Partos de Reinas.
Isabel la Católica: un velo para salvaguardar su dignidad.
Una costumbre de la Corte española, que se remontaba a la época de don Pedro el Cruel (1334-1369), era la de que los partos de las reinas se realizasen en presencia de testigos que diesen fe de que los bebés eran realmente fruto de su vientre. Como reina de Castilla, Isabel la Católica tuvo que someterse a esta tradición. Así, cada vez que la soberana castellana traía al mundo a uno de sus hijos, que nacieron en Dueñas (Palencia), Sevilla, Toledo, Córdoba y Alcalá de Henares (Madrid), un grupo de testigos tenía que reunirse para presenciar el parto y certificar que por las venas del infante corría sangre real. Isabel la Católica era una mujer de gran dignidad, incluso a la hora de dar a luz. Por eso, cuando le llegaba la hora, pedía a sus doncellas que le colocasen un velo sobre su rostro para evitar que nadie viera sus gestos de dolor.
Juana la Loca: alumbró a un rey en una letrina.
Pese a la locura de amor que padeció por su marido Felipe de Habsburgo el Hermoso y que terminó minando su salud mental, la reina Juana fue muy fecunda. Hasta el punto de que el alumbramiento de uno de sus hijos, el del infante Carlos (quien luego se convertiría en Carlos I de España y V de Alemania), se produjo en la letrina del palacio de Gante, donde la reina disfrutaba de una animada cena con todos los festejos propios de la época. Al final del banquete, la soberana castellana comenzó a sentirse mal, pero pensó que su estado se debía a un empacho, sin saber que era el bebé quien avisaba de que estaba en camino. De ahí que el niño llegara al mundo en tan inapropiado lugar.
María Manuela de Portugal: de la sangría a la infección.
La esposa de Felipe II es el claro ejemplo de los destrozos que los médicos de la época provocaban a muchas de las parturientas. Los galenos de la Corte, en su afán por demostrar sus conocimientos, se aplicaban en la realización de sangrías y purgas que únicamente servían para minar la frágil salud de las enfermas. La reina Manuela tuvo un mal embarazo, un peor parto y un final trágico, puesto que falleció a los pocos días de nacer su pequeño sin que los médicos supieran a ciencia cierta el motivo de la defunción. Unos lo achacaron al zumo de un limón y otros, a la infección que las matronas le produjeron durante el parto. Esta teoría, desde luego, es la más creíble de todas.
Isabel de Borbón: una hija frágil frente a 30 bastardos.
El caso de la reina Isabel demuestra lo poco que ayudan los lazos familiares entre los esposos a la hora de tener hijos. De los siete vástagos que tuvo con Felipe IV, sólo uno sobrevivió: la infanta María Teresa. Frente a este escaso bagaje, sorprenden los más de 30 hijos bastardos que, según se comenta, el monarca tuvo con distintas mujeres. De éstos, Felipe IV sólo reconoció al hijo de la actriz María Calderón, al que dio sus apellidos llamándolo Juan José de Austria. No dejaba de ser una angustia para la reina enterrar a sus bebés mientras en otros hogares salían adelante robustos niños del mismo padre.
María Luisa de Parma: los primeros gemelos reales.
Después de cuatro abortos y seis partos, la esposa de Carlos IV fue la primera reina española que dio a luz a gemelos. El alumbramiento se produjo en La Granja de San Ildelfonso y fue tal el interés que despertaron los infantes reales que los colocaron en la misma cuna para exponerlos ante la gente. La precaria medicina de la época no pudo salvar ni a Carlos Francisco ni a Felipe Francisco de Paula, que fallecieron a los pocos meses. De haber sobrevivido, el primero en nacer hubiera sido el heredero.
Isabel de Braganza: un error, dos muertes.
El de la segunda esposa de Fernando VII ha sido el parto real más estremecedor de la historia. Débil de salud en el embarazo, la reina sufrió una crisis muy fuerte por la que perdió el conocimiento. Los médicos creyeron que había fallecido y como se encontraba en avanzado estado de gestación decidieron practicarle una cesárea post mórtem para salvar al bebé. Los gritos que dio la soberana al sentir cómo la abrían dejaron estupefactos a los médicos.Según el cronista Villa-Urrutia: al extraer la niña que llevaba en su seno y que nació sin vida, lanzó la madre tal grito, que manifestaba que no había muerto aún, como creían los médicos, los cuales hicieron de ella una espantosa carnicería. " La carnicería, sin anestesia, mató a la soberana. Y tampoco se pudo salvar al hijo que llevaba en sus entrañas.
Isabel de Portugal
: La esposa de Carlos V deseosa de guardar la compostura, ordenó que apagaran todos los candelabros de la sala, tapándose el rostro con un ligero paño para evitar que los asistentes apreciaran el dolor en su rostro. La reina contenía como podía los gritos y la comadre que la asistía recomendó que soltara toda la tensión del momento gritando, a lo que Isabel contestó: "No me digas tal, comadre mía, que me moriré pero no gritaré".
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