Isabel de Farnesio.
Reina consorte de España.
(Primer mandato).
Tras la muerte de la primera esposa de Felipe V, María Luisa Gabriela de Saboya y Orléans, la princesa de los Ursinos, que ejercía una especie de regencia, comentaba con el abate Giulio Alberoni (Fiorenzuola d'Arda, 1664-Piacenza, 1752) la necesidad urgente de encontrar una nueva esposa para el rey. Debido a que éste estaba en tal estado de decaimiento, se temía por su salud mental. Según parece, era tanta la fogosidad de Felipe V y su necesidad de expresarla, que el tener que contenerse le provocaba terribles dolores de cabeza. Hubo quien sugirió damas dispuestas a ofrecerse al rey para aliviar sus irrefrenables impulsos sexuales, pero el monarca, demasiado santurrón, tenía en horror la sola idea de fornicar con otra mujer que no fuera su legítima compañera ante los ojos de Dios. Sencillamente, y por un miedo irracional al infierno ferozmente inculcado por sus tutores, Felipe V no estaba dispuesto a pecar carnalmente y dar semejante ejemplo a sus súbditos, aunque de ello dependiera su salud y estabilidad emocional.
La elegida para convertirse en la segunda esposa de Felipe V fue Isabel Farnesio (Parma, 1692-Madrid, 1766), Princesa de Parma, única hija de los príncipes herederos de Parma, Eduardo II (1666-1693) y Sofía Dorotea de Neoburgo (1670-1748) . Isabel se convirtió así en la segunda reina española de origen italiano. Además, Sofía Dorotea era hermana de Mariana de Neoburgo, por lo que Isabel era sobrina de la viuda de Carlos II, el último de los Habsburgo, que vivía exiliada en Bayona. La primera esposa de Felipe V, la reina María Luisa Gabriela, no tardó en ser suplida por Isabel Farnesio. A todas luces, el trono de la ambiciosa parmesana fue la cama, desde la que se dictó la política española de su tiempo, ya que conociendo el punto débil de su esposo no dudó en aprovecharse de él.
Isabel de Parma.
Según las crónicas, la elección de Isabel Farnesio para convertirse en la esposa de Felipe V no fue del todo casual. Influyeron en la elección no sólo los cortesanos más allegados al rey, como la princesa de los Ursinos, sino personajes tan alejados de la corte como la desterrada reina viuda Mariana de Neoburgo. Además estaba Giulio Alberoni, encargado por el tío de Isabel, el duque Antonio I de Parma, de las negociaciones para lograr el matrimonio de su hija con Felipe V. Isabel de Parma era físicamente una mujer alta y bien formada, con un aspecto vital y unos ojos que emanaban carácter y ambición, aunque la viruela padecida durante su juventud le había quitado muchos encantos a su rostro.
Pese a todo seguía siendo bella. Era además una mujer astuta, versada en idiomas, que disfrutaba interviniendo en política y se interesaba por todas las actividades artísticas e intelectuales. Siempre según las crónicas, Isabel fue descrita a la princesa de los Ursinos como una mujer sumisa, sencilla, sin carácter, inofensiva y manipulable, relegada a una posición tan discreta que no tenía más aficiones que la de bordar y atiborrarse de pasta, queso parmesano y mantequilla, en suma todo lo contrario de cómo realmente era. Esa buena propaganda fue enteramente fabricada por el intrigante abate Alberoni, para ganarse el apoyo de la princesa y conseguir que Isabel se convirtiera en la nueva reina de España.
Las negociaciones entre la Corona Española y el duque de Parma para lograr el matrimonio entre Isabel y Felipe V tenían otro objetivo además del explicito de la boda: la aspiración española a las perdidas posesiones en Italia, a las que aspiraba Isabel como única heredera de Parma. No solo pareció adecuado el compromiso a la princesa de los Ursinos, sino también al mismísimo Luis XIV, a quien la idea de que los Borbones tuvieran posesiones en Italia le parecía excelente.
La princesa de los Ursinos como camarera mayor de la corte y como "regente" efectiva de la corona española, y ante la apatía de Felipe V, fue la encargada no sólo de las negociaciones matrimoniales, sino también de comunicarle al rey su próximo enlace con Isabel de Parma. Entusiasmado ante la idea, Felipe pasó de la tristeza a la alegría tras seis meses de melancólico luto, y sobre todo de rigurosa abstinencia sexual, lo que según los médicos le provocaba el lamentable estado de salud en el que se encontraba.
Algo sorprendente en el enlace entre Isabel y Felipe V fue la rapidez con que todo se llevó a cabo. Tras unas diligentes negociaciones matrimoniales en 1714, a instancias del rey, se firmaron las capitulaciones matrimoniales para la boda por poderes en Parma en agosto. Al mes siguiente, en Parma, se celebró entonces la boda por poderes, tras la cual partió Isabel sin más dilación hacia España para reunirse con su flamante marido.
Por lo visto, el viaje se pensaba realizar por mar, pero debido a las inclemencias del tiempo que hacían peligroso el viaje, éste se interrumpió y hubo de proseguirse por tierra atravesando territorio francés.
Al parecer fue durante el viaje por tierra hacia España cuando, al pasar por Francia Isabel de Parma tuvo una entrevista con su tía, la exiliada reina viuda Mariana de Neoburgo. La entrevista se produjo en la ciudad francesa de Saint-Jean-de-Pied-de-Port. Según cuentan las crónicas de la época, durante esta breve entrevista Mariana de Neoburgo informó a su sobrina sobre el carácter de los españoles y la vida en la corte madrileña. Pero además, la previno sobre la influencia que en la Corte tenía la princesa de los Ursinos, aconsejándola que la alejara del rey y de la Corte.
En su viaje hacia Madrid, y después de atravesar la frontera franco-española, Isabel de Parma pasó por la ciudad de Pamplona, donde la nueva reina de España fue agasajada por la población durante nada menos que cinco días. Aquí la joven Isabel empezó a conocer el carácter de los españoles quienes según cuentan parecían encantados con la segunda esposa de Felipe V, pensando quizá que sería tan buena como la añorada María Luisa Gabriela de Saboya.
La caída y expulsión de la Princesa de Los Ursinos
Un suceso lamentable ocurrió cuando la joven reina Isabel se acercaba a Madrid en la navidad de 1714. Un impaciente Felipe V que esperaba a su nueva esposa en Guadalajara envió a Jadraque a su amiga y consejera la princesa de los Ursinos para recibir en su nombre a Isabel. Pero sucedió que por su avanzada edad -tenía setenta y dos años- y achaques, la princesa de los Ursinos no pudo ejecutar la reverencia completa ante la reina como lo requería la etiqueta. Además se tomó la confianza de coger a la reina por la cintura, haciendo ciertos comentarios sobre su aspecto rollizo y tratándola como a una chiquilla. Esto hizo que una Isabel fuera de sí, echase a la princesa no solo de la estancia, sino también del reino. El incidente sucedido en Jadraque, que dio pie a la reina Isabel para expulsar a la princesa de los Ursinos del reino ha pasado también a la historia por el hecho de que el jefe de la guardia, temeroso de ser objeto de futuras represalias por parte del rey, y sabedor de la omnipotencia de la princesa de los Ursinos, solicitó de la reina Isabel que la orden de expulsión se le diera por escrito. No faltaba más! Pidió pluma y papel, escribiendo ella misma y sobre su falda dicha orden. Tan rápidamente fue cumplida la orden, que la querida princesa fue metida con lo puesto en una carroza y conducida a través de una terrible nevada, bajo escolta, hasta la frontera con Francia. Lo más triste es que, enterado Felipe V del suceso, no hizo nada por hacer regresar a su querida consejera, se dice que por no contrariar a su nueva esposa. Como la princesa no tenía más valedor que el rey de España y éste la había abandonado a su suerte, ésta se vio mal acogida por las autoridades francesas. Peor aún: cuando osó presentarse en la corte de Versailles, la acogida no pudo ser más glacial por parte de Luis XIV y la marquesa de Maintenon, ya que miraban a la princesa de los Ursinos como a una traidora a los intereses de Francia por haber defendido una política que conciliara los objetivos de ambos reinos cuando estaba en el poder.
Tuvo entonces que abandonar Versalles y refugiarse en casa de su hermano el duque de Noirmoutiers hasta que en 1715, al fallecer Luis XIV e inaugurarse la regencia del duque de Orleáns, acérrimo enemigo de la princesa, le fue notificada que era persona non grata en Francia. Volvió a hacer sus baúles y cruzó la frontera italiana para morir finalmente en el más absoluto olvido.
Ciertamente, si hay algo que agradecer a la princesa de los Ursinos, fue su intento de llevar una política conciliadora en la que no admitía que los intereses españoles fueran ninguneados frente a los de Versailles. Y eso, Luis XIV y sus ministros no lo digerieron muy bien...
En las Memorias, Louis de Rouvroy, duque de Saint-Simon (1675-1755) .- nos ofrece un extraordinario documento sobre la vida pública y privada de la aristocracia. Además comenta divertido como los cortesanos españoles se quedaron muy contrariados al ver como, tras la ceremonia nupcial, celebrada a la seis de la tarde, el nuevo matrimonio formado por Isabel de Parma y Felipe V se dirigió rápidamente a la cámara nupcial para consumar su unión.
Ya desde su primer encuentro con Felipe V, Isabel descubrió que, debido al lujurioso temperamento de su marido, podría dominarlo fácilmente desde el lecho conyugal. Tanto es así, que unos años después de la boda, se comentaba no solo en la Corte española sino también en la de Versailles que el rey se debilitaba a ojos vista, debido sobre todo a los numerosos encuentros que con la reina tenía.
Además cuentan algunos que Isabel, cuando veía apaciguado a Felipe le administraba un brebaje afrodisíaco de vino mezclado con diversas especias.
El matrimonio entre Isabel de Parma y Felipe V se celebró en 1714 en la misma ciudad de Guadalajara; Isabel tenía veintidós años y Felipe treinta y uno. En los cuadros que representan el momento, y que podemos ver en el Museo del Prado, podemos observar como Isabel tenía ya un aspecto rollizo, debido probablemente a su debilidad por la pasta y el queso parmesano.
Según cuentan las crónicas cortesanas de la época, la reina Isabel de Parma era una mujer imponente, de gran estatura y aspecto voluminoso, que llamaba la atención nada más entrar en una habitación. A pesar de esto, Isabel no dudaba en resaltar su persona, adornándose profusamente con todo tipo de joyas vistosas, pieles, encajes y lazos, y todo lo que estuviera de moda; le sentara bien o mal, siempre iba engalanada como lo que era y se esperaba de una reina.
La reina mal querida
El recibimiento que la villa de Madrid hizo a la segunda esposa de Felipe V, la italiana Isabel de Parma, fue todo menos "bienvenida". Se dispensó más bien una gélida acogida a la recién llegada. Los cronistas de la época recogieron algunos de los agrios comentarios que el pueblo hacía al pasar delante de ellos la soberana. Uno de estos aludía a la condición de madrastra que debía asumir Isabel: "cara de madrastra no la he visto peor en la vida". Con el tiempo este comentario se hizo realidad, ya que Isabel se comportó más como una madrastra que como una madre con los tres hijos que Felipe V había tenido con su esposa María Luisa.
"La Familia de Felipe V" en 1723, boceto del pintor de la corte Jean Ranc, representa al rey Felipe V rodeado por el infante Fernando (a su derecha) y el infante Luis, Príncipe de Asturias (a su izq. y figura central del cuadro), hijos de su primer matrimonio con la difunta María-Luisa Gabriela de Saboya; y la reina Isabel de Parma (a la derecha del cuadro) con sus hijos los Infantes Felipe y Carlos, señalando el retrato oval de la infanta María-Ana-Victoria, novia del rey Luis XV de Francia.
La dominante reina Isabel de Parma consiguió con el destierro de la princesa de los Ursinos el abandono de la política pro-francesa. Sin la protección de la princesa, los nobles franceses afincados en la Corte madrileña tuvieron que regresar a París, siendo sustituidos por numerosos personajes italianos que vinieron llamados por el primer ministro Alberoni, quien pretendía así lograr un fructífero acercamiento con los reinos italianos. Con esta política, España se ganó muchos enemigos, entre ellos Francia. Fue ante la presión de éstos, que Felipe V se vio obligado más adelante a expulsar a Alberoni, quien se trasladó a Roma. Allí sería nombrado por el Papa legado pontificio en la Romagna.
El 28 de febrero de 1718 y por Real Disposición de Felipe V, todos los Regimientos de Caballería debían recibir un nombre fijo. Así, el viejo Tercio de Hersemburgo -que en el momento del cambio se conocía como Regimiento de Atry- pasó a llamarse Regimiento Farnesio, 4º de Caballería. El número 4 le correspondía por antigüedad en aquella época, yendo por delante de éste los Regimientos siguientes: de la Reina, del Príncipe y Borbón. En cuanto al nombre, obviamente, tiene su origen en la segunda esposa del rey Felipe V, Isabel Farnesio, última descendiente de la estirpe que en el siglo XVI tuvo por mejor ilustración al gran militar Alejandro Farnesio.
Doble retrato de los reyes Felipe V e Isabel de Parma, realizado por Louis-Michel Van Loo en 1743. En el lienzo, el artista supo dejar patente la dependencia emocional del monarca por su consorte, que resalta con una actitud de gran seguridad en si misma y como verdadera gobernante de la Monarquía Española.
La reina Isabel tuvo nada menos que siete hijos con el rey Felipe V, hecho éste que la convierte en una de las reinas españolas más fecundas, por no decir la que más. Sus siete hijos fueron: Carlos (1716-1788), que ocuparía el trono con el nombre de Carlos III; Francisco, nacido en 1717 y muerto a los pocos días; María Ana Victoria (1718-1781), que sería reina de Portugal tras casarse con José I; Felipe (1720-1765), duque de Parma, Piacenza y Guastalla; María Teresa Rafaela (1726-1746), esposa de Luis de Borbón, Delfín de Francia; Luis Antonio Jaime (1727-1785), arzobispo de Toledo y Sevilla, y María Antonia Fernanda (1729-1785), esposa de Víctor-Amadeo III de Saboya, rey de Cerdeña-Piamonte.
En abril de 1715, Isabel Farnesio, dio a conocer a todo el mundo que estaba esperando su primer hijo. Ante tan buena noticia, la corte se concentró inmediatamente en los preparativos para el parto. Por ello, se movilizó no sólo a todo el personal de palacio, sino también a nobles y cortesanos. Armó tanto revuelo como si este fuera el ansiado heredero para el trono español. Es más, pretendió conseguir que su primer hijo recibiera honores como si fuera el Príncipe de Asturias, olvidando conscientemente que este ya existía en la persona del príncipe Luis.
Desde el primer momento la corte madrileña vio en la reina Isabel a una mujer ambiciosa. Pero nadie sospechó que su ambición la llevaría a codiciar el trono de Francia. En Septiembre de 1715, tras la muerte del abuelo de su esposo, el rey Luis XIV, no dudó en animar a su esposo a reafirmar sus derechos a la corona francesa, a pesar de que ya existía un heredero superviviente legítimo, el pequeño Delfín Luis, bisnieto de Luis XIV y sobrino de Felipe V.
Como en otros partos reales, para el primero de Isabel de Parma, estaba prevista la asistencia de un cierto número de nobles que discretamente controlaría el nacimiento del futuro príncipe o princesa. Isabel preparó así la lista de los cortesanos que asistirían y la dio a conocer en septiembre de 1715, enviando además las ordenes de asistencia. Pero resulta que Isabel, exagerada o intencionadamente, confecciona una lista tan amplía como nunca había sucedido en la corte española. Dicha lista contenía más de cuarenta nombres entre los que destacaban miembros de la alta nobleza y eclesiástica de España y del extranjero, incluyendo los miembros del Consejo del Reino, además del alcalde de Madrid, como si fuera a nacer el Príncipe de Asturias, aunque no fuera el caso.
Primer hijo varón de Isabel de Parma con Felipe V. Las ambiciones maternas le destinarían a ser el príncipe heredero del gran-ducado de Toscana, duque de Parma y de Piacenza, rey de Nápoles y de Sicilia y rey de España y de las Indias sucesivamente...
El 20 de enero de 1716 nació en el Alcázar de Madrid el infante Carlos, primer hijo de Isabel con Felipe V. Al parecer los únicos contentos sinceramente fueron los padres del recién nacido. El resto de la corte y la población de Madrid no fueron capaces de dar muestras sinceras de alegría, al considerar que la reina Isabel de Parma se había excedido en los festejos con ocasión del nacimiento de su primogénito, olvidando que España tenía ya un Príncipe de Asturias, además de otros dos infantes herederos al trono; los tres fruto del anterior matrimonio de Felipe V.
La reina Isabel Farnesio estaba tan orgullosa de su numerosa prole, que se vanagloriaba de ello diciendo que a ella nunca le reprocharían lo que a su tía Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II, de quien se decía que dejó el trono español tan virgen como lo había encontrado. A estos siete hijos había que añadir los tres que ya tenía Felipe V de su anterior matrimonio con María Luisa Gabriela de Saboya.
Isabel de Farnesio fue madre de un rey y dos reinas: Carlos (1716-1788), que ocuparía los tronos de Nápoles-Sicilia y de España con el nombre de Carlos III; María Ana Victoria (1718-1781), que sería reina de Portugal tras casarse con José I y María Antonia Fernanda (1729-1785), esposa de Víctor-Amadeo III (Turín, 1726-Moncalieri, 1796) duque de Saboya y rey de Cerdeña entre 1773 y 1796.
También pudo ser madre de una reina de Francia, ya que su hija María Teresa (1726-1746) era esposa de Luis de Borbón, Delfín de Francia. Su prematura muerte producida antes del acceso al trono de su marido lo impidió.
Interferencias politicas
En 1715, un año después de la boda entre Isabel y Felipe V ocurrió un hecho decisivo para la política europea: la muerte de Luis XIV, abuelo de Felipe V. El nuevo Delfín de Francia era el hijo del duque de Borgoña, un niño de cinco años, por lo que se hacia necesario el nombramiento de un regente. El caso es que casi presionado por su esposa Isabel, Felipe V decide optar a la regencia de Francia en calidad de tío del joven heredero. Este hecho despertó viejas enemistades con Austria, Francia, Gran Bretaña y Holanda, que consideraron que España vulneraba los acuerdos del Tratado de Utrecht firmado en 1713 y que había establecido un status quo en Europa.
Finalmente ante las presiones exteriores Felipe V desistió de su idea y fue nombrado regente de Francia el duque de Orleáns, sobrino carnal y yerno político del difunto Luis XIV. Sin embargo, Isabel salió beneficiada al conseguir para sus hijos la promesa de heredar los ducados de Parma y Toscana.
Según las crónicas de la época Isabel y Felipe V, como otros monarcas españoles, desarrollaron una gran afición a la caza. Así los reyes practicaban la caza en los cotos reales cercanos a la villa de Madrid. Al parecer comenzaron a practicar la montería por recomendación médica, ya que era beneficiosa para la salud mental y física del monarca, y finalmente la practicaron también por placer.
La reina Isabel de Parma era una hábil cazadora, hecho que recogen los anales históricos. Así se describe como la reina practicaba la caza mayor en los bosques del Pardo y la Zarzuela situados en los alrededores de la villa de Madrid. Conejos y liebres en la Casa de Campo y pequeñas aves en el Buen Retiro.
Intrigas a la italiana
Isabel era una mujer dominante cuya única obsesión era dejar bien situados a sus numerosos hijos, ya que ninguno de ellos optaba directamente al trono de España. Consiguió así imponer su voluntad a su esposo el rey Felipe V, obligándole a realizar una intensa labor destinada a que sus hijos gobernaran en los territorios italianos que ella creía que por herencia les correspondían. Este hecho condicionó la política exterior española durante la primera mitad del siglo XVIII.
Los testigos de entonces describen con todo lujo de detalles como la soberbia reina española, hizo todo lo posible para entorpecer la educación política de su hijastro Fernando quien, tras la repentina muerte de su hermano Luis I había de sucederle en el trono de España. Así pues, por todos los medios posibles trataba de impedir la asistencia de Fernando a los Consejos de Estado que habían de ponerle al día sobre la situación del reino. Esta enconada intromisión de la reina Isabel hizo que se ganara muchas enemistades entre los nobles y cortesanos españoles.
Las relaciones entre el hijastro y la madrastra italiana nunca fueron buenos desde un principio; Isabel de Parma hizo de pies y manos para mantener al presunto heredero de la Corona Española aislado de todo y de todos...
Hecho curioso durante el siglo XVIII fue el decaimiento de las corridas de toros celebradas anualmente en Madrid. Más concretamente durante el reinado de Isabel y Felipe V. Parece ser que la caída en desgracia de la tauromaquia fue debido a la falta de interés que en ambos despertaba la fiesta nacional, debido posiblemente a que ninguno se había criado en España y no habían desarrollado esta clase de afición que otros reyes españoles si habían tenido y que había contribuido a su financiación. En cualquier caso, a los reyes les parecía un espectáculo sanguinario supérfluo y sin sentido.
La reina sufrió, al igual que su tía Mariana de Neoburgo, el destierro. Al contrario que aquella, Isabel fue desterrada dentro de los límites de España, concretamente al palacio de la Granja de San Ildefonso, situado en la provincia de Segovia. Este destierro fue decretado por su hijastro Fernando VI (Madrid, 1713-Villaviciosa de Odón, 1759), quien tras suceder a su padre en 1746 así lo decidió, ya que consideraba que la intromisión de su madrastra en los asuntos de Estado habían resultado muy negativos, y estuvieron encaminados a impedir su subida al trono.
Las maniobras políticas llevadas a cabo por la reina Isabel aseguraron primero a su hijo Carlos las coronas de Nápoles y de Sicilia. Pero las muertes de sus hijastros Luis I, tras siete meses de reinado, y Fernando VI tras casi trece años en el trono trastocaron los planes de forma positiva. Logró así que su hijo Carlos ocupara el trono de España, pese a que éste ocupaba el cuarto lugar en la sucesión. La infanta Maria Ana Victoria, conocida por todos como Marianita, era la tercera de los siete hijos del matrimonio formado por Isabel y Felipe V. Esta joven infanta española fue como en otras ocasiones utilizada como mero peón por la política del Estado, ya que fue prometida en matrimonio por dos veces. El primero de los contratos matrimoniales fue con Francia, como prometida del rey Luis XV de Francia. Pero cuando el duque de Borbón asumió el gobierno galo (sucediendo al finado duque de Orléans, en 1723), la devolvió por ser demasiado joven para consumar el matrimonio y la reemplazó por una princesa polaca mucho mayor que ésta, y en edad de proporcionar un heredero a Francia.
Tenía tan solo ocho años cuando fue devuelta a Madrid. El segundo de los contratos matrimoniales, en cambio, si llegó a cumplirse, convirtiéndose la joven infanta en la futura reina de Portugal tras casarse con el que sería el rey José I.
Fue durante los años de reinado de Felipe V y de su segunda esposa Isabel cuando a instancia suya se fundaron en España instituciones tan importantes para la cultura nacional como la Biblioteca Nacional, la Real Academia de la Lengua y la Real
Isabel y su esposo Felipe V fueron los impulsores de la construcción del palacio de La Granja, en Segovia. Este palacio, que fue edificado emulando al palacio de Versailles -aunque a una escala menor-, rodeado de hermosos jardines y fuentes, fue concluido en 1736, tras diversas ampliaciones llevadas a cabo desde su inicio en 1719. Era el lugar de retiro favorito de estos reyes, como lo demuestra el hecho de que se retiraran a vivir allí tras la abdicación de Felipe V en 1724.
Parece ser que la estrategia seguida por Isabel de Parma para fortalecer la alianza con Francia mediante matrimonios de Estado fracasó completamente. El primero de estos matrimonios unía a Luis, Príncipe de Asturias con la princesa francesa Luisa Isabel de Orléans. Debido a la temprana muerte de Luis I no prosperó. El segundo intento fue prometer en matrimonio a la infanta Maria Ana Victoria, de tan solo cuatro años, con el rey Luis XV, cuyo primer ministro (el duque de Borbón) devolvió a la joven infanta española ante la imposibilidad de consumar el matrimonio, ya que ésta tenía tan solo ocho años. El tercer intento unió a la infanta María Teresa Rafaela con el primogénito de Luis XV, pero ésta falleció con tan solo veinte años tras dar a luz una niña que le siguió a la tumba.
El Infante Luis Antonio Jaime (1727-1785), sexto hijo de los reyes Isabel y Felipe V, fue nombrado arzobispo de Toledo y de Sevilla, gracias a las intrigas de su madre. Pero pese a obtener tan importante y lucrativo cargo, acabó renunciando a él por no estar de acuerdo con las exigencias del celibato, adoptando en su lugar el título de conde de Chinchón, quizá no tan importante, pero que en cambio le permitía una vida más libre.
La intromisión en política de la reina Isabel no conoció limites. Consiguió, con la ayuda del cardenal Alberoni la intervención militar de España en la guerra de Sucesión de Polonia, con el envío de tropas en Italia contra Austria. En el primer conflicto su hijo Carlos consiguió los reinos de Nápoles y Sicilia; y en el segundo conflicto de la guerra de Sucesión Austríaca, consiguió recuperar para su cuarto hijo Felipe (1720-1765) los ducados de Parma y Piacenza que estaban bajo dominio austríaco.
Abdicación y retiro
En enero de 1724 la reina Isabel vio interrumpida su carrera de intrigas y ambiciones. La interrupción se debió a que Felipe V, aquejado por una abrumadora depresión, decide abdicar; y lo hace en Luis, el primogénito habido con su primera esposa, la reina María Luisa Gabriela de Saboya. Disgustada, Isabel se ve obligada por las circunstancias a llevar una vida retirada junto a su marido en el palacio de La Granja, en Segovia.
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El Palacio de La Granja en San Ildefonso, no lejos de la ciudad de Segovia, y ubicado en la Sierrala Villa de Madrid quien, obviamente, delegó la ejecución de la obra al aparejador Juan Román. Aunque se han barajado diversas fechas plausibles para el inicio de las obras, lo más seguro (y según los documentos del Archivo del Patrimonio Real) es que se empezaran el 1 de abril de 1721.
Tanto la edificación del palacio, cuyo tamaño se preveía modesto en principio, como el diseño de los extensos jardines a la francesa se iniciaron simultáneamente, tomando ejemplo de los existentes entonces en Versailles. El rey Felipe V, nostálgico de su época versaillesca, pretendía recrear un facsímil de la residencia real francesa a una escala reducida claramente inspirada en el Real Sitio de Marly y sus hermosos jardines. Para ello se contrataron al escultor René Carlier, al jardinero Etienne Boutelou y al ingeniero Etienne Marchand quien, a partir de 1725, iba a hacerse cargo de las obras.
El Real Sitio de La Granja de San Ildefonso no iba a ser uno más de los palacios diseminados por la geografía española, sino que tenía un destino más concreto: convertirse en la residencia veraniega de la Familia Real a partir de 1724. Puesto que el palacio primitivo debe acoger a los miembros de la Familia Real y a su corte, Ardemans tendrá que modificar sobre la marcha el conjunto con ampliaciones y añadir la Colegiata destinada a acoger los sepulcros de Felipe V e Isabel, sobre el antiguo emplazamiento de la vieja ermita de San Ildefonso. Las obras, casi constantes, durarán más de veinte años y, más allá de la muerte de Felipe V en 1746, seguirán bajo el impulso de su viuda Isabel Farnesio, principal ocupante del Real Sitio junto con los infantes don Luis y doña Maria-Antonia, futura reina de Cerdeña. Es más, por iniciativa de la reina-viuda, se construye el vecino Palacio de Riofrío para sus cacerías. Pero habría de esperarse el reinado de Carlos III para que La Granja adquiriera su ordenación definitiva.
La temporada hispalense
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El traslado de la corte de Madrid a Sevilla, acaecido en 1725, estuvo causado por el empeoramiento de la depresión nerviosa de Felipe V. Éste se había visto obligado a regresar al trono tras la repentina muerte de Luis I (Madrid, 1707-Madrid, 1724) en agosto de 1724, apenas siete meses después de su abdicación. Las tareas de gobierno resultaron una pesada carga para Felipe V, quien vuelve a manifestar sus intenciones de abdicar. De hecho, la reina tuvo que confiscarle todo el material que pudiera servirle para redactar una renuncia formal a la corona, dejándole sin pluma, tinta ni papel al alcance de la mano, y prohibiendo terminántemente al servicio que le fueran proporcionados. Ante eso, Isabel decide el traslado de la corte a Sevilla, aduciendo razones de salud, y con la esperanza de que las distracciones del viaje le hagan olvidar al rey su obsesión por dejar la corona.
Fue durante los años de estancia de la corte en la ciudad hispalense cuando nace el último de los siete vástagos de Isabel y Felipe V. Se trata de la infanta María Antonia Fernanda (1729-1785) nacida en el Alcázar de Sevilla en 1729, y quien casada con Víctor-Amadeo III de Saboya, se convertirá en reina consorte de Cerdeña y Piamonte entre 1773 y 1785.
Durante los años que duró la estancia de la corte a Sevilla, Isabel se dio cuenta del verdadero alcance de la enfermedad mental de su esposo, que en aquella época denominaban "vapores". La enfermedad se había agravado tanto que había producido en el monarca una profunda depresión nerviosa. Intentando mejorar su estado de salud, Isabel organizó para Felipe agradables estancias por las bellas ciudades andaluzas y sus residencias reales, como en la Alhambra de Granada.
Reina-Viuda, Reina-Madre
Pese a que la historia ha tildado a la reina Isabel de Parma de ambiciosa e intrigante durante los últimos años de vida de su marido, demostró que tenía corazón y podía actuar desinteresadamente. Demostró ser una esposa devota de Felipe V, acompañándole hasta el final de sus días sin separarse jamás de él. Incluso en los momentos difíciles, la reina demostraba su temple y sangre fría cuando Felipe V, preso de ataques de paranoia, creía que pretendían envenenarle, confundía el día con la noche, se negaba a lavarse o incluso a cambiarse de traje hasta que éste caía en jirones que sólo la reina podía remendar.
El fallecimiento de Felipe V, debido a un derrame cerebral, se produjo el 9 de julio de 1746 en el palacio de La Granja. Según testigos presenciales, murió en brazos de su amada esposa Isabel, con quien había compartido el trono durante veintidós años. La subida al trono de su hijastro Fernando VI (Madrid, 1713-Villaviciosa de Odón, 1759) obligó a la reina-viuda a llevar una vida retirada en La Granja, totalmente alejada de la política de la Corte madrileña.
En 1759, Isabel Farnesio tuvo, por segunda vez, que abandonar su tranquilo retiro en el palacio de La Granja. Entre agosto y diciembre de 1759 hubo de hacerse cargo del gobierno de España. La trágica muerte de su hijastro Fernando VI (Madrid, 1713-Villaviciosa de Odón, 1759) la obliga a regresar a Madrid para ocuparse de la regencia en nombre de su hijo Carlos III, en aquel momento rey de Nápoles y de Sicilia, hasta su llegada a España.
Tras la llegada de su hijo Carlos a España, y su subida al trono con el nombre de Carlos III, Isabel se retira de nuevo al palacio de La Granja. Según atestiguaron algunos cortesanos de entonces, allí pasó sus últimos años, aquejada de cataratas, tan llena de achaques y tan gorda que dos personas debían ayudarla siempre y en todos sus movimientos diarios, incluso a levantarse y a sentarse. Para colmo de males, Isabel sufría una progresiva ceguera que le impedía llevar la vida tan ajetreada que siempre había llevado.
Isabel de Parma murió en 1766, con setenta y tres años, cincuenta y dos de los cuales los había vivido en España. Lo más sorprendente es que había presenciado cuatro reinados distintos: El de su marido Felipe V, sus hijastros Luis I y Fernando VI, y su hijo Carlos III. Los cuatro primeros reyes de la dinastía Borbón en España.
El fallecimiento de Isabel, que se produjo en 1766 en el Real Sitio de Aranjuez, coincidió con el conocido motín de Esquilache, una revuelta protagonizada por el pueblo de Madrid entre el 23 y el 26 de marzo de ese mismo año, cuya causa inmediata fue el decreto del marqués de Esquilache, ministro de su hijo Carlos III, que prohibía el uso de la capa larga y el chambergo con el pretexto de que dichas prendas cubrían las caras de los sospechosos de delitos nocturnos.
El último deseo de la reina Isabel de Parma fue que, tras su muerte, su cuerpo reposase junto al de su marido Felipe V. Éste había decidido que sus restos tuvieran descanso en la colegiata del palacio de la Granja, palacio que ellos mismos habían mandado construir y donde según parece habían vivido sus momentos más felices.
De Isabel Farnesio, el rey Federico II de Prusia escribió: "La Reina Isabel Farnese habría querido gobernar al mundo entero; no podía vivir más que en el trono. Se la acusó de haber precipitado la muerte de don Luis, hijo de un primer matrimonio de Felipe V. Los contemporáneos no pueden ni acusarla ni justificarla de este asesinato. El carácter de esta mujer singular estaba formado por la soberbia de un espartano, la tozudez de un inglés, la sutileza italiana y la vivacidad francesa. Andaba audazmente hacia la realización de sus propósitos; nada la sorprendía, nada podía detenerla..."
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