Ana de Mendoza de la cerda.(princesa de Éboli).
Princesa de Éboli, duquesa de Pastrana y condesa de Melito.
Casa de Mendoza.
Ana de Mendoza y de la Cerda es el personaje femenino más enigmático, controvertido y atractivo de la Corte de Felipe II pero también uno de lo más desventurados. La apodaban “La Tuerta” y es más conocida como la princesa de Éboli. Por esos vaivenes de la fortuna y los caprichos del destino, pasó de ser la principal dama de la Corte a caeren desgracia muriendo en la lóbrega prisión de Pastrana.
Diego Hurtado de Mendoza. (su padre).
Nació el 29 de junio de 1540 en Cifuentes ( Guadalajara),en el seno de una de las familias más poderosas del siglo XVI. Era hija única de don Diego Hurtado de Mendoza, segundo conde de Melito, y de doña Catalina de Silva, hija de los condes de Cifuentes. En su partida de bautismo consta que fue bautizada como Juana de Silva, este cambio de apellido se debe a la esperanza del conde de Melito de tener más tarde un hijo varón para el que quiere reservar el apellido de los Mendoza. Mas como no llegó el anhelado hijo varón, se produjo el trueque del apellido materno por el paterno y de esta forma la niña bautizada como Silva acabaría siendo en el mundo una Mendoza. Ahora bien, ha pasado a la historia conocida como Ana. ¿ Su verdadero nombre era Juana? ¿ Hubo un error en su partida de bautismo?.
Educada por su madre, su infancia y juventud estuvo muy influida por las peleas y separaciones entre sus padres, en gran parte debidas al carácter mujeriego de don Diego y que llevarían a una separación "de hecho". Ana tomaría partido por su madre, generalmente. Desarrolló un carácter orgulloso, dominante y altivo pero también voluble, rebelde y apasionado. Una mujer de la que se dice que no se amilanaba ante nada y ante nadie y sobretodo una adelantada a su tiempo.
Con tan sólo trece años, el monarca Felipe II la eligió para casarse con Ruy Gómez de Silva. En los cinco años siguientes, Ruy se mantuvo fuera de España en diferentes misiones que le llevaron a Inglaterra o Flandes.
Mientras esperaban que la joven tuviera la edad necesaria para consumar el casamiento, se fue a vivir con sus padres a Valladolid y allí se producen nuevos escándalos entre sus padres debido al amancebamiento público de éste con una nueva amante que al salir de la Corte se llevaría con él a Pastrana, llegando a tener con ella su segunda hija ilegítima. Valladolid era la Corte de la monarquía escogida por la princesa Juana para gobernar desde allí,en nombre de su hermano el rey Felipe, los reinos de España. Una Corte que estaba animada con la presencia de dos reinas: Leonor y María, las hermanas de Carlos V que habían vuelto con él cuando el emperador había decidido su retiro a Yuste.
Príncipes de Éboli.
En Valladolid, Ana entraría por primera vez en contacto con libros de magia y esoterismo. Se cree que durante estos años, acostumbrada a jugar y a entrenar con las espadas con sus lacayos, sufrió un grave accidente que la llevó a perder su ojo derecho. Se queda tuerta entre los doce y los diecinueve años pero el misterio que envuelve a esta mujer es tal que ni siquiera los especialistas se ponen de acuerdo en este dato. La causa pudo ser un accidente de esgrima, una caída del caballo o una enfermedad degenerativa, debida a la cual el ojo se le fue deteriorando hasta ponerse casi blanco y no ver con él. También se dice que Ana era tan frívola y presumida, que era bizca y no quería que la gente viese como un ojo se le iba de un lado a otro. Sea cual fuese la causa, la joven Ana se colocó un parche en el ojo derecho. Ruy Gómez de Silva.
En 1557, Ruy regresó a España un breve tiempo, suficiente para dejar embarazada a su esposa que dio a luz unos meses más tarde en medio de la desolación producida por la fuga de su padre con una doncella de la corte. Este escandaloso asunto destrozó la familia Mendoza, pues don Diego desmanteló su casa dejando a su mujer e hija prácticamente en la ruina y abandonadas a su suerte en la fortaleza de Simancas. En 1559, Ruy volvió a España para recibir, gracias a su buen trabajo, el título de príncipe de Éboli.
Establecidos en la corte madrileña, Ana de Mendoza sabe ganarse el afecto de la tercera esposa de Felipe II, la reina Isabel de Valois, siendo compañeras de diversiones y aficiones comunes hasta la muerte de la soberana. Acompaña a la reina en sus excursiones campestre es y en sus cacerías. La joven reina, en más de una ocasión,la invitaba a comer a su mesa. Allí entraban las sobremesas y los juegos de cartas. Y tal es la amistad que se profesan que Catalina de Médicis, madre de la reina, enviará como presente a la princesa de Éboli una sortija. Tan estrecha relación de Ana con Isabel de Valois daría como resultado que,inevitablemente, el rey se viera con gran frecuencia con la princesa de Éboli, la dama de la Corte que más llamaba la atención por su juventud, su vitalidad y su belleza.
Ana de Mendoza fue enemiga del partido de la Casa de Alba, el opuesto al liderado por su marido y que tras su muerte dirigirá Antonio Pérez, quien le sucederá como secretario de Felipe II. Ambos partidos siempre en pugna intrigando por el poder. La mayor parte de los Mendoza fue afín al partido "Ebolista". Los príncipes de Eboli mantuvieron amistad con don Juan de Austria, siendo en su casa madrileña dónde conoció a María de Mendoza,amante y madre de dos de sus hijos. Durante el periodo de su matrimonio la vida de Ana fue estable y no se le conocen andanzas ni problemas, salvo los encontronazos con la duquesa de Alba o Santa Teresa de Jesús. El matrimonio tuvo seis hijos vivos en los trece años que duró,de un total de al menos diez embarazos.
Diego (c.1558-1563)
Ana de Silva y Mendoza (1560-1610), mujer de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII duque de Medina-Sidonia.
Rodrigo de Silva y Mendoza (1562-1596)
Pedro de Silva y Mendoza (c. 1563): Muerto de niño.
Diego de Silva y Mendoza (1564-1630)
Ruy de Silva y Mendoza (1565-¿?)
Fernando de Silva y Mendoza, luego Fray Pedro González de Mendoza, (1570-1639)
María de Mendoza y María de Silva (c. 1570): gemelas o mellizas, muertas de niñas.
Ana de Silva y Mendoza (1573 - 1614)
En 1564 el rey apartará de la corte a los príncipes de Éboli,nombrando a Ruy Gómez de Silva Mayordomo mayor de su hijo el desventurado príncipe don Carlos. Los tiempos de la gran privanza de Ruy Gómez habían pasado y con ellos, los triunfos, las galas y los esplendores de Ana de Mendoza. En estos años se produce el sombrío suceso de la rebelión, la prisión y la muerte entre rejas del príncipe don Carlos, el heredero de la corona. Los príncipes de Éboli compraron Pastrana donde enseguida la gente del pueblo los acogió con gran aprecio. Ellos a cambio y dada su religiosidad decidieron dotar a la villa de unos conventos fundados por la misma Santa Teresa. Pero enseguida los roces entre las dos mujeres fueron patentes.
En aquél tiempo apareció en España una extraña mujer, su nombre Catalina de Cardona. Había vivido su juventud en Nápoles, donde se había casado. Al enviudar entró al servicio de la princesa de Salerno y, a su muerte, logró el amparo de los príncipes de Éboli. Fue entonces cuando empezó con sus rigurosas penitencias, se fustigaba el cuerpo para purgar sus pecados, y a tener visiones. A partir de ese momento, mediada la década de los sesenta, Catalina vive como una ermitaña y extrema los rigores de sus penitencias, se alimentaba solo de raíces del campo y vestía un tosco sayal, prefiriendo incluso el hábito de fraile al de monja. Un comportamiento que influyó y mucho en los frailes carmelitas descalzos de Pastrana. Lo cierto es que su fama, como de santa, fue creciendo y hasta el propio Rey quiso conocerla.
La muerte de su esposo en 1573, la hizo entrar en una depresión que la llevó a querer ser religiosa, encerrarse entre cuatro muros y vivir el misticismo de las carmelitas. Tomó un nuevo nombre: Ana de la madre de Dios. Ante el mismo cadáver de su esposo y en presencia del prior del convento carmelitano descalzo de Pastrana y de otro fraile, Ana exigió a este que se quitase su hábito y, al momento, ella se lo puso. De ese modo salió de Madrid al frente de la comitiva fúnebre que llevaba a su marido para ser enterrado en Pastrana. Y para hacer más ostentación del desprendimiento de las cosas del mundo, no salió en su coche, sino en una carreta. No iba sola, la acompañaba su madre, doña Catalina de Silva y con igual determinación: entrar como monja en las carmelitas descalzas de Pastrana."¡La princesa monja, yo doy la casa por deshecha!", parece que dijo la priora Isabel de Santo Domingo.
La princesa de Éboli hizo una asombrosa petición al rey, que tomara la tutoría de sus hijos para que ella pudiera meterse monja. Manuel Fernández Álvarez cree ver aquí un indicio que apoya la teoría de una supuesta paternidad del Rey. El ruego de la princesa de Éboli era inusitado si se trataba de una súbdita a su rey pero comprensible en el caso de una antigua amante al padre de uno de sus hijos. El rey no rechazó esta demanda, le contestó que en cuanto los grandes negocios de Estado se lo permitieran la tendría en consideración.
Nada más llegar al convento la princesa dio signos de su prepotencia. De entrada ordenó que todo se pusiese a punto para que pudieran tomar el hábito de monja dos criadas jóvenes que llevaba consigo. Su esposo fue sepultado en la iglesia del convento y al acabar la ceremonia, Ana de Mendoza recibió a las autoridades locales que le querían expresar su pésame. Y eso rompiendo la clausura del convento, con gran escándalo de las monjas. De nuevo, exigió que le pusiesen a su servicio dos criadas, aparte de aquellas otras dos a las que había hecho tomar los hábitos. La priora, consternada, trató de evitar aquel nuevo quebranto de la normas por las que se regia el convento y acudió a la madre de la princesa pidiendo su apoyo. Pero no hubo nada que hacer, Ana se mantuvo firme en sus exigencias.
La priora prefirió negociar con la madre, doña Catalina, que una parte del convento quedase para aquellas dos grandes señoras, con las criadas que quisiesen tener a su servicio y con la posibilidad de mantener el trato que quisiesen del mundo pero que el resto del convento pudiese seguir conservando su clausura y las austeras normas por las que hasta entonces se había regido.
Y Ana de Mendoza aceptó pero siguió mostrando sus aires de gran señora feudal. Cuando una monja debía hablarle, o cuando era llamada, debía hacerlo con todo acatamiento de respeto y humildad, de rodillas. En vano la priora trató de entrar en razón a la princesa y hasta Santa Teresa tuvo que intervenir escribiendo a Ana. Armándose de valor y haciéndose acompañar de otras dos monjas, se presentó la priora ante la princesa y le advirtió que si no cambiaba de actitud la madre Teresa las sacaría del convento de Pastrana. Ana de Mendoza, muy enojada,abandonó el convento aposentándose en unas ermitas que había en la huerta del monasterio y les retiró todo el apoyo económico que hasta entonces les había ido dando. Y como esos eran los únicos ingresos que tenían las monjas, empezaron sus dificultades hasta el punto de pasar necesidad.
El propio rey y las autoridades religiosas también trataron de persuadir a Ana de que cejara en su actitud tan hostil y que se saliese de monja, pero todo resultó inútil. No había otra solución que deshacer el convento, llevando a las monjas a otro fuera de la jurisdicción de la princesa. Santa Teresa encomendó la misión a dos hombres de toda confianza, grandes admiradores de la Orden, valientes y llenos de recursos: Julián de Ávila y Antonio Gaitán, ambos hidalgos y vecinos de Segovia. Los cuales salieron dispuestos a afrontar aquel serio peligro: entrar en la capital del señorío de la princesa de Éboli para sacar a las monjas carmelitanas de Pastrana de su encierro.
Por mucho sigilo que trataron de poner en aquella operación, no pudieron evitar que alguien diese cuenta a Ana de Mendoza de lo que estaba pasando, la cual inmediatamente mandó a su mayordomo para impedirlo.
Por suerte salió en defensa de las monjas un fraile carmelitano que supo replicar a las fuertes voces del mayordomo con otras más fuertes todavía. Y aprovechando aquella confusión, los dos hombres sacaron a las monjas a toda prisa del convento. Refugiadas en cinco carros entoldados, se puso la comitiva en marcha toda aquella noche para escapar lo más pronto posible de la jurisdicción de la princesa y tras muchas dificultades por el camino, las monjas de Pastrana llegaron al convento carmelitano de Segovia.
Palacio Ducal de Pastrana, lugar del encierro de la princesa de Éboli.
Finalmente, Ana abandonará el claustro para gobernar la hacienda familiar y el señorío de Pastrana, apartada de la corte y apoyando a otras fundaciones religiosas, en especial a la orden de San Francisco. La princesa mantenía una estrecha relación con el secretario Juan de Escobedo, al que los príncipes de Éboli debían algunos favores. Ana de Mendoza traspasó a Escobedo unas casas que poseía en Madrid como pago de dicha deuda y hasta le otorga poder para tasar el ducado de Francavila, sito en el reino de Nápoles.
En 1576 fallece en Madrid su madre doña Catalina de Silva, aquella mujer maltratada por su marido de cuyos atropellos Ana de Mendoza trató siempre de proteger. En su afán por lograr un heredero varón, su padre se casó con Magdalena de Aragón, hija del Duque de Segorbe.
Aunque don Diego murió en 1578, dejó a su mujer embarazada para susto de su hija Ana quien no perdió la herencia paterna pues Magdalena tuvo una hija que murió a poco de nacer. Otro pariente, don Íñigo López de Mendoza, pleiteó contra la princesa reclamando sus derechos a una parte de la fortuna de la Casa de Melito.
La princesa, obligada a defender sus propios bienes, comprendió que tenía que volver a Madrid, alojándose en su casa palaciega en la parroquia de Santa María
Parece que el rey Felipe vio con disgusto la llegada de la
Éboli a la Corte.
Tras su vuelta a Madrid, hubo un primer encuentro poco afortunado en el que Ana de Mendoza se burló de la cantidad de perfume que Antonio Pérez llevaba. Pero poco después se establecieron unos fuertes lazos de amistad entre Ana y Antonio. Este era un antiguo protegido de su difunto esposo que le había sucedido como secretario de confianza de Felipe II y era su ministro preferido por su habilidad para tratar los altos negocios de Estado. Pero no era honesto, las dádivas y los sobornos más o menos encubiertos llegaban continuamente a su morada. Todo aquel que quería que prosperase algún negocio suyo en la Corte debía recompensar previamente y de forma espléndida al Secretario del Rey. Antonio Pérez, como secretario de confianza de Felipe II, conocía tanto los problemas debidos a la rebelión de Flandes como la desconfianza del rey hacia su hermanastro don Juan de Austria por su popularidad tras sus éxitos militares y al que creía ver con demasiadas ambiciones.
Para acompañar y espiar a don Juan en Italia, Pérez sugirió mandar allí a Juan de Escobedo, amigo suyo desde cuando ambos estaban al servicio de Ruy Gómez de Silva.
Pero Escobedo se pasó en cuerpo y alma al servicio de don Juan tras conocerle. Respecto a don Juan, mantenía la amistad con Pérez desde los tiempos en que vivía Ruy Gómez, incluso se alojó en "La Casilla", la finca de Pérez en Madrid, cuando vino por sorpresa a la corte en agosto de 1576 antes de marchar a Flandes seguido de Escobedo.
La rebelión de Flandes no había podido ser terminada por el duque de Alba, y la situación había empeorado por los motines y saqueos de las tropas sin paga. Antonio Pérez prometió a don Juan mediar entre él y el rey, pero en realidad hizo un doble juego entre ambos. Se cree que pudo ser incluso un "triple juego" pues Antonio mantenía un tren de vida y lujos superiores a su sueldo. Se piensa que pudo vender secretos de estado a los rebeldes protestantes y se sabe que alteraba las cartas que se enviaban mutuamente el rey y don Juan, pues todas pasaban a través de él.Nótese que se va a mezclar un problema amoroso con otro político, unido a envidias y tráfico de influencias.
Antonio Pérez
Aunque no hay pruebas contundentes, algunos testimonios escritos indican que Ana de Mendoza llegó a la intimidad amorosa con Antonio Pérez, quien era seis años mayor que ella. Pérez estaba casado con Juana Coello, que siempre fue fiel a su marido, le defendió cuando fue arrestado y luchó hasta su muerte por defender su memoria y la honra de sus hijos. No se sabe realmente si la relación entre Ana y Antonio desde finales de 1576 a 1579 fue simplemente una cuestión de amor, de política o de búsqueda de un apoyo que le faltaba desde que muriera su marido. Pero esta relación estuvo oculta al rey. Pudo ser porque la sociedad de entonces era menos permisiva si alguno de los amantes estaba casado, consintiendo en secreto cuando ambos fueran solteros.
Manuel Fernández Álvarez, sin embargo, intenta explicar el comportamiento entre Felipe II, Pérez y Ana aceptando que la princesa de Éboli fue amante ocasional del rey durante un corto tiempo (indicando la posibilidad de que Rodrigo, futuro segundo duque de Pastrana y el tercer hijo que dio a luz Ana de Mendoza en 1562, era hijo de Felipe) aunque el rey luego huyera de ella como de la peste por "considerarla peligrosa". Antonio Pérez ofrece otra versión en su famosa obra que publicó cuando estaba en Paris, en ella afirma que el rey había pretendido los favores de Ana de Mendoza siendo rechazado por la dama y es este despecho la causa de la persecución posterior que la princesa sufrió de manos del rey. Gregorio Marañón y otros autores niegan que tales amores entre el rey y la princesa hayan existido. La leyenda de sus amores con Felipe II ha sido muy usada en la literatura, ópera y, por supuesto, es parte de la "Leyenda Negra". ¿ Existieron tales amores? ¿ Fue Rodrigo el fruto de esa relación
rodean la vida de esta mujer.
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