viernes, 16 de abril de 2010

* María Antonieta.

                   Reina consorte de Francia y de Navarra
                         Reina consorte de los franceses

                              Casa real Habsburgo-Lorena

Marie Antoinette.

                      Casa real Habsburgo-Lorena

María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena (Viena, 2 de noviembre de 1755 – París, 16 de octubre de 1793), más conocida bajo el nombre de María Antonieta de Austria, princesa real de Hungría y de Bohemia, archiduquesa de Austria, reina consorte de Francia y Navarra (1774–1791) y más tarde, de los franceses (1791 - 1792) por su matrimonio con Luis XVI.

Hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Francisco I, gran duque de Toscana y de su esposa María Teresa I, archiduquesa de Austria, reina de Hungría y reina de Bohemia, nació el 2 de noviembre de 1755. Es la decimoquinta y penúltima hija de la pareja imperial. De ella se encargan las hayas, gobernantas de la familia real (Mme de Brandeiss y la severa Mme de Lerchenfeld), bajo la estricta supervisión de la Emperatriz, que tiene ideas muy básicas sobre la educación de los hijos: higiene severa, régimen estricto y fortalecimiento del cuerpo. Pasa su infancia entre los palacios de Hofburg y Schönbrunn, en Viena.

     María Antonieta a los 7 años por Martin van der Meytens.

La emperatriz ya se esfuerza por casar a su hija con el mayor de los nietos del rey Luis XV,el Delfín (Dauphin en francés) Luis Augusto y futuro Luis XVI, que tiene, más o menos, la misma edad que ella. Al mismo tiempo María Teresa I acaricia la idea de unir a otra de sus hijas, Isabel, con el viejo Luís XV. Se trata de sellar la alianza franco-austríaca nacida de la famosa «caída de las alianzas» concretada en 1756 por el tratado de Versalles, con el fin de neutralizar la ascensión de Prusia y la expansión de Inglaterra.

Cuando María Antonieta tiene 13 años, la emperatriz, vieja dama y viuda, se interesa más por su educación con el fin de casarla. La archiduquesa toma lecciones de clave con Gluck y de baile (francés) con Noverre. Cuando su madre elige, además, a dos actores para darle clases de dicción y de canto, el embajador francés protesta oficialmente (los actores pasan entonces por ser personajes poco recomendables). María Teresa I le pide entonces que nombre a un preceptor aceptado por la corona de Francia. Será el abad de Vermond, admirador del Siglo de las luces y aficionado a las Bellas Artes que, enviado a la corte imperial, iba a reparar las lagunas en la educación de la joven Archiduquesa y comenzar a prepararla para sus futuras funciones.

El 13 de junio de 1769, el marqués de Durfort, embajador de Francia en Viena, realiza la petición de mano para el Delfín. María Teresa I acepta de inmediato. En Francia el partido devoto, hostil por la caída de las alianzas llevada a cabo por el duque de Choiseul en favor del enemigo sempiterno, llama ya a la futura Delfina "la Austríaca", sobrenombre que le había sido dado por las hijas del rey Luis XV.

El 17 de abril de 1770, María Antonieta renuncia, oficialmente, a sus derechos sobre el trono archiducal austríaco y el 16 de mayo se casa con el Delfín en Versalles. El mismo día de la boda se produce un escándalo de protocolo: las princesas de Lorena, alegando su parentesco con la nueva Delfina, se permitieron bailar antes que las duquesas, grandes damas de la nobleza, que murmuran ya contra "la Austríaca", por la tarde 132 personas mueren asfixiadas en la calle, en medio del regocijo público.

Joven, bella, inteligente, heredera de Habsburgo y con un árbol genealógico impresionante, su llegada aviva también los celos del pequeño mundo de la nobleza versallesca y de las múltiples y dudosas alianzas; pero la joven Delfina tiene miedo de acostumbrarse a su nueva vida. Su espíritu se pliega mal a la complejidad y a la astucia de la "vieja corte" y al libertinaje del rey Luis XV y de su amante Madame du Barry. Su marido la evita (el matrimonio no se consuma hasta julio de 1773), ella trata de amoldarse al protocolo y a la ceremonia francesa y aborrece tener su corte.

Cuarto de retrete de la reina Maria-Antonieta en Versailles, con su Silla a la Inglesa.

Cuarto de wc.de la reina Maria Antonieta en Versalles, con su silla inglesa.

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                             Wersailles wc de Liis XVI.

Por otra parte, María Antonieta es aconsejada, a través de la voluminosa y sesgada correspondencia que mantiene con su madre y con el conde de Mercy-Argenteau, embajador de Austria en París –conde de Mercy, la única persona con la cual puede contar, ya que Choiseul murió unos meses después de su matrimonio. Esta famosa correspondencia secreta de Mercy-Argenteau es una fuente de información extraordinaria sobre todos los detalles de la vida de María Antonieta después de su matrimonio en 1770 hasta el fallecimiento de María Teresa I de Austria en  Según el autor de un libro en el que se recoge dicha correspondencia:

Estos documentos originales no sólo nos revelan su intimidad, sino también cómo María Antonieta, desprovista de experiencia y falta de cultura política, fue manipulada por su familia austríaca a la cual ella estuvo siempre ligada.

                       Retratada por Vigee Lebrun en 1778.

El 10 de mayo de 1774, Luis XVI y María Antonieta se convierten en los reyes de Francia y de Navarra, pero su comportamiento no cambia mucho. Desde el verano de 1777 las primeras canciones hostiles como pequeña reina de veinte años empiezan a circular. María Antonieta se rodea de una pequeña corte de favoritos (la princesa de Lamballe, el barón de Besenval, el duque de Coigny, la condesa de Polignac) suscitando las envidias de otros cortesanos, multiplica su vestuario y las fiestas, organiza partidas de cartas en las que se realizan grandes apuestas.

María Antonieta intenta influir en la política del Rey nombrando y destituyendo ministros caprichosamente o siguiendo los consejos interesados de sus amigos. Así, por una cabezonería, se inmiscuye en el caso Guines (embajador en Londres, acusado de una conspiración para llevar a Francia a la guerra), que provoca la caída en desgracia de Turgot. El barón Pichler, secretario de María Teresa I, resume con mucho tacto la opinión general y escribe:

Ella no quiere ser gobernada, ni dirigida, ni siquiera guiada por las personas entendidas. Esta es la cuestión hacia la cual todos sus pensamientos parecen, hasta el presente, estar concentrados. Fuera de esto, no reflexiona demasiado, y el uso que ha hecho, hasta el momento, de su independencia es evidente, pues sólo se ha preocupado de la diversión y la frivolidad.

Maria antonieta

Una verdadera campaña de desprestigio se monta contra ella desde su acceso al trono. Circulan los panfletos, se la acusa de tener amantes (el conde de Artois, su cuñado o el conde sueco Hans Axel de Fersen) e incluso de mantener relaciones con mujeres (con la condesa de Polignac o la princesa de Lamballe); de despilfarrar el dinero público en frivolidades o en sus favoritos; de seguirle el juego a Austria, dirigida por su hermano José II. Hay que reconocer, sin embargo, que ella ha hecho todo lo posible para favorecer al partido anti-austríaco, deponiendo de su cargo a D’Aiguillon y sustituyéndolo por Choiseul, pero todo había sido en vano. Versalles se queda vacío, huyen los cortesanos desdeñados por la reina y los que no tienen los medios suficientes para sostener los gastos de la Corte.

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El 19 de diciembre de 1778, María Antonieta tiene su primer hijo: es una niña, María Teresa, llamada "Madame Royale". El 22 de octubre de 1781 nace el Delfín Luis José (llamado Luis José Javier Francisco). Pero los libelos han hecho correr rápidamente la noticia de que el niño no es hijo de Luis XVI. Tras los nacimientos, María Antonieta cambia un poco su forma de vida, pero sigue de cerca la construcción del "Hameau" en Versalles, una aldea en miniatura en la que la reina cree descubrir la vida campestre. Se dedica a la caridad. El 27 de marzo de 1785 nace su tercer hijo, Luis-Carlos (Luis XVII), duque de Normandía. El 9 de junio de 1787 nace su última hija, Sofía Beatriz (María Sofía Helena Beatriz) que murió con un año de vida de tuberculosis (19 de julio de 1788).

Gran parte de lo que conocemos de este periodo se debe a las Memorias de Madame Campan, la principal confidente de la Reina.

                        El asunto del collar de la reinacollar-de-la-reina_1785

                         Diseño del collar de diamantes.

En julio de 1785 estalla el "caso del collar": el joyero Bohmer reclama a la Reina 1,5 millones de libras por un collar de diamantes encargado en nombre de la soberana por el cardenal de Rohan. Ella no se hace responsable. Insiste en arrestar al Cardenal, al que acusa de insultarla al achacarle la compra del collar, y el escándalo es inevitable. El rey confía el asunto al Parlamento, que determina que la culpa corresponde a un par de aventureros, Jeanne Valois de La Motte y su marido, y disculpa al cardenal de Rohan, engañado pero inocente. La Reina, aunque inocente también, es tratada con gran desconsideración por el pueblo, al considerarla culpable, por lo menos moralmente. Lejos de resultar superfluo, el caso del collar supuso un punto de inflexión en el reinado, que marcaría una nueva etapa de impopularidad y odio por parte del pueblo que se sintió insultado por los bajos negocios de usura y falsificaciones.

El propio Napoleón aseguraría más tarde que el caso del collar de diamantes fue detonante de la revolución francesa.

María Antonieta toma conciencia, por fin, de su impopularidad y trata de reducir sus gastos, especialmente los de su mansión, lo que provoca nuevas críticas y un gran escándalo en la Corte cuando sus favoritos se ven privados de sus cargos. Todo es inútil, ya que las críticas continúan y la Reina se gana el apodo de "Madame Déficit". Es acusada de estar en el origen de la política anti-parlamentaria de Luis XVI y de nombrar y destituir a los ministros. En 1788 es ella la que induce al rey a despedir al impopular Loménie de Brienne y sustituirle por Necker. Ya es demasiado tarde, Luis XVI había sido demasiado débil.

Versailles_chaise-d-affaires Caja de silla-orinal con lacas de Japón, de inicios del siglo XVIII (Antigua Colección Real Francesa).

Versalles caja de silla orinal con lacas de Japón de inicio de siglo XVIII antigua colección francesa.

Ya en proceso de desatarse la Revolución Francesa, se difundió una frase que, supuestamente, había pronunciado María Antonieta. Se contó que, cuando la gente del pueblo, a falta de harina y trigo, fue a Versalles a encararse con ella, ésta habría respondido altaneramente con la frase: "Que coman pasteles" (Qu’ils mangent de la brioche). Este supuesto hecho causó un gran enojo en el pueblo y contribuyó a que aumentara el odio que éste sentía hacia la Reina.

Hay muchas versiones que señalan por qué razón María Antonieta habría dicho aquello. Sin embargo, ya el filósofo contemporáneo Jean-Jacques Rousseau confirma que la frase no fue proferida por ella, sino por otra reina anterior, María Teresa de Austria (esposa de Luis XIV); la frase original era S'il ait aucun pain, donnez-leur la croûte au loin du pâté ("Si no tienen pan, que les den el hojaldre en lugar del paté").

Según el biógrafo Stefan Zweig, no hay duda de que esta frase se atribuyó de forma falsa a María Antonieta, y que quien realmente pronunció algo parecido en la misma época, fue una de las tías de la Reina e hijas de Luis XV, que ante las noticias recibidas de que el pueblo pedía pan, apostilló "si no tienen pan, que coman costra de pastel". Llenaba mucho y resultaba indigesta.

Aún hoy en día son muchas las personas que consideran a María Antonieta como autora de la citada frase, aunque, según la historiadora británica Antonia Fraser, esto nunca fue dicho por María Antonieta

                           María Antonieta con sus hijos.

La Revolución

En 1789 la situación de la Reina es insostenible. Corre el rumor de que Monsieur (futuro Luis XVIII) habría depositado en la asamblea de los notables de 1787 un dossier que probaba la ilegitimidad de los infantes reales. El rumor menciona un retiro de la Reina en Val-de-Grâce. El abad Soulavie, en sus Mémoires historiques y politiques del reinado de Luis XVI, escribe que se pensaba que María Antonieta "se llevaría con ella todas las maldiciones del pueblo y que la autoridad real sería, por este motivo, total y súbitamente regenerada y restaurada".

Dormitorio de Marie Antonieta en palacio de Fontainebleau, Francia (por Ganymede2009).

Dormitorio de María Antonieta en palacio de Fontainebleau.(Francia)

El 4 de mayo de 1789 se abren los Estados Generales. Después de la misa de apertura sube al púlpito monseñor de la Fare que, con duras palabras, ataca a María Antonieta denunciando el lujo desenfrenado de la Corte y de los que, hastiados de este lujo, buscan el placer en "una imitación pueril de la naturaleza" (contado por Adrien Duquesnoy en el "Journal sur l’Assemblée constituante"), alusión evidente al Pequeño Trianón.

El 4 de junio muere el pequeño Luis José. Para evitar gastos se sacrifica el ceremonial en la basílica de Saint-Denis. La actualidad política no permite a la familia real un sepelio solemne. Conmocionada por este acontecimiento y desorientada por el cariz que toman los Estados Generales, María Antonieta se deja convencer por la idea de una contrarrevolución. En julio, Luis XVI destituye a Necker. La Reina quema sus papeles y recoge sus diamantes, trata de convencer al Rey para dejar Versalles e ir a una plaza fuerte segura, lejos de París. Desde el 14 de julio un registro de proscripción circula por París. Los favoritos de la Reina están en primer lugar y la cabeza de la Reina tiene fijado el precio. Se la acusa de querer hacer saltar el Parlamento con una bomba y de mandar a las tropas sobre París.

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El 1 de octubre se produce un nuevo escándalo: tras un banquete ofrecido a los guardias de corps de la Casa militar, un regimiento de Flandes que acaba de llegar a París, la Reina es aclamada, las escarapelas blancas son enarboladas y las tricolores pisoteadas. París está indignado por estas manifestaciones monárquicas y por el banquete dado cuando hasta el pan le falta al pueblo. El 5 de octubre una manifestación de mujeres se dirige a Versalles pidiendo pan y diciendo que van en busca del "panadero" (el Rey), la "panadera" (la Reina) y el "pequeño aprendiz" (el Delfín). Al día siguiente, por la mañana, los amotinados, armados con picos y cuchillos, entran en el palacio, matan a dos guardias de corps y amenazan a la familia real, que se ve obligada a regresar a París escoltada por las tropas del Marqués de La Fayette y los amotinados. Durante el trayecto se lanzan amenazas contra la Reina e incluso le enseñan una cuerda prometiéndole una farola en la capital para colgarla.

 

Árbol de la familia real desde la época de Luis XV hasta los hijos de Luis XVI y los de Carlos X

   María Antonieta en 1788, poco antes de su derrocamiento.

El 10 de octubre Luis XVI está de nuevo en París. Con María Antonieta deciden solicitar la ayuda de los monarcas extranjeros, el rey de España Carlos IV y José II, hermano de la Reina. Pero el Rey de España responde con evasivas y el 20 de febrero de 1790 José II fallece. La Fayette le sugiere a la Reina, con toda frialdad, que se divorcie. Otros hablan, casi con descaro, de emprender un proceso de adulterio y pillar a la Reina en flagrante delito con el conde de Fersen.

Breteuil les propone, a finales de 1790, un plan de evasión. La idea es que dejen las Tullerías y se refugien en la plaza fuerte de Montmédy, próxima a la frontera. La Reina está cada vez más sola, sobre todo desde que, en octubre de 1790, Marcy-Argenteau se ha marchado de Francia para ocupar su nuevo cargo en la embajada de los Países Bajos, y de que Leopoldo II, el nuevo emperador (otro de sus hermanos) elude sus peticiones de ayuda. Como monarca filósofo, le aconseja a su hermana que acepte los dictados de la nueva Constitución. El 7 de marzo, una carta de Mercy-Argenteau dirigida a la reina es interceptada y entregada a la Comuna. Otro contratiempo para la reina, una prueba que pone de manifiesto su intención de vender la patria a Austria.

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         Dormitorio de Maria Antonieta en el castillo de Versalles.

El 20 de junio se produce la evasión y la desafortunada expedición a Varennes. Rápidamente París se da cuenta de la fuga, aunque La Fayette intenta hacer creer que el rey ha sido raptado por unos contrarrevolucionarios. La familia real, cerca de París, no se siente muy segura. Desdichadamente, su berlina lleva un retraso de más de tres horas, y así, cuando llegan al primer lugar de encuentro, el relevo de Pont-de-Somme-Vesle, las tropas prometidas se han retirado pensando que el rey ha cambiado de idea. Poco antes del mediodía la berlina es detenida en Varennes-en-Argonne. El conductor del relevo precedente, en Sainte-Menechould, ha reconocido al Rey. Se producen unos momentos de nerviosismo, nadie sabe qué hacer y, durante este lapsus, la muchedumbre llega a Varennes. Por último, la familia real amenazada y en medio de una situación muy violenta, es devuelta a París.

Interrogado en París por una delegación de la Asamblea Constituyente, Luis XVI contesta con evasivas. Sus respuestas, hechas públicas, suscitan la ira del pueblo, que reclama el derrocamiento del Rey. María Antonieta se entrevista secretamente con Antoine Barnave, que quiere convencer al rey para que acepte su papel de monarca constitucional. El 13 de septiembre, Luis XVI acepta la Constitución. El día 30, la Asamblea constitucional se disuelve y es reemplazada por la Asamblea legislativa, aunque se hacen patentes los rumores de guerra con las monarquías próximas, en primer término, Austria. El pueblo se revuelve contra María Antonieta, a la que califican de "monstruo femenina" e incluso de "Madame Veto", acusándola de querer sumir a la capital en un baño de sangre. El 3 de agosto de 1792, el manifiesto de Brunswick, inspirado por Fersen, termina de inflamar al pueblo.

El 10 de agosto se produce la insurrección. Las Tullerías son asaltadas, el Rey se refugia en la Convención, que vota su suspensión provisional, y ambos son internados en el convento de los Feuillants. Al día siguiente, la familia real es transferida a la prisión del Temple. Allí moriría, casi dos años más tarde, su segundo hijo varón, a los 10 años de edad, conocido como Luis XVII, aunque por supuesto nunca reinó. Durante las matanzas de septiembre, la princesa de Lamballe, víctima simbólica, es salvajemente asesinada y su cabeza se exhibe en la punta de una pica, paseándola por delante de las ventanas tras las que se halla María Antonieta. Poco después, cuando ya la guerra ha empezado, la familia real queda retenida por la Convención. A principios de diciembre, se descubre el "armario de hierro" en el que Luis XVI guarda sus papeles secretos. El proceso, a partir de ese momento, es inevitable.

El 26 de diciembre la Convención vota a favor de la muerte de Luis XVI, que es ejecutado el 21 de enero de 1793. El 27 de marzo, Robespierre pregunta, por primera vez, delante de la Convención por la suerte de la Reina. El 13 de julio el Delfín es separado de su madre y confiado al zapatero Antonie Simón . El 2 de agosto es María Antonieta la que es separada de sus hijos y conducida a la Conciergerie para su reclusión. Su interrogatorio empezará al día siguiente.

Luis XVI , María Antonieta y sus hijos antes de ser ejecutado.   Luís XVI, María Antonieta y sus hijos antes de ser ejecutado.

La primera celda de María Antonieta en La Conciergerie fue instalada en la antigua sala de reunión de los carceleros (una celda humilde con un catre, un sillón de caña, dos sillas y una mesa). La celda tenía una estrecha y pequeña ventana que daba al jardín de las mujeres. Tras una tentativa de evasión dirigida por Alexandre Gonsse de Rougeville, María Antonieta fue llevada a una segunda celda. Un biombo la separaba de los guardias que la custodiaban.

Posteriormente, Luis XVIII hizo cerrar con una pared esta segunda celda y construir una capilla. La mitad oeste fue anexionada a la capilla real por medio de un local en el que se asegura que Maximilien Robespierre pasó sus últimas horas.

                             "EL COMPLOT DEL CLAVEL"

Retrato de Maria-Antonieta de Lorena-Austria, Reina de Francia (1755-1793), realizado por Kucharski en la prisión de La Torre del Temple, ca.1792.

El complot conocido como "del Clavel", tuvo lugar en la noche del 2 al 3 de septiembre de 1793, y fue organizado por el contrarrevolucionario Jean-Pierre de Batz, Barón de Sainte-Croix (1754-1822), el mismo que había prometido un millón de libras -que no tenía- a quien salvase a la reina María-Antonieta de Austria. Era la segunda vez que Batz intentaba un salvamento de última hora, a la desesperada... Ya el 21 de Enero de 1793, pretendió sin éxito "raptar" al rey Luis XVI, cuando éste iba camino del cadalso; varios realistas fueron muertos en la intentona y Batz consiguió escapar.

Desgraciadamente para la Viuda Capeto, el plan fracasó. Aquella tentativa frustrada sería, posteriormente, reprochada a la reina durante su juicio.

PARIS, Cárcel del Palacio de La Conciergerie, 28 de Agosto de 1793

El miércoles 28 de agosto de 1793, Jean-Baptiste Michonis, inspector de cárceles y administrador de la policía, penetra en la celda de la reina María-Antonieta en compañía de un hombre de unos 36 años de edad, y de baja estatura (1m. 65). En la solapa de su casaca gris a rayas, el hombre luce dos magníficos claveles. Con solo ver al personaje, la reina le reconoce enseguida: es el caballero. Alexandre Gonsse de Rougeville (1761-1814) -en el retrato contiguo-, el mismo que, durante la jornada del 20 de junio de 1792, la defendió del populacho.

El Caballero de Rougeville se inclina ante la viuda de Luis XVI y, fingiendo un despiste, deja caer a los pies de ésta uno de sus dos claveles, que contiene mensajes enrollados entre sus pétalos. El caballero, acompañado de Michonis, abandona poco después la celda y la reina puede leer estas palabras: "Tengo hombres y dinero."

Sin dudarlo un solo momento, contesta con ayuda de un alfiler y le responde sobre otro trocito de papel: "Estoy estrechamente vigilada, no hablo con nadie, confío en vos, vendré."

Un cuarto de hora después, Rougeville reaparece con Michonis. Una conversación se establece. El caballero informa a la reina que volverá pasado mañana y que llevará consigo el dinero necesario para sobornar a los guardias. Parece ser que, en ese momento, María-Antonieta se emplea a fondo para "comprar" la complicidad del gendarme Jean Gilbert, quien se encarga de hacer pasar su mensaje al caballero de Rougeville.

          Palacio de La Conciergerie: 30 de Agosto de 1793

Retrato de Maria-Antonieta de Lorena-Austria, Reina Vda. de Francia y de Navarra (1755-1793), en su celda de la Cárcel de La Conciergerie, en París.

Como prometió, el 30 de agosto, el caballero de Rougeville reaparece con Michonis en La Conciergerie, y ambos se entretienen con la reina abordando los detalles del plan elaborado para su evasión, que debe efectuarse la noche del 2 al 3 de septiembre. El matrimonio Richard, conserjes de la cárcel y una tal Marie Harel forman parte del secreto y aseguran su plena colaboración. Rougeville, por su parte, lleva encima 400 Luises de oro y 10.000 libras en asignados destinados a comprar a los guardianes de La Conciergerie.

Recreación de la celda de la reina, en la cárcel de La Conciergerie, vigilada por un gendarme.

A pesar de la extrema debilidad que resiente la reina, agotada por sus contínuas pérdidas de sangre (sufría de un fibroma o mioma uterino), se ponen de acuerdo para que, cuando escape, se dirija al castillo de Livry dónde le espera escondida Madame de Jarjayes y, desde allí, ambas partirán disfrazadas para refugiarse en territorio alemán.

Louise-Marguerite Émilie Henriette Quetpée de Laborde, Vda. Hinner y Condesa de Jarjayes tras casarse en segundas nupcias con François-Augustin Régnier de Jarjayes (1786), era una de las 12 doncellas de la reina Maria-Antonieta.

La Noche del 2 al 3 de Septiembre

El asunto parece estar destinado a ser todo un éxito. A la hora fijada, la reina sale de su celda, atraviesa la sala donde se encuentran los gendarmes encargados de custodiarla, penetra en la conserjería del matrimonio Richard y pasa por dos estafetas. Aún queda una reja por cruzar y saldrá al patio de Mai y, a la calle. Sin embargo, atenazado por el miedo o la codicia de hacer pagar más cara su complicidad, Jean Gilbert impide a la reina cruzar la última puerta que la lleva a la libertad. Pese a sus súplicas y a las promesas de sus dos salvadores, Gilbert rehúsa con obstinación abrirle la reja. María-Antonieta ve, de este modo, frustrada su última oportunidad de escapar a sus verdugos. El caballero de Rougeville y Jean-Baptiste Michonis tendrán que irse y el gendarme Jean Gilbert conduce nuevamente a su celda a la reina.

Para colmo de males, Jean Gilbert no mantendrá el pico cerrado. Por temor a que la tentativa de evasión fuera soplada a sus jefes, el gendarme, preocupado por su posición y su cabeza, redacta y envía un informe harto embarazoso a su superior más inmediato, el teniente-coronel Dumesnil. En él, denuncia tardíamente las artimañas de Michonis y del caballero de Rougeville. Peor aún: desvela que la reina le confió un papel escrito a base de punciones de alfiler, para que lo entregara a Rougeville. Para acabar de ser aún más vil, protesta argumentando que entregó dicho mensaje al conserje Richard. A la vista del informe, el teniente-coronel Dumesnil alerta enseguida al Comité de Seguridad General. Éste encarga a Jean-Pierre André Amar, secundado por el diputado Sevestre, acudir a La Conciergerie sin más dilación. Una vez allí, los dos miembros del Comité se introducen en la celda de la reina y la interrogan. Asediada por multitud de preguntas inquisitivas, María-Antonieta responde con evasivas, intentando por todos los medios evitar revelar nada que pueda incriminar a sus cómplices.

El caballero de Rougeville ha conseguido huir de París por los pelos y desvanecerse, pero Jean-Baptiste Michonis es arrestado y enviado a prisión (sería posteriormente guillotinado el 17 de junio de 1794, pero por otras razones). En cuanto al matrimonio Richard, sospechoso de complicidad con la reina, serán cesados y encarcelados durante un tiempo.

El 16 de octubre de 1793, tras un ignominioso juicio, María-Antonieta de Lorena-Austria (como ella puntualizó ante sus jueces, y no como viuda de Luis Capeto), última reina de Francia y de Navarra, es sacada de su celda de La Conciergerie, las manos atadas a la espalda, subida a una inmunda carreta tirada por un jamelgo y conducida al lugar del suplicio, al otro lado del Sena; sube los peldaños del cadalso erigido en medio de lo que fue la hermosa Plaza de Luis XV, ahora Plaza de la Revolución, y es guillotinada a las 12 h. 15' del mediodía, ante una asistencia casi silenciosa pese a las procaces incitaciones de un comediante para que la cubran de insultos.

 

            María Antonieta frente al Tribunal Revolucionario.

El 14 de agosto de 1793, María Antonieta es puesta a disposición judicial ante el Tribunal revolucionario, presentándose como acusador público Fouquier-Tinville. Si en el juicio de Luis XVI se había intentado guardar las apariencias de una cierta equidad, no se hizo así con el proceso a María Antonieta. El dossier se prepara a toda prisa; es, a todas luces, incompleto, Fouquier-Tinville no logra encontrar todos los documentos de Luis XVI.

Para exagerar la acusación, Tinville hace declarar contra su madre al Delfín, manipulado por sus guardianes revolucionarios. Delante del tribunal, el niño acusa falsamente a su madre y a su tía, Madame Isabel, de haberle incitado a la masturbación y de haberle obligado a participar con ellas en ciertos juegos sexuales. Indignada, María Antonieta pide a las mujeres del público que la defiendan: "La naturaleza rechaza semejante acusación hecha a una madre. Apelo a todas las madres presentes en la sala". El motín es evitado por poco.

Se la acusa, asimismo, de entenderse con las potencias extranjeras. Como la Reina lo niega, Herman, presidente del Tribunal, la señala como "la instigadora principal de la traición de Luis Capeto", lo cual presupone un proceso por alta traición. El preámbulo del acta de acusación declara asimismo:

Examinados todos los documentos presentados por el acusador público resulta que, a semejanza de las Mesalinas, Brunegilda, Fredegunda y Médicis, que fueron calificadas como Reinas de Francia y cuyos nombres, para siempre odiosos, no figurarán en los anales de la Historia, María Antonieta, viuda de Luis Capeto, ha sido, después de su paso por Francia, la plaga y la sanguijuela de los franceses.

Las declaraciones de los testigos de cargo resultaron poco convincentes. María Antonieta contesta:

No fui más que la esposa de Luis XVI, fue él el que cometió los errores y ella aceptó su voluntad.

Fouquier-Tinville pide la pena de muerte y declara a la acusada: "enemiga declarada de la nación francesa". Los dos abogados de Maria Antonieta, Tronçon-Ducoudray y Chauveau-Lagarde, jóvenes e inexpertos, desconociendo el dossier, sólo pueden leer, en voz alta, algunas notas que han podido redactar.

Cuatro preguntas se dirigen al jurado:

1.- ¿Se tiene constancia de que hayan existido maniobras y contactos con las potencias extranjeras u otros enemigos exteriores de la República? Las mencionadas maniobras y contactos ¿tenían como objetivo proveer ayudas monetarias, darles entrada al territorio francés y facilitarles la compra de armas?

2.- ¿Tiene conciencia María Antonieta de Austria (…) de haber cooperado en estas maniobras y contactos?

3.- ¿Se tiene constancia de que existe un complot y una conspiración para conducir a una guerra civil en el interior de la República?

4.- ¿Está convencida María Antonieta de haber participado en este complot y esta conspiración?

A estas cuatro preguntas el jurado responde que sí. María Antonieta es condenada a la pena capital el 16 de octubre, dos días después del inicio del juicio, acusada de alta traición. De madrugada escribe una carta a Madame Isabel, la hermana de Luis XVI:

Acabo de ser condenada, no a una muerte honrosa, que se reserva para los criminales, pero voy a reunirme con vuestro hermano.

Al mediodía del día siguiente María Antonieta es guillotinada, sin haber querido confesarse con el sacerdote constitucional que le habían propuesto. Fue enterrada en el cementerio de la Madeleine, calle de Anjou-Saint-Honoré, con la cabeza entre las piernas. Su cuerpo fue exhumado posteriormente el 18 de enero de 1815 y transportado el 21 a Saint-Denis.

 

María Anotonieta camino a la guillotina, por Jacques-Louis David.

En su descargo y por lo que se deduce de una carta escrita a su hermano, parece ser que ella no tuvo nunca ninguna influencia acerca de las decisiones políticas tomadas por del Rey.

Yo sé que, sobre todo en las cuestiones políticas, no he tenido ningún ascendiente sobre las ideas o pensamientos del Rey. ¿Sería prudente para mí el tener con su ministro algunas entrevistas para tratar de ciertos asuntos sobre los cuales él está casi seguro de que el rey no me atendería? Sin hacer ostentación alguna ni mentir, yo dejo creer al pueblo que tengo más crédito del que en realidad tengo, porque si no se me cree, tendré todavía menos crédito.

Tras la ejecución de María Antonieta se declaró la guerra entre Francia y Austria, poniendo fin a la alianza establecida por Bernis y Choiseul, alianza que había resistido hasta ese momento.

De 1779 a 1800, la pintora Vigée-Lebrun pintó unos treinta retratos de María Antonieta.

Frases relevantes en sus últimos momentos

  • Días antes de su muerte, después de que su marido fuera ejecutado, sus hijos arrancados de su lado, el Delfín manipulado para acusarla de estupro, y completamente sola, en su prisión María Antonieta se golpeó la cabeza contra una viga del techo haciéndose una herida que no paraba de sangrar. La todavía reina no se quejó. Ante la pregunta de uno de los guardias: "¿Os habéis hecho daño?", María Antonieta contestó: "No, ahora ya no hay nada que pueda hacérmelo."
  • Vale la pena recordar uno de sus momentos más estremecedores: cuando supo el descuartizamiento cruel y sangriento de su leal amiga María Luisa de Saboya-Carignan, princesa de Lamballe, quien fuera salvajemente asesinada en la prisión de la Force, el 3 de septiembre de 1792, y su cabeza, peinada y empolvada, fue hecha desfilar empalada por las calles entre risas y gritos salvajes.
  • El día de su ejecución, mientras el pueblo entero la abucheaba e insultaba, María Antonieta se tropezó subiendo al cadalso y pisó al verdugo que estaba a punto de guillotinarla. La reina le dijo: "Disculpe señor, no lo hice a propósito."

El testamento de María Antonieta

De vuelta en el calabozo, a la reina de Francia sólo le quedaban unas horas antes de comparecer ante el Altísimo, horas que María Antonieta empleó en dejar un último mensaje de amor y de perdón a sus seres queridos. Una carta sublime, grave y conmovedora, dirigida a su cuñada Madame Isabel, que la princesa real nunca recibirá, pues fue interceptada y entregada a Robespierre y estuvo desaparecida hasta el año 1816, en el que salió a luz con motivo de la restauración borbónica en Francia (Luis XVIII):

"Es a vos, hermana mía, a quien escribo por última vez. Acabo de ser condenada, no a una muerte vergonzosa  sino a reunirme con vuestro hermano. Me causa un hondo pesar abandonar a mis pobres hijos: vos sabéis que eran mi única razón de existir. Que mi hijo no olvide nunca las últimas palabras de su padre, que yo le repito expresamente; ¡que nunca intente vengar nuestra muerte!  Debo hablaros de algo doloroso para mi corazón. Sé cuánta pena ha debido causaros este hijo mío. Perdonadle, querida hermana: pensad en su edad y en lo fácil que es hacer decir a un niño lo que se quiere, incluso aquello que no comprende. Pido perdón a todos cuantos he conocido. Perdono a todos mis enemigos el mal que me han hecho... Os abrazo de todo corazón, así como a mis pobres y queridos hijos.¡Dios mío, qué desgarrador es dejarlos para siempre! Adiós, adiós, ya no habré de ocuparme sino de mis deberes espirituales ….

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Algunas joyas de Antonieta que están en una exposición en el Palacio de Versalles.

 

 

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Al casarse  Luis XVI  le regalo un anillo de compromiso de diamante azul de 5,50 quilates en forma de corazón.

El Diamante Hope (también conocido como "Diamante Azul o joya de mar " y "Diamante de la esperanza") es un diamante de color azul marino, con un peso estimado en 45.52 quilates. Su color es debido a la presencia de trazas de átomos de boro en su composición.

             Forma de corazón colgante medallón con un mechón de pelo, dijo tradicionalmente como la de María Antonieta, establecer bajo vidrio o cristal de roca con una tarjeta de inscripción y montado en un marco de filigrana de oro. Un pequeño candado de oro se suspende de la base con una llave en una cadena unida al bucle de suspensión.          

 

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Una ráfaga de esperanza debió de pasar por la cabeza de María Antonieta cuando, meses antes de subir a la guillotina, entregó un saquito con un buen puñado de perlas grises, brillantes y rubíes, además de otras joyas ya montadas, a su amiga del alma, lady Elizabeth, condesa de Sutherland y esposa del embajador británico Lord George Leveson-Gower a quien nadie registraría por su inmunidad diplomática. La intención de la Reina era recuperar aquel pequeño tesoro cuando pudiera escapar de sus carceleros, junto con su familia.

Éste es un retrato de lady Elizabeth Leveson-Gower, condesa de Sutherland

Éste es un retrato de lady Elizabeth Leveson-Gower, condesa de Sutherland.

Y es que lady Elizabeth, tras la muerte de María Antonieta, siguió protegiendo aquel saquito de joyas que su amiga le había confiado. Con el tiempo, los diamantes se convirtieron en collar, pero los Sutherland esperaron casi cincuenta años a montar las perlas y los rubíes. Lo hicieron en 1849, con ocasión de la boda de un nieto de lady Sutherland y, desde entonces, la joya siempre ha estado en manos de la familia. Christie's no ha dicho qué miembro de los Sutherland vende el collar, aunque uno de sus directivos, Raymond Sancrolf-Baker, ha comentado que la joya había permanecido todo el tiempo en la caja fuerte de un banco y que había llegado el momento -«excepcional»- de ponerla en circulación. La joya podría alcanzar el medio millón de euros y se sabe que el Museo del Louvre está interesado en su compra.

Yo me hago una pregunta que desde luego me intriga ¿porqué Lady Elizabeth no devolvió el collar, al cabo de los años, a la única hija de Marie Antoinette, la duquesa de Angulema? Hubiera sido, pienso yo, lo más natural en esas circunstancias...

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sábado, 10 de abril de 2010

Las joyas de María de Medicis.

     INVENTARIO DE LAS JOYAS DE LA REINA DE FRANCIA
                            MARIA DE MEDICIS

Retrato de María de Médicis (1573-1642), Reina Vda. y Regente de Francia y de Navarra, según Frans Pourbus II en 1611, y representada con los atuendos de su coronación, su corona, sus diamantes y sus fabulosas perlas. Galería Uffizi (Florencia, Italia).
En 1610, un exhaustivo inventario sobre las alhajas personales de María de Médicis, esposa del rey Enrique IV de Francia y de Navarra, nos revela que sus joyeros contenían lo siguiente:
-11.538 piedras preciosas de todas las formas y dimensiones imaginables.
-6 collares de diamantes.
-11 cadenas de oro de diseños y formas diversas.
-4 insignias de diamantes.
-varias cruces de oro con perlas, diamantes, rubíes, zafiros, amatistas y esmeraldas.
-varios rosarios de oro con cuentas de perlas y otras piedras preciosas.
-varios brazaletes de oro guarnecidos con gran variedad de gemas.
-varios broches, ramilletes, colgantes de cintura, cinturones, pendientes, anillos, ornamentos y agujas guarnecidas con diamantes, perlas y otras gemas de colores.
-5.878 perlas redondas y en forma de pera, de grandes dimensiones.
El famoso inventario se realizó tras el asesinato del rey Enrique IV (14 de mayo de 1610), e impresiona, ya en esa época, la cantidad de alhajas acumuladas por su segunda consorte María de Médicis, de 37 años. A medida que se fueron sucediendo las distintas reinas que vinieron después de ella, el joyero de las regias consortes se acrecentó con regalos diplomáticos, presentes reales y encargos. Todo hay que decirlo, algunas alhajas antiguas, juzgadas pasadas de moda, fueron reconvertidas y sus piedras reutilizadas. Se sabe, en cualquier caso, que su famoso collar de gruesas y redondas perlas llegó hasta la Revolución Francesa, cuando se hizo un inventario y correspondiente tasación de las Joyas de la Corona de Francia en 1791-1792, por encargo de la Asamblea Nacional que pretendía subastarlas para financiar la guerra.


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martes, 6 de abril de 2010

María de Médicis.

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Nacida en Florencia en 1573, María de Médicis era hija del gran-duque Francisco I de Toscana y de la archiduquesa Juana de Austria (su 1ª esposa). Rica princesa casadera italiana, fue su tío el cardenal Fernando de Médicis, a la sazón legado del Papa, quien la propuso entre las tantas candidatas que se barajaban para el recién divorciado rey Enrique IV de Francia, desde su anulación matrimonial con Margarita de Francia en 1599.
Huelga decir que las negociaciones fueron duras y no exentas de tensiones entre Florencia y París; mientras los diplomáticos franceses entablaban las conversaciones con los representantes de los grandes-duques toscanos, Enrique IV andaba con la idea de convertir a su favorita en su próxima esposa. Gabrielle d'Estrées, la amante oficial en cuestión, ya había parido unos cuantos retoños reales que el rey quiso legitimar otorgándoles el apellido Borbón y derechos sucesorios a la Corona si viniera a faltar. En consecuencia, se abrió una crisis entre el monarca y sus ministros, que acogieron las legitimaciones con gran frialdad e indignación, alzando la voz el principal de todos ellos, el duque de Sully, que intentaba convencer al rey de no cometer semejante tontería más teniendo en cuenta que los súbditos franceses eran reacios a cualquier idea de poner a una puta del rey en el trono.
Los Médicis hicieron la oferta aún más tentadora con una más que sustanciosa dote si Enrique IV aceptaba tomar la mano de la princesa María. Quedaba, además, una notable deuda pendiente que Francia había contraído en esos tiempos aciagos de la guerra civil y religiosa, con el gran-duque de Toscana. La oferta toscana era inmejorable: los Médicis ofrecían el mejor medio para liquidar esa deuda con parte de la sustanciosa dote de la princesa. Pero el asunto amenazaba con no llegar a buen puerto mientras estuviera de por medio la favorita real Gabrielle d'Estrées, y las conversaciones adquirieron un tono desagradable entre las dos cancillerías:-¿Cuando llegará vuestra gorda banquera?- preguntaba la favorita al rey, con tono altivo.-Cuando haya echado a todas las putas de palacio! -respondía el rey hastiado.
Gracias a una comida en casa del banquero italiano Zamet, a la cual fue invitada la bella Grabrielle d'Estrées, se produjo el fatal desenlace que liberó al rey Enrique IV de su promesa infantil de casarse con ella si le daba otro hijo varón. Muerta la rival, probablemente envenenada por una naranja y a instancias del clan Médicis, se allanaba el camino de la princesa María para convertirse en la 2ª esposa del monarca galo. Las últimas discusiones giraron en torno a la sustanciosa dote de la italiana, reclamando los embajadores galos más dinero y cerrando el trato con varios millones a su favor. Claro está, Francia se comprometió con Florencia a restar de esa fabulosa dote, la suma de la cual era deudora con las arcas florentinas, lo que equivalía a no pagar nada.
En diciembre de 1600, tras un penoso viaje bajo todo tipo de inclemencias meteorológicas, la princesa María de Médicis llegó a las puertas de la ciudad francesa de Lyon, donde la esperaban la corte y el rey Enrique IV. La boda religiosa se celebró el 17 del mismo mes, en la catedral de San Juan de Lyon: Enrique IV contaba entonces 47 primaveras y la novia 27. El matrimonio se consumó la misma noche. El monarca encontró a su nueva mujer demasiado recatada, rolliza y poco inteligente. Mayores disgustos vendrían después. En cualquier caso, María de Médicis fue puesta frente a lo que le esperaba en la corte: la perpetúa presencia de la nueva favorita real, marquesa de Verneuil. Ni corto ni perezoso, Enrique IV las presentó y, ante la tibieza de la marquesa de Verneuil para hacer la conveniente reverencia ante la reina, éste la doblegó con una sola mano en su hombro hasta ponerla de rodillas. Ni qué decir que aquella escena resultó harto humillante para María de Médicis.
A principios del año 1601, los reyes hacían su entrada oficial en París. Instalada de noche en el palacio del Louvre, María de Médicis tuvo la sensación de ser objeto de alguna broma de mal gusto al descubrir sus nuevos aposentos en penumbra, con escasos muebles ajados y polvorientos. Nada que ver con la esplendidez de la corte florentina. Pero la reina no tardó en ponerse manos a la obra en su misión de dar descendencia al rey: el 27 de septiembre de 1601, paría en el real sitio de Fontainebleau a su primer hijo, el Delfín Luis (futuro Luis XIII). Tras el tan esperado heredero del trono, siguieron Elisabeth, futura reina de España, Christine, futura duquesa de Saboya, Nicolás, duque de Orléans, Gaston, duque de Anjou (y futuro duque de Orléans), y Henriette-Marie, futura reina de Inglaterra, de Irlanda y de Escocia
Pero las pretensiones de María de Médicis iban más allá de su papel de esposa y madre: ambicionaba meter las narices en los asuntos de Estado.
Pero al llegar a Francia, ha llevado consigo a todo un séquito de italianos aventureros que pretenden meter las zarpas en los asuntos de la corte, levantando no pocas ampollas entre los franceses y provocando el descontento del rey, que no aprecia a esos intrigantes que pretenden medrar a la sombra de la reina. Dos de ellos, Leonora Dori Galigaï, hermana de leche de María de Médicis, y Concino Concini, sobresalen por su oportunismo y por provocar no pocos altercados matrimoniales entre el rey y la reina. Enrique IV los desprecia y sabe cuales son sus pretensiones, exige que su mujer se separe de ellos y los devuelva a Florencia. Finalmente, y tras inenarrables escenas por parte de la reina, la Galigaï y Concini consiguen, no solo permanecer al servicio de la regia consorte, sino que además obtienen el permiso de casarse bajo la condición que, después, abandonen Francia. La condición última nunca se produciría... De hecho, María de Médicis se halla totalmente dominada por esos dos personajes de orígenes más que sospechosos, y entra en una especie de guerra sorda contra la favorita de su marido, la marquesa de Verneuil (Henriette de Balzac d'Entragues), considerándose permanentemente humillada por su presencia hasta en su propia casa. Las discusiones entre el rey y la reina por la presencia de la marquesa son memorables: María de Médicis hace en ellas gala de su iracundo histerismo, agriándose día a día. Harto, Enrique IV prefiere huír de esas embarazosas escenas yéndose de caza o consolarse con la marquesa de Verneuil.
Pero María de Médicis conseguirá finalmente su objetivo cuando, en 1610, Enrique IV se está preparando para entrar en guerra contra el Imperio. El rey dispone que, en su ausencia, María se ocupe de la regencia asistida por el consejo de ministros (limitando así sus decisiones), consciente de sus limitaciones intelectuales y políticas. Para ello, María exige a Enrique que se la corone en la abadía de Saint-Denis, idea que parece por lo menos absurda y superflua al monarca. Pero, para tener la fiesta en paz (y a pesar de sus malos presentimientos), Enrique IV cede y se la corona el 13 de mayo de 1610.
Al día siguiente, 14 de mayo, el rey abandona en carruaje abierto el Palacio del Louvre para trasladarse al Arsenal, sede del ministro Sully, para visitarle. La comitiva real queda bloqueada en la calle de La Ferronnerie, cerca de una taberna-hostal llamada "Al Corazón Real atravesado", al producirse un embotellamiento de carros. El momento es aprovechado por un iluminado llamado François Ravaillac, para asestar dos brutales puñaladas al rey mientras éste andaba conversando con sus acompañantes los duques de Epernon, de La Force y de Roquelaure. El regicida es inmediatamente apresado por la guardia real, con orden de no matarle y de llevarle a prisión para someterle a interrogatorio.
Al principio, el rey piensa que han sido heridas sin gravedad pero, al escupir sangre a borbotones, se descubre que uno de los golpes ha seccionado la carótida y que empieza a desangrarse de forma alarmante. Corriendo y deprisa, el carruaje da la vuelta para volver a palacio y trasladan al monarca a su pequeño cuarto del 1er piso, tendiéndole sobre su sofá. Poco después, Enrique IV rinde su último suspiro.
Ante semejante tragedia, María de Médicis se muestra más fuerte que su propio dolor. Con el apoyo del intrigante duque de Epernon (sobre quien recaerán sospechas de haber estado detrás del regicidio), María de Médicis se presenta ante el Parlamento reunido en urgencia exigiendo que se la reconozca regente de Francia en nombre de su hijo el joven Luis XIII, con todos los poderes. De nada valdrán las disposiciones de Enrique IV sobre las condiciones de la regencia si viniera a fallecer antes de que su heredero llegase a la edad de gobernar (13 años). Del consejo de regencia echará progresivamente a todos los fieles servidores del difunto rey, empezando por el duque de Sully, que sigue siendo protestante. Ante la antipatía de la reina, Sully prefiere dimitir y salir del gobierno con honores en 1611. Su tarea ha acabado con un balance más que loable: las arcas del Estado están a rebosar de oro. María de Médicis, para comprar adhesiones entre los Grandes del Reino (que ya empiezan a darle problemas), saqueará el Tesoro concediendo pensiones astronómicas.
En 1612, ordena la construcción del Palacio de Luxemburgo, en la orilla izquierda del Sena (actual palacio del Senado), inspirado en el Palacio Pitti de Florencia. Lejos de ocuparse de sus hijos, deja a éstos en manos de los criados de la Casa Real. Pone en el consejo a su favorito y valido Concino Concini, al que colmará de oro, cargos y prebendas, concediéndole el marquesado de Ancre y el bastón de mariscal de Francia sin haber pisado jamás un campo de batalla, lo que provoca la ira de todos los mariscales y generales del reino. El favor de Concini provocará, además, que la alta nobleza se subleve y se una a los príncipes de Condé, que lideran al partido de los Grandes descontentos.
El viraje político de la regencia interrumpe la política exterior que se iba llevando a cabo con el difunto rey. Católica y pro-romana, María de Médicis inicia conversaciones de paz con el emperador y el rey de España y, para sellar las cordiales relaciones entre Madrid, Viena y París, inicia los trámites para casar a sus dos primeros hijos (Luis XIII y Elisabeth) con los del rey Felipe III de España (el príncipe de Asturias, futuro Felipe IV, y Ana). La doble boda soliviantará aún más a los Grandes de Francia, que se oponen a esa doble unión dinástica. A eso se añade la ingerencia de Concini en los asuntos de Estado, librándose descaradamente al pillaje del Tesoro Real, lo que hace empeorar aún más las tensiones entre la regente y la nobleza y el pueblo. Para intentar calmar los ánimos, la corte se traslada en 1614 a Burdeos donde la regente convoca los Estados Generales. Sin embargo, el resultado deja mucho que desear y los enfrentamientos empeoran. Una semana antes, Luis XIII había cumplido su mayoría de edad y le habían consagrado y coronado rey en Reims (20 de octubre de 1614), pero el joven monarca inexperto dejaba en manos de su madre las riendas del poder, sin duda presionado por ésta y el valido Concini.
Lo único que se puede reconocer de bueno en la gerencia de la reina-regente, es el haber dado un puesto de secretario de Estado al obispo de Luçon (Armand-Jean du Plessis de Richelieu, futuro cardenal de Richelieu), bajo la férula de los Concini.
Harto de las contínuas humillaciones infligidas por los Concini y por su madre, Luis XIII acabará por reunir en su entorno a los descontentos y a cristalizar una conspiración que libre a Francia de ese desgobierno. Con su acuerdo, aunque no de palabra, ya que Luis XIII era un hombre bastante parco, dio luz verde a que se detuviera a Concini y a la mujer de éste, la odiosa Leonora Galigaï, y en caso de resistirse, darles muerte. Así se forjó el Golpe de Estado del rey, desbancando al valido y a su madre de un solo golpe. Evidentemente, Concino Concini fue abatido a balazos sobre el puente que daba acceso al Palacio del Louvre; su mujer fue arrancada de su cama (bajo cuyo colchón escondía docenas de sacos de oro y joyas) y llevada a prisión para ser puesta a disposición de la Justicia. La acusaron de practicar magia. Mientras su marido fue enterrado casi en el anonimato, luego desenterrado por la turba y descuartizado en medio de una sanguinaria orgía popular, Leonora fue formalmente acusada de brujería, sus bienes confiscados y condenada a decapitación, para luego ser quemada y sus cenizas echadas a los cerdos.
En cuanto a la regente, sorprendida por el golpe de su hijo, se desentendió de la suerte de Leonora Galigaï y, muerta de miedo, fue encerrada a cal y canto en sus aposentos con la prohibición de poder comunicarse con Luis XIII, y de salir de ellos. Fue finalmente exiliada a Blois por orden del rey, y en su exilio, la reina se fue acompañada por el obispo de Luçon, también caído en desgracia por haber sido un protegido de ésta y de los Concini. Poco tiempo después, Richelieu servirá de mediador entre madre e hijo, y artífice de una frágil reconciliación que se iniciará tras una guerra entre los partidarios del rey y de la ex-regente.
A pesar de la buena voluntad de Luis XIII, María de Médicis no podía contentarse con el papel de reina-madre y se implicó en distintas conspiraciones a favor de su hijo preferido Gastón, duque de Orléans. Harto de las intrigas maternas, el rey, bien servido por el cardenal de Richelieu, exilió definitivamente a su madre fuera de Francia. Huída a los Países-Bajos con lo puesto, María de Médicis erró hasta morir miserablemente en la ciudad alemana de Colonia en 1642.

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domingo, 4 de abril de 2010

Gracias a todos.


Bueno, esta entrada la hago más que nada para dar las gracias, a todos los que me leéis  y comentáis, los que solo me leéis y no comentáis o simplemente pasáis por aquí de vez en cuando, y muchísimas gracias a esas personas que me siguen, gracias también a toda esa gente que me escribe correos apoyándome o simplemente haciéndome sugerencias.
A todos.
                Muchísimas gracias.

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sábado, 3 de abril de 2010

Isabel de Farnesio.

                                 Reina consorte de España.
                                          (Primer mandato).
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Tras la muerte de la primera esposa de Felipe V, María Luisa Gabriela de Saboya y Orléans, la princesa de los Ursinos, que ejercía una especie de regencia, comentaba con el abate Giulio Alberoni (Fiorenzuola d'Arda, 1664-Piacenza, 1752) la necesidad urgente de encontrar una nueva esposa para el rey. Debido a que éste estaba en tal estado de decaimiento, se temía por su salud mental. Según parece, era tanta la fogosidad de Felipe V y su necesidad de expresarla, que el tener que contenerse le provocaba terribles dolores de cabeza. Hubo quien sugirió damas dispuestas a ofrecerse al rey para aliviar sus irrefrenables impulsos sexuales, pero el monarca, demasiado santurrón, tenía en horror la sola idea de fornicar con otra mujer que no fuera su legítima compañera ante los ojos de Dios. Sencillamente, y por un miedo irracional al infierno ferozmente inculcado por sus tutores, Felipe V no estaba dispuesto a pecar carnalmente y dar semejante ejemplo a sus súbditos, aunque de ello dependiera su salud y estabilidad emocional.
La elegida para convertirse en la segunda esposa de Felipe V fue Isabel Farnesio (Parma, 1692-Madrid, 1766), Princesa de Parma, única hija de los príncipes herederos de Parma, Eduardo II (1666-1693) y Sofía Dorotea de Neoburgo (1670-1748) . Isabel se convirtió así en la segunda reina española de origen italiano. Además, Sofía Dorotea era hermana de Mariana de Neoburgo, por lo que Isabel era sobrina de la viuda de Carlos II, el último de los Habsburgo, que vivía exiliada en Bayona. La primera esposa de Felipe V, la reina María Luisa Gabriela, no tardó en ser suplida por Isabel Farnesio. A todas luces, el trono de la ambiciosa parmesana fue la cama, desde la que se dictó la política española de su tiempo, ya que conociendo el punto débil de su esposo no dudó en aprovecharse de él.
Isabel-de-Parma_Filippo-V-uxor_Melendez                                  Isabel de Parma.
Según las crónicas, la elección de Isabel Farnesio para convertirse en la esposa de Felipe V no fue del todo casual. Influyeron en la elección no sólo los cortesanos más allegados al rey, como la princesa de los Ursinos, sino personajes tan alejados de la corte como la desterrada reina viuda Mariana de Neoburgo. Además estaba Giulio Alberoni, encargado por el tío de Isabel, el duque Antonio I de Parma, de las negociaciones para lograr el matrimonio de su hija con Felipe V. Isabel de Parma era físicamente una mujer alta y bien formada, con un aspecto vital y unos ojos que emanaban carácter y ambición, aunque la viruela padecida durante su juventud le había quitado muchos encantos a su rostro.
Pese a todo seguía siendo bella. Era además una mujer astuta, versada en idiomas, que disfrutaba interviniendo en política y se interesaba por todas las actividades artísticas e intelectuales. Siempre según las crónicas, Isabel fue descrita a la princesa de los Ursinos como una mujer sumisa, sencilla, sin carácter, inofensiva y manipulable, relegada a una posición tan discreta que no tenía más aficiones que la de bordar y atiborrarse de pasta, queso parmesano y mantequilla, en suma todo lo contrario de cómo realmente era. Esa buena propaganda fue enteramente fabricada por el intrigante abate Alberoni, para ganarse el apoyo de la princesa y conseguir que Isabel se convirtiera en la nueva reina de España.
Las negociaciones entre la Corona Española y el duque de Parma para lograr el matrimonio entre Isabel y Felipe V tenían otro objetivo además del explicito de la boda: la aspiración española a las perdidas posesiones en Italia, a las que aspiraba Isabel como única heredera de Parma. No solo pareció adecuado el compromiso a la princesa de los Ursinos, sino también al mismísimo Luis XIV, a quien la idea de que los Borbones tuvieran posesiones en Italia le parecía excelente.
La princesa de los Ursinos como camarera mayor de la corte y como "regente" efectiva de la corona española, y ante la apatía de Felipe V, fue la encargada no sólo de las negociaciones matrimoniales, sino también de comunicarle al rey su próximo enlace con Isabel de Parma. Entusiasmado ante la idea, Felipe pasó de la tristeza a la alegría tras seis meses de melancólico luto, y sobre todo de rigurosa abstinencia sexual, lo que según los médicos le provocaba el lamentable estado de salud en el que se encontraba.
Algo sorprendente en el enlace entre Isabel y Felipe V fue la rapidez con que todo se llevó a cabo. Tras unas diligentes negociaciones matrimoniales en 1714, a instancias del rey, se firmaron las capitulaciones matrimoniales para la boda por poderes en Parma en agosto. Al mes siguiente, en Parma, se celebró entonces la boda por poderes, tras la cual partió Isabel sin más dilación hacia España para reunirse con su flamante marido.
Por lo visto, el viaje se pensaba realizar por mar, pero debido a las inclemencias del tiempo que hacían peligroso el viaje, éste se interrumpió y hubo de proseguirse por tierra atravesando territorio francés.
Al parecer fue durante el viaje por tierra hacia España cuando, al pasar por Francia Isabel de Parma tuvo una entrevista con su tía, la exiliada reina viuda Mariana de Neoburgo. La entrevista se produjo en la ciudad francesa de Saint-Jean-de-Pied-de-Port. Según cuentan las crónicas de la época, durante esta breve entrevista Mariana de Neoburgo informó a su sobrina sobre el carácter de los españoles y la vida en la corte madrileña. Pero además, la previno sobre la influencia que en la Corte tenía la princesa de los Ursinos, aconsejándola que la alejara del rey y de la Corte.
En su viaje hacia Madrid, y después de atravesar la frontera franco-española, Isabel de Parma pasó por la ciudad de Pamplona, donde la nueva reina de España fue agasajada por la población durante nada menos que cinco días. Aquí la joven Isabel empezó a conocer el carácter de los españoles quienes según cuentan parecían encantados con la segunda esposa de Felipe V, pensando quizá que sería tan buena como la añorada María Luisa Gabriela de Saboya.
La caída y expulsión de la Princesa de Los Ursinos
Un suceso lamentable ocurrió cuando la joven reina Isabel se acercaba a Madrid en la navidad de 1714. Un impaciente Felipe V que esperaba a su nueva esposa en Guadalajara envió a Jadraque a su amiga y consejera la princesa de los Ursinos para recibir en su nombre a Isabel. Pero sucedió que por su avanzada edad -tenía setenta y dos años- y achaques, la princesa de los Ursinos no pudo ejecutar la reverencia completa ante la reina como lo requería la etiqueta. Además se tomó la confianza de coger a la reina por la cintura, haciendo ciertos comentarios sobre su aspecto rollizo y tratándola como a una chiquilla. Esto hizo que una Isabel fuera de sí, echase a la princesa no solo de la estancia, sino también del reino. El incidente sucedido en Jadraque, que dio pie a la reina Isabel para expulsar a la princesa de los Ursinos del reino ha pasado también a la historia por el hecho de que el jefe de la guardia, temeroso de ser objeto de futuras represalias por parte del rey, y sabedor de la omnipotencia de la princesa de los Ursinos, solicitó de la reina Isabel que la orden de expulsión se le diera por escrito. No faltaba más! Pidió pluma y papel, escribiendo ella misma y sobre su falda dicha orden. Tan rápidamente fue cumplida la orden, que la querida princesa fue metida con lo puesto en una carroza y conducida a través de una terrible nevada, bajo escolta, hasta la frontera con Francia. Lo más triste es que, enterado Felipe V del suceso, no hizo nada por hacer regresar a su querida consejera, se dice que por no contrariar a su nueva esposa. Como la princesa no tenía más valedor que el rey de España y éste la había abandonado a su suerte, ésta se vio mal acogida por las autoridades francesas. Peor aún: cuando osó presentarse en la corte de Versailles, la acogida no pudo ser más glacial por parte de Luis XIV y la marquesa de Maintenon, ya que miraban a la princesa de los Ursinos como a una traidora a los intereses de Francia por haber defendido una política que conciliara los objetivos de ambos reinos cuando estaba en el poder.
Tuvo entonces que abandonar Versalles y refugiarse en casa de su hermano el duque de Noirmoutiers hasta que en 1715, al fallecer Luis XIV e inaugurarse la regencia del duque de Orleáns, acérrimo enemigo de la princesa, le fue notificada que era persona non grata en Francia. Volvió a hacer sus baúles y cruzó la frontera italiana para morir finalmente en el más absoluto olvido.
Ciertamente, si hay algo que agradecer a la princesa de los Ursinos, fue su intento de llevar una política conciliadora en la que no admitía que los intereses españoles fueran ninguneados frente a los de Versailles. Y eso, Luis XIV y sus ministros no lo digerieron muy bien...
En las Memorias, Louis de Rouvroy, duque de Saint-Simon (1675-1755) .- nos ofrece un extraordinario documento sobre la vida pública y privada de la aristocracia. Además comenta divertido como los cortesanos españoles se quedaron muy contrariados al ver como, tras la ceremonia nupcial, celebrada a la seis de la tarde, el nuevo matrimonio formado por Isabel de Parma y Felipe V se dirigió rápidamente a la cámara nupcial para consumar su unión.
Ya desde su primer encuentro con Felipe V, Isabel descubrió que, debido al lujurioso temperamento de su marido, podría dominarlo fácilmente desde el lecho conyugal. Tanto es así, que unos años después de la boda, se comentaba no solo en la Corte española sino también en la de Versailles que el rey se debilitaba a ojos vista, debido sobre todo a los numerosos encuentros que con la reina tenía.
Además cuentan algunos que Isabel, cuando veía apaciguado a Felipe le administraba un brebaje afrodisíaco de vino mezclado con diversas especias.
El matrimonio entre Isabel de Parma y Felipe V se celebró en 1714 en la misma ciudad de Guadalajara; Isabel tenía veintidós años y Felipe treinta y uno. En los cuadros que representan el momento, y que podemos ver en el Museo del Prado, podemos observar como Isabel tenía ya un aspecto rollizo, debido probablemente a su debilidad por la pasta y el queso parmesano.
Según cuentan las crónicas cortesanas de la época, la reina Isabel de Parma era una mujer imponente, de gran estatura y aspecto voluminoso, que llamaba la atención nada más entrar en una habitación. A pesar de esto, Isabel no dudaba en resaltar su persona, adornándose profusamente con todo tipo de joyas vistosas, pieles, encajes y lazos, y todo lo que estuviera de moda; le sentara bien o mal, siempre iba engalanada como lo que era y se esperaba de una reina.
La reina mal querida
El recibimiento que la villa de Madrid hizo a la segunda esposa de Felipe V, la italiana Isabel de Parma, fue todo menos "bienvenida". Se dispensó más bien una gélida acogida a la recién llegada. Los cronistas de la época recogieron algunos de los agrios comentarios que el pueblo hacía al pasar delante de ellos la soberana. Uno de estos aludía a la condición de madrastra que debía asumir Isabel: "cara de madrastra no la he visto peor en la vida". Con el tiempo este comentario se hizo realidad, ya que Isabel se comportó más como una madrastra que como una madre con los tres hijos que Felipe V había tenido con su esposa María Luisa.
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"La Familia de Felipe V" en 1723, boceto del pintor de la corte Jean Ranc, representa al rey Felipe V rodeado por el infante Fernando (a su derecha) y el infante Luis, Príncipe de Asturias (a su izq. y figura central del cuadro), hijos de su primer matrimonio con la difunta María-Luisa Gabriela de Saboya; y la reina Isabel de Parma (a la derecha del cuadro) con sus hijos los Infantes Felipe y Carlos, señalando el retrato oval de la infanta María-Ana-Victoria, novia del rey Luis XV de Francia.
La dominante reina Isabel de Parma consiguió con el destierro de la princesa de los Ursinos el abandono de la política pro-francesa. Sin la protección de la princesa, los nobles franceses afincados en la Corte madrileña tuvieron que regresar a París, siendo sustituidos por numerosos personajes italianos que vinieron llamados por el primer ministro Alberoni, quien pretendía así lograr un fructífero acercamiento con los reinos italianos. Con esta política, España se ganó muchos enemigos, entre ellos Francia. Fue ante la presión de éstos, que Felipe V se vio obligado más adelante a expulsar a Alberoni, quien se trasladó a Roma. Allí sería nombrado por el Papa legado pontificio en la Romagna.
El 28 de febrero de 1718 y por Real Disposición de Felipe V, todos los Regimientos de Caballería debían recibir un nombre fijo. Así, el viejo Tercio de Hersemburgo -que en el momento del cambio se conocía como Regimiento de Atry- pasó a llamarse Regimiento Farnesio, 4º de Caballería. El número 4 le correspondía por antigüedad en aquella época, yendo por delante de éste los Regimientos siguientes: de la Reina, del Príncipe y Borbón. En cuanto al nombre, obviamente, tiene su origen en la segunda esposa del rey Felipe V, Isabel Farnesio, última descendiente de la estirpe que en el siglo XVI tuvo por mejor ilustración al gran militar Alejandro Farnesio.
300px-Felipe_V_e_Isabel_de_Farnesio_ Doble retrato de los reyes Felipe V e Isabel de Parma, realizado por Louis-Michel Van Loo en 1743. En el lienzo, el artista supo dejar patente la dependencia emocional del monarca por su consorte, que resalta con una actitud de gran seguridad en si misma y como verdadera gobernante de la Monarquía Española.

La reina Isabel tuvo nada menos que siete hijos con el rey Felipe V, hecho éste que la convierte en una de las reinas españolas más fecundas, por no decir la que más. Sus siete hijos fueron: Carlos (1716-1788), que ocuparía el trono con el nombre de Carlos III; Francisco, nacido en 1717 y muerto a los pocos días; María Ana Victoria (1718-1781), que sería reina de Portugal tras casarse con José I; Felipe (1720-1765), duque de Parma, Piacenza y Guastalla; María Teresa Rafaela (1726-1746), esposa de Luis de Borbón, Delfín de Francia; Luis Antonio Jaime (1727-1785), arzobispo de Toledo y Sevilla, y María Antonia Fernanda (1729-1785), esposa de Víctor-Amadeo III de Saboya, rey de Cerdeña-Piamonte.
En abril de 1715, Isabel Farnesio, dio a conocer a todo el mundo que estaba esperando su primer hijo. Ante tan buena noticia, la corte se concentró inmediatamente en los preparativos para el parto. Por ello, se movilizó no sólo a todo el personal de palacio, sino también a nobles y cortesanos. Armó tanto revuelo como si este fuera el ansiado heredero para el trono español. Es más, pretendió conseguir que su primer hijo recibiera honores como si fuera el Príncipe de Asturias, olvidando conscientemente que este ya existía en la persona del príncipe Luis.
Desde el primer momento la corte madrileña vio en la reina Isabel a una mujer ambiciosa. Pero nadie sospechó que su ambición la llevaría a codiciar el trono de Francia. En Septiembre de 1715, tras la muerte del abuelo de su esposo, el rey Luis XIV, no dudó en animar a su esposo a reafirmar sus derechos a la corona francesa, a pesar de que ya existía un heredero superviviente legítimo, el pequeño Delfín Luis, bisnieto de Luis XIV y sobrino de Felipe V.
Como en otros partos reales, para el primero de Isabel de Parma, estaba prevista la asistencia de un cierto número de nobles que discretamente controlaría el nacimiento del futuro príncipe o princesa. Isabel preparó así la lista de los cortesanos que asistirían y la dio a conocer en septiembre de 1715, enviando además las ordenes de asistencia. Pero resulta que Isabel, exagerada o intencionadamente, confecciona una lista tan amplía como nunca había sucedido en la corte española. Dicha lista contenía más de cuarenta nombres entre los que destacaban miembros de la alta nobleza y eclesiástica de España y del extranjero, incluyendo los miembros del Consejo del Reino, además del alcalde de Madrid, como si fuera a nacer el Príncipe de Asturias, aunque no fuera el caso.
Primer hijo varón de Isabel de Parma con Felipe V. Las ambiciones maternas le destinarían a ser el príncipe heredero del gran-ducado de Toscana, duque de Parma y de Piacenza, rey de Nápoles y de Sicilia y rey de España y de las Indias sucesivamente...
El 20 de enero de 1716 nació en el Alcázar de Madrid el infante Carlos, primer hijo de Isabel con Felipe V. Al parecer los únicos contentos sinceramente fueron los padres del recién nacido. El resto de la corte y la población de Madrid no fueron capaces de dar muestras sinceras de alegría, al considerar que la reina Isabel de Parma se había excedido en los festejos con ocasión del nacimiento de su primogénito, olvidando que España tenía ya un Príncipe de Asturias, además de otros dos infantes herederos al trono; los tres fruto del anterior matrimonio de Felipe V.
La reina Isabel Farnesio estaba tan orgullosa de su numerosa prole, que se vanagloriaba de ello diciendo que a ella nunca le reprocharían lo que a su tía Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II, de quien se decía que dejó el trono español tan virgen como lo había encontrado. A estos siete hijos había que añadir los tres que ya tenía Felipe V de su anterior matrimonio con María Luisa Gabriela de Saboya.
Isabel de Farnesio fue madre de un rey y dos reinas: Carlos (1716-1788), que ocuparía los tronos de Nápoles-Sicilia y de España con el nombre de Carlos III; María Ana Victoria (1718-1781), que sería reina de Portugal tras casarse con José I y María Antonia Fernanda (1729-1785), esposa de Víctor-Amadeo III (Turín, 1726-Moncalieri, 1796) duque de Saboya y rey de Cerdeña entre 1773 y 1796.
También pudo ser madre de una reina de Francia, ya que su hija María Teresa (1726-1746) era esposa de Luis de Borbón, Delfín de Francia. Su prematura muerte producida antes del acceso al trono de su marido lo impidió.
Interferencias politicas
En 1715, un año después de la boda entre Isabel y Felipe V ocurrió un hecho decisivo para la política europea: la muerte de Luis XIV, abuelo de Felipe V. El nuevo Delfín de Francia era el hijo del duque de Borgoña, un niño de cinco años, por lo que se hacia necesario el nombramiento de un regente. El caso es que casi presionado por su esposa Isabel, Felipe V decide optar a la regencia de Francia en calidad de tío del joven heredero. Este hecho despertó viejas enemistades con Austria, Francia, Gran Bretaña y Holanda, que consideraron que España vulneraba los acuerdos del Tratado de Utrecht firmado en 1713 y que había establecido un status quo en Europa.
Finalmente ante las presiones exteriores Felipe V desistió de su idea y fue nombrado regente de Francia el duque de Orleáns, sobrino carnal y yerno político del difunto Luis XIV. Sin embargo, Isabel salió beneficiada al conseguir para sus hijos la promesa de heredar los ducados de Parma y Toscana.
Según las crónicas de la época Isabel y Felipe V, como otros monarcas españoles, desarrollaron una gran afición a la caza. Así los reyes practicaban la caza en los cotos reales cercanos a la villa de Madrid. Al parecer comenzaron a practicar la montería por recomendación médica, ya que era beneficiosa para la salud mental y física del monarca, y finalmente la practicaron también por placer.
La reina Isabel de Parma era una hábil cazadora, hecho que recogen los anales históricos. Así se describe como la reina practicaba la caza mayor en los bosques del Pardo y la Zarzuela situados en los alrededores de la villa de Madrid. Conejos y liebres en la Casa de Campo y pequeñas aves en el Buen Retiro.
Intrigas a la italiana
Isabel era una mujer dominante cuya única obsesión era dejar bien situados a sus numerosos hijos, ya que ninguno de ellos optaba directamente al trono de España. Consiguió así imponer su voluntad a su esposo el rey Felipe V, obligándole a realizar una intensa labor destinada a que sus hijos gobernaran en los territorios italianos que ella creía que por herencia les correspondían. Este hecho condicionó la política exterior española durante la primera mitad del siglo XVIII.
Los testigos de entonces describen con todo lujo de detalles como la soberbia reina española, hizo todo lo posible para entorpecer la educación política de su hijastro Fernando quien, tras la repentina muerte de su hermano Luis I había de sucederle en el trono de España. Así pues, por todos los medios posibles trataba de impedir la asistencia de Fernando a los Consejos de Estado que habían de ponerle al día sobre la situación del reino. Esta enconada intromisión de la reina Isabel hizo que se ganara muchas enemistades entre los nobles y cortesanos españoles.
Las relaciones entre el hijastro y la madrastra italiana nunca fueron buenos desde un principio; Isabel de Parma hizo de pies y manos para mantener al presunto heredero de la Corona Española aislado de todo y de todos...
Hecho curioso durante el siglo XVIII fue el decaimiento de las corridas de toros celebradas anualmente en Madrid. Más concretamente durante el reinado de Isabel y Felipe V. Parece ser que la caída en desgracia de la tauromaquia fue debido a la falta de interés que en ambos despertaba la fiesta nacional, debido posiblemente a que ninguno se había criado en España y no habían desarrollado esta clase de afición que otros reyes españoles si habían tenido y que había contribuido a su financiación. En cualquier caso, a los reyes les parecía un espectáculo sanguinario supérfluo y sin sentido.
La reina sufrió, al igual que su tía Mariana de Neoburgo, el destierro. Al contrario que aquella, Isabel fue desterrada dentro de los límites de España, concretamente al palacio de la Granja de San Ildefonso, situado en la provincia de Segovia. Este destierro fue decretado por su hijastro Fernando VI (Madrid, 1713-Villaviciosa de Odón, 1759), quien tras suceder a su padre en 1746 así lo decidió, ya que consideraba que la intromisión de su madrastra en los asuntos de Estado habían resultado muy negativos, y estuvieron encaminados a impedir su subida al trono.
Las maniobras políticas llevadas a cabo por la reina Isabel aseguraron primero a su hijo Carlos las coronas de Nápoles y de Sicilia. Pero las muertes de sus hijastros Luis I, tras siete meses de reinado, y Fernando VI tras casi trece años en el trono trastocaron los planes de forma positiva. Logró así que su hijo Carlos ocupara el trono de España, pese a que éste ocupaba el cuarto lugar en la sucesión. La infanta Maria Ana Victoria, conocida por todos como Marianita, era la tercera de los siete hijos del matrimonio formado por Isabel y Felipe V. Esta joven infanta española fue como en otras ocasiones utilizada como mero peón por la política del Estado, ya que fue prometida en matrimonio por dos veces. El primero de los contratos matrimoniales fue con Francia, como prometida del rey Luis XV de Francia. Pero cuando el duque de Borbón asumió el gobierno galo (sucediendo al finado duque de Orléans, en 1723), la devolvió por ser demasiado joven para consumar el matrimonio y la reemplazó por una princesa polaca mucho mayor que ésta, y en edad de proporcionar un heredero a Francia.
Tenía tan solo ocho años cuando fue devuelta a Madrid. El segundo de los contratos matrimoniales, en cambio, si llegó a cumplirse, convirtiéndose la joven infanta en la futura reina de Portugal tras casarse con el que sería el rey José I.
Fue durante los años de reinado de Felipe V y de su segunda esposa Isabel cuando a instancia suya se fundaron en España instituciones tan importantes para la cultura nacional como la Biblioteca Nacional, la Real Academia de la Lengua y la Real
Isabel y su esposo Felipe V fueron los impulsores de la construcción del palacio de La Granja, en Segovia. Este palacio, que fue edificado emulando al palacio de Versailles -aunque a una escala menor-, rodeado de hermosos jardines y fuentes, fue concluido en 1736, tras diversas ampliaciones llevadas a cabo desde su inicio en 1719. Era el lugar de retiro favorito de estos reyes, como lo demuestra el hecho de que se retiraran a vivir allí tras la abdicación de Felipe V en 1724.
Parece ser que la estrategia seguida por Isabel de Parma para fortalecer la alianza con Francia mediante matrimonios de Estado fracasó completamente. El primero de estos matrimonios unía a Luis, Príncipe de Asturias con la princesa francesa Luisa Isabel de Orléans. Debido a la temprana muerte de Luis I no prosperó. El segundo intento fue prometer en matrimonio a la infanta Maria Ana Victoria, de tan solo cuatro años, con el rey Luis XV, cuyo primer ministro (el duque de Borbón) devolvió a la joven infanta española ante la imposibilidad de consumar el matrimonio, ya que ésta tenía tan solo ocho años. El tercer intento unió a la infanta María Teresa Rafaela con el primogénito de Luis XV, pero ésta falleció con tan solo veinte años tras dar a luz una niña que le siguió a la tumba.
El Infante Luis Antonio Jaime (1727-1785), sexto hijo de los reyes Isabel y Felipe V, fue nombrado arzobispo de Toledo y de Sevilla, gracias a las intrigas de su madre. Pero pese a obtener tan importante y lucrativo cargo, acabó renunciando a él por no estar de acuerdo con las exigencias del celibato, adoptando en su lugar el título de conde de Chinchón, quizá no tan importante, pero que en cambio le permitía una vida más libre.
La intromisión en política de la reina Isabel no conoció limites. Consiguió, con la ayuda del cardenal Alberoni la intervención militar de España en la guerra de Sucesión de Polonia, con el envío de tropas en Italia contra Austria. En el primer conflicto su hijo Carlos consiguió los reinos de Nápoles y Sicilia; y en el segundo conflicto de la guerra de Sucesión Austríaca, consiguió recuperar para su cuarto hijo Felipe (1720-1765) los ducados de Parma y Piacenza que estaban bajo dominio austríaco.
Abdicación y retiro
En enero de 1724 la reina Isabel vio interrumpida su carrera de intrigas y ambiciones. La interrupción se debió a que Felipe V, aquejado por una abrumadora depresión, decide abdicar; y lo hace en Luis, el primogénito habido con su primera esposa, la reina María Luisa Gabriela de Saboya. Disgustada, Isabel se ve obligada por las circunstancias a llevar una vida retirada junto a su marido en el palacio de La Granja, en Segovia.
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El Palacio de La Granja en San Ildefonso, no lejos de la ciudad de Segovia, y ubicado en la Sierrala Villa de Madrid quien, obviamente, delegó la ejecución de la obra al aparejador Juan Román. Aunque se han barajado diversas fechas plausibles para el inicio de las obras, lo más seguro (y según los documentos del Archivo del Patrimonio Real) es que se empezaran el 1 de abril de 1721.
Tanto la edificación del palacio, cuyo tamaño se preveía modesto en principio, como el diseño de los extensos jardines a la francesa se iniciaron simultáneamente, tomando ejemplo de los existentes entonces en Versailles. El rey Felipe V, nostálgico de su época versaillesca, pretendía recrear un facsímil de la residencia real francesa a una escala reducida claramente inspirada en el Real Sitio de Marly y sus hermosos jardines. Para ello se contrataron al escultor René Carlier, al jardinero Etienne Boutelou y al ingeniero Etienne Marchand quien, a partir de 1725, iba a hacerse cargo de las obras.
El Real Sitio de La Granja de San Ildefonso no iba a ser uno más de los palacios diseminados por la geografía española, sino que tenía un destino más concreto: convertirse en la residencia veraniega de la Familia Real a partir de 1724. Puesto que el palacio primitivo debe acoger a los miembros de la Familia Real y a su corte, Ardemans tendrá que modificar sobre la marcha el conjunto con ampliaciones y añadir la Colegiata destinada a acoger los sepulcros de Felipe V e Isabel, sobre el antiguo emplazamiento de la vieja ermita de San Ildefonso. Las obras, casi constantes, durarán más de veinte años y, más allá de la muerte de Felipe V en 1746, seguirán bajo el impulso de su viuda Isabel Farnesio, principal ocupante del Real Sitio junto con los infantes don Luis y doña Maria-Antonia, futura reina de Cerdeña. Es más, por iniciativa de la reina-viuda, se construye el vecino Palacio de Riofrío para sus cacerías. Pero habría de esperarse el reinado de Carlos III para que La Granja adquiriera su ordenación definitiva.
La temporada hispalense
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El traslado de la corte de Madrid a Sevilla, acaecido en 1725, estuvo causado por el empeoramiento de la depresión nerviosa de Felipe V. Éste se había visto obligado a regresar al trono tras la repentina muerte de Luis I (Madrid, 1707-Madrid, 1724) en agosto de 1724, apenas siete meses después de su abdicación. Las tareas de gobierno resultaron una pesada carga para Felipe V, quien vuelve a manifestar sus intenciones de abdicar. De hecho, la reina tuvo que confiscarle todo el material que pudiera servirle para redactar una renuncia formal a la corona, dejándole sin pluma, tinta ni papel al alcance de la mano, y prohibiendo terminántemente al servicio que le fueran proporcionados. Ante eso, Isabel decide el traslado de la corte a Sevilla, aduciendo razones de salud, y con la esperanza de que las distracciones del viaje le hagan olvidar al rey su obsesión por dejar la corona.
Fue durante los años de estancia de la corte en la ciudad hispalense cuando nace el último de los siete vástagos de Isabel y Felipe V. Se trata de la infanta María Antonia Fernanda (1729-1785) nacida en el Alcázar de Sevilla en 1729, y quien casada con Víctor-Amadeo III de Saboya, se convertirá en reina consorte de Cerdeña y Piamonte entre 1773 y 1785.
Durante los años que duró la estancia de la corte a Sevilla, Isabel se dio cuenta del verdadero alcance de la enfermedad mental de su esposo, que en aquella época denominaban "vapores". La enfermedad se había agravado tanto que había producido en el monarca una profunda depresión nerviosa. Intentando mejorar su estado de salud, Isabel organizó para Felipe agradables estancias por las bellas ciudades andaluzas y sus residencias reales, como en la Alhambra de Granada.
Reina-Viuda, Reina-Madre
Pese a que la historia ha tildado a la reina Isabel de Parma de ambiciosa e intrigante durante los últimos años de vida de su marido, demostró que tenía corazón y podía actuar desinteresadamente. Demostró ser una esposa devota de Felipe V, acompañándole hasta el final de sus días sin separarse jamás de él. Incluso en los momentos difíciles, la reina demostraba su temple y sangre fría cuando Felipe V, preso de ataques de paranoia, creía que pretendían envenenarle, confundía el día con la noche, se negaba a lavarse o incluso a cambiarse de traje hasta que éste caía en jirones que sólo la reina podía remendar.
El fallecimiento de Felipe V, debido a un derrame cerebral, se produjo el 9 de julio de 1746 en el palacio de La Granja. Según testigos presenciales, murió en brazos de su amada esposa Isabel, con quien había compartido el trono durante veintidós años. La subida al trono de su hijastro Fernando VI (Madrid, 1713-Villaviciosa de Odón, 1759) obligó a la reina-viuda a llevar una vida retirada en La Granja, totalmente alejada de la política de la Corte madrileña.
En 1759, Isabel Farnesio tuvo, por segunda vez, que abandonar su tranquilo retiro en el palacio de La Granja. Entre agosto y diciembre de 1759 hubo de hacerse cargo del gobierno de España. La trágica muerte de su hijastro Fernando VI (Madrid, 1713-Villaviciosa de Odón, 1759) la obliga a regresar a Madrid para ocuparse de la regencia en nombre de su hijo Carlos III, en aquel momento rey de Nápoles y de Sicilia, hasta su llegada a España.
Tras la llegada de su hijo Carlos a España, y su subida al trono con el nombre de Carlos III, Isabel se retira de nuevo al palacio de La Granja. Según atestiguaron algunos cortesanos de entonces, allí pasó sus últimos años, aquejada de cataratas, tan llena de achaques y tan gorda que dos personas debían ayudarla siempre y en todos sus movimientos diarios, incluso a levantarse y a sentarse. Para colmo de males, Isabel sufría una progresiva ceguera que le impedía llevar la vida tan ajetreada que siempre había llevado.
Isabel de Parma murió en 1766, con setenta y tres años, cincuenta y dos de los cuales los había vivido en España. Lo más sorprendente es que había presenciado cuatro reinados distintos: El de su marido Felipe V, sus hijastros Luis I y Fernando VI, y su hijo Carlos III. Los cuatro primeros reyes de la dinastía Borbón en España.
El fallecimiento de Isabel, que se produjo en 1766 en el Real Sitio de Aranjuez, coincidió con el conocido motín de Esquilache, una revuelta protagonizada por el pueblo de Madrid entre el 23 y el 26 de marzo de ese mismo año, cuya causa inmediata fue el decreto del marqués de Esquilache, ministro de su hijo Carlos III, que prohibía el uso de la capa larga y el chambergo con el pretexto de que dichas prendas cubrían las caras de los sospechosos de delitos nocturnos.
El último deseo de la reina Isabel de Parma fue que, tras su muerte, su cuerpo reposase junto al de su marido Felipe V. Éste había decidido que sus restos tuvieran descanso en la colegiata del palacio de la Granja, palacio que ellos mismos habían mandado construir y donde según parece habían vivido sus momentos más felices.
De Isabel Farnesio, el rey Federico II de Prusia escribió: "La Reina Isabel Farnese habría querido gobernar al mundo entero; no podía vivir más que en el trono. Se la acusó de haber precipitado la muerte de don Luis, hijo de un primer matrimonio de Felipe V. Los contemporáneos no pueden ni acusarla ni justificarla de este asesinato. El carácter de esta mujer singular estaba formado por la soberbia de un espartano, la tozudez de un inglés, la sutileza italiana y la vivacidad francesa. Andaba audazmente hacia la realización de sus propósitos; nada la sorprendía, nada podía detenerla..."

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