el Palacio Real de Madrid, se tardaba exactamente 20 minutos de reloj entre el momento en que los platos salían de las cocinas y llegaban al comedor de diario, donde la familia real tomaba habitualmente sus almuerzos y cenas, por lo que solían siempre comer más frío que tibio.
Ni Alfonso XIII pudo con ella, ni tampoco la Infanta Isabel cuando se propuso meterla en vereda desde los 18 años y convertirse en su "institutriz" a lo Rottenmeyer, espiando y vigilando todo lo que hacía o dejaba de hacer, recriminándole constantemente lo deslenguada y descortés que era. Fue la Chata quien le espetó en su día "Hay que saber ser Infanta antes que mujer!"... Fue ella también quien sopló a la reina María-Cristina que Eulalia había ido a París para abortar, tras quedarse accidentalmente encinta de su amante de turno (el aristócrata ruso Conde de Jametel). Las recriminaciones le resbalaban y se alzaba de hombros, harta de tanta gazmoñería española.
Por lo que tocaba a su ex-marido, el despechado infante Antonio, duque de Galliera, éste se quejó hipócritamente de Eulalia citando cómo ella controlaba, con reloj de bolsillo en mano, el tiempo de cohabitación que le permitía sin concederle ni un minuto extra, tal era su inapetencia sexual y el asco que le daba tener que acostarse con él. Las razones eran obvias.

Retrato de la Reina Isabel II de España, madre de la Infanta Eulalia, a la que pareció transmitir su gusto por las aventuras de alcoba...
La única que se guardó de reprocharle su conducta fue su madre Isabel II. Y con razón. El currículum materno era demoledor y no brindaba a ésta la suficiente autoridad moral como par dar lecciones de decencia y decoro a una hija que parecía un calco suyo en muchos aspectos. Isabel II tuvo su cama abierta a mucha gente, empezando por su "general bonito" (el General Serrano), sucedido por un oficial de ingenieros valenciano, el famoso Enrique Puigmoltó (supuesto padre de Alfonso XII) y éste, a su vez, reemplazado por el comandante José Ruiz de Arana apodado el "Pollo Arana" (y supuesto padre de la Chata). Después vinieron un marqués, un coronel, un cantante de ópera, un músico callejero, un odontólogo norteamericano o un turco albanés al que llamaba simplemente "Jorge": "Tú me enseñarás el albanés, el inglés y todos los idiomas, y yo te enseñaré a ti el lenguaje de mi alma..." le escribió la calentorra en una apasionada carta. Y qué decir de su secretario personal, Miguel Tenorio, de quien algunos historiadores mantienen la hipótesis de que es el auténtico padre de las infantas Paz, Pilar y Eulalia!.
Eulalia en 1953, con Juan Carlos, actual rey de España, y su hermano, el infante don Alfonso. Eulalia en 1953, con Juan Carlos actual rey de España y su hermano, el infante Alfonso.
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https://youtu.be/vLN1rLKh85o
 
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