María Ana del Palatinado-Neoburgo.
Casa Real del Palatinado.
María Ana del Palatinado-Neoburgo (28 de octubre de 1667, Palacio de Benrath, Düsseldorf, Alemania – 16 de julio de 1740, Palacio del Infantado, Guadalajara, España), reina consorte de España de 1689 a 1700 como segunda esposa del rey Carlos II de España.
Mariana era la duodécima hija del Elector Palatino del Rin, Felipe Guillermo del Palatinado, Duque de Neoburgo (en alemán Neuburg), y su esposa Isabel Amalia de Hesse-Darmstadt. Fue educada junto con sus hermanas María Sofía, Dorotea Sofía -quien era su hermana favorita- y Eduvigis en el castillo de Neoburgo en Alemania. Desde joven fue físicamente atractiva: Era alta, delgada, bien formada de cuerpo y pelirroja, aunque también se caracterizaba por ser vanidosa, egoísta y altanera.
A principios de 1689 falleció María Luisa de Orléans, la primera esposa del rey Carlos II de España, por lo que los ministros españoles comenzaron rápidamente a buscar una nueva consorte para el monarca. Mariana fue elegida entre varias candidatas para ser la segunda esposa del rey debido a la alta fertilidad de su familia - su madre había dado a luz nada menos que a veintitrés hijos. Además, la hermana mayor de Mariana, Leonor, estaba casada con el emperador Leopoldo I, con lo que los lazos con la rama austríaca de los Habsburgo se verían reforzados. La boda por poderes se celebró el 28 de agosto de 1689 en Ingolstadt, Alemania, con la presencia del mismo emperador Leopoldo I y su esposa, entre otros ilustres invitados. Sin embargo, Mariana no llegó a España hasta la primavera del siguiente año. La boda en persona con el rey Carlos se llevó a cabo el 14 de mayo de 1690 en la iglesia del Convento de San Diego, dentro del conjunto del Palacio Real de Valladolid. Pasado el tiempo, el embajador francés en Madrid describió en pocas palabras la nueva posición de Mariana en la corte española:
La princesa de Neoburgo ha adquirido tal ascendiente sobre el espíritu del rey, su esposo, que bien puede decirse que es ella la que reina y gobierna en España... los cargos y dignidades se otorgan a los que le muestran rendimiento; los méritos, el rango o los servicios prestados no ponen a cubierto a quienes se oponen a su voluntad, ni les salvan de la desgracia y el destierro. Por lo demás, la autoridad de la Reina se funda más bien en el temor que tienen a su resentimiento que a su amor al pueblo...
Durante su matrimonio, Mariana fingió once embarazos y al no lograr tener descendencia, conspiró, ayudada por su camarera mayor, la baronesa de Berlips (llamada La Perdiz), para influir sobre la decisión del sucesor al trono. En las disputas por la sucesión de la corona española, Mariana siempre apoyó las pretensiones de su sobrino, el archiduque Carlos de Austria, hijo de su hermana mayor, Leonor de Neoburgo, y del emperador Leopoldo I. Por si esto fuera poco, Mariana también estuvo involucrada en el extraño asunto de los exorcismos de su marido. El pueblo solía recitar los siguientes versos:
No conocen que es la reina
mundo, demonio y mujer
y, en fin, por decirlo todo,
que lo demás no lo sé,
es ser la reina de carne,
es ser el rey de papel
Debido a su carácter autoritario y altanero, Mariana nunca logró hacerse popular entre sus súbditos, quienes la tachaban de «alemana, pelirroja y antipática». Había algo de razón en ello, pues la reina llegó a robar dinero de las arcas españolas para enriquecer a su familia en Alemania. Sin embargo, la economía del reino estaba lejos de ser buena y hubo veces en que Mariana tuvo que hacer sacrificios económicos. Por ejemplo, en 1696 se vio obligada a empeñar sus mejores joyas para contribuir a sufragar algunos gastos que su marido no podía cubrir en ese entonces. Mariana se quejó sobre este asunto a su familia en Alemania escribiendo que, al casarse, sus hermanas habían recibido mejores dotes económicas que ella. Su ira había sido mayor al oír que su predecesora, María Luisa de Orléans, había recibido una excelente dote, así como magníficas joyas de Francia al casarse con Carlos. Su madre, la electriz Isabel Amalia, escribió sobre este asunto lo siguiente:
No es exacto que la Reina esté peor dotada que sus hermanas. Ni la Emperatriz, ni la Reina de Portugal, ni la Princesa de Polonia, recibieron más que ella. Claro que no podrá igualarse nunca con la hija del Duque de Orléans, hermano del Monarca más rico del mundo; pero, en cambio, me parece vergonzoso que se viese en la precisión de empeñar sus alhajas para cubrir necesidades de su marido.
En el otoño de 1699, el rey Carlos II y Mariana pasaron una temporada en El Escorial junto al resto de la corte y, aprovechando la ocasión, se decidió que algunos féretros reales serían cambiados de lugar. Mariana, llena de curiosidad, ordenó abrir el féretro de su predecesora, María Luisa de Orléans, y el cadáver de ésta se halló en buen estado a pesar de haber transcurrido más de diez años de su muerte. El rey Carlos mandó abrir el féretro de la reina madre, Mariana de Austria, el cual también se halló en perfecto estado para sorpresa de todos. Sin embargo, al abrir el féretro de don Juan José de Austria, encontraron su cadáver en tan mal estado que todos tuvieron que salir de ahí al instante.
Ya en 1700 era evidente que el fin de Carlos II estaba cercano. En la capital corrieron rumores diciendo que Mariana, con tal de asegurar su posición elevada, deseaba casarse con el delfín de Francia en cuanto su esposo falleciera. No obstante, en el testamento de Carlos II quedó estipulado que, durante su viudez, se le asignaría a la reina una pensión de cien mil doblones al año, así como el señorío de por vida de la ciudad española donde ella quisiese fijar su residencia. A este respecto, el pueblo comenzó a recitar los siguientes versos:
En Córdoba hay terrible ventolera;
a Granada no voy sin ser oidora;
para Jerez no soy tan gran señora.
En Sevilla hay comercio y no quisiera,
porque no me ha hecho Dios tan vendedora;
el ir a templar gaitas a Zamora
es tan malo como ir a Talavera.
En Valencia hay poquísima sustancia,
mucho arroz, flores, fuero y contrafuero
y, en fin, a todos tengo repugnancia.
Más pues nada me cuadra (caso fiero)
una de dos: o ser delfina de Francia
o quedarme en Madrid es lo que quiero.
Una vez muerto el rey, el nuevo soberano Felipe V indicó su deseo de que Mariana abandonase Madrid antes de que él entrase en ella. La reina no tuvo más remedio que retirarse a Toledo, donde vivió recluida en el sombrío Alcázar de dicha ciudad. Viéndose en situación tan desagradable, envió cartas a su familia en Alemania pidiendo ayuda económica. A principios de 1701, su hermano mayor, Juan Guillermo de Neoburgo, escribió a la emperatriz Leonor lo siguiente:
En lo que se relaciona con la Reina de España, compadezco de todo corazón a esa pobre desgraciada; pero, a decir verdad, tiene, por su mala conducta, la culpa de todo lo que le sucede, y encuentro que lo que pide a Vuestra Majestad es más apetecible que practicable. Pero si pudiesen ayudar a esa pobre mujer y consolarla en su triste situación, sería también un gran favor para mí...
En el verano de 1702 la misma Mariana escribió desde Toledo a su madre, Isabel Amalia, lo siguiente: "No me dejan en paz y dicen de mis cartas mil cosas que no hay en ellas; así es que me veo forzada a no escribir más. No tengo más remedio que vivir entre estas gentes y me tienen en sus garras. Tengo, pues, que tener paciencia hasta que Dios se apiade de mí."
No obstante, Mariana tuvo que resignarse a seguir viviendo en el antiguo Alcázar de Toledo, donde su situación siguió siendo bastante difícil. Pocos años más tarde, en el otoño de 1704, la reina nuevamente escribía a su madre lamentándose de su situación en los siguientes términos: "...estoy completamente abandonada, no me dan mi pensión o, por lo menos, sólo la tercera parte..., de modo que no tengo apenas criados, ni los puedo tener, porque no hay con qué pagarles, y algunas veces no tengo casi que comer... Soy tan desgraciada que no puedo fiarme de nadie y temo que todos me abandonen."
Dos años más tarde, en 1706, su destino cambió cuando su sobrino, el archiduque Carlos de Austria, ocupó la ciudad de Toledo junto con las tropas imperiales. Naturalmente Mariana celebró su llegada, lo que le valió que más tarde que el rey Felipe V la desterrase a Bayona, Francia, donde pasó las siguientes décadas de su vida olvidada por todos. Su situación mejoró un poco al casarse Felipe V en segundas nupcias con Isabel de Farnesio, que era su sobrina (hija de su hermana Dorotea Sofía de Neoburgo, duquesa de Parma). En 1739 regresó a la Corte, ya anciana y enferma. Fue instalada en el Palacio del Infantado en Guadalajara, donde falleció el 16 de julio de 1740. Fue enterrada en el Monasterio de El Escorial.
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